Si en algo coincidimos los venezolanos de hoy es en que estamos sufriendo la más grave crisis la historia nacional, con hondas y extensas consecuencias en las personas y en todos los órdenes de la sociedad. Nada será igual luego de esto ya largos y pesados años. La realidad puede seguir el curso trazado por el régimen, que significa evidentemente una reducción de la libertad, la democracia y la justicia, frente al crecimiento de la desigualdad y la pobreza, con la evidente concentración de la riqueza en muy pocos y una extensión de la miseria en las grandes mayorías.
Otro curso que puede seguir la realidad es una mediocre adaptación al desorden, la improvisación, la dejadez y el desgano, con pequeños islotes de sobrevivencia más o menos digna, como los infiernos menos infiernos de Ítalo Calvino de las Ciudades Invisibles. Y así irán los caminos de la vida marcando la cotidianidad, con las anunciadas sorpresas del plan macabro de imponer un modelo del país totalmente ajeno a la nación que hemos sido, y muy alejado al que podemos ser el marco del respeto a la dignidad de la persona humana y del bien común.
Las sociedades exitosas, aquellas donde la gente es libre y satisface adecuadamente sus necesidades humanas, y la sociedad goza de confianza entre las personas y entre las instituciones, nos marcan caminos que los venezolanos podemos transitar, si nos lo proponemos. Para ello necesitamos transformarnos como personas y como sociedad, y allí si existen unos desafíos definitivos. Habrá que desplegar una energía tan grande y bien dirigida del tamaño de la gesta de Independencia.
Una ventaja que nos da la hecatombe que sufrimos, a juicio del sustantivo ensayo de Federico Vegas[1], es que podemos rescatar lo mejor que hemos sido, y salir de los escombros hacia un nuevo sueño de largo aliento, lidiando con los demonios ancestrales, e invocando las virtudes que han sido marca de nuestros mejores héroes civiles, y de las más emblemáticas organizaciones que han marcado huellas, a los largo de la historia y a lo ancho de nuestra diversa geografía.
Y otra ventaja que tenemos es que la construcción del capital social que es necesario hacer, para tejer redes y realizar sueños, se puede acometer, pues, así como hay métodos para la barbarie, los hay para la virtud: tenemos la palabra, los relatos, las conversaciones, los mensajes. Así como se puede hoy convocar a multitudes a destruir ciudades, con las facilidades que dan las comunicaciones, también se pueden convocar, vista la realidad venezolana, para despertar las energías existentes y ponerlas al servicio del sueño común de una Venezuela Posible.
Si creemos en el poder de la palabra, en su capacidad transformadora, pues utilicémosla para que el camino que llevemos no sea hacia el abismo. “De la abundancia del corazón habla la boca” dice la Biblia. Y en Venezuela hay mucha gente de corazón abundante que escucha, habla y trabaja. Hay mucha gente que puede tener gran audiencia que tiene que hablar y decir cosas que van a despertar conciencias. Desde la casa y el lugar, desde la tribuna y el medio, hace falta que muchas personas eleven su voz de la esperanza, de fe y de coraje. Hay muchos ejemplos de emprendedores que ofrecen bienes y servicios de calidad de manera solidaria. Ejemplos de abnegadas personas que se entregan al servicio de los demás. Sus obras hablan.
Los venezolanos vivimos hoy los mejores momentos para nuestra transformación, para nacer de nuevo, y con ello nuestras familias, nuestros lugares y la nación entera.
[1] Meditaciones sobre la hecatombe venezolana. Federico Vegas. La Gran Aldea. 15/03/2021