“Un paso incómodo” quedó en el Puente Internacional Simón Bolívar para los peatones que cruzan de lado y lado de la frontera, según manifestaron este lunes 6 de septiembre ciudadanos consultados después del primer paso de transporte de carga en medio de la apertura comercial entre ambas naciones.
Para poder pasar las gandolas de día y no en la noche, como ocurría hasta febrero de 2019 cuando se paralizó el intercambio comercial, autoridades de ambas naciones acordonaron con vallas los laterales de las aceras. La medida permite proteger a quienes pasan caminando por el puente, pero limita la movilidad, sobre todo de los venezolanos que regresan a su país cargados de maletas, bolsas y acompañados de carretilleros.
Rosa Sánchez esperó dos horas bajo un sol de 40 grados centígrados en la avenida Venezuela de San Antonio del Táchira a que terminaran los actos protocolares por la apertura comercial para ir a comprar medicamentos para la tensión. Es hipertensa, diabética y padece esclerosis múltiple, que la obliga a caminar apoyada de un bastón.
Cuando llegó al lado colombiano del puente estaba sudada, agitada y aseguraba sentir que se le doblaban las piernas. No tenía dinero ni para comprarse un agua mineral, y debía caminar hasta llegar a la casa de una hija que vive en Villa del Rosario, pero lejos del puente.
“Yo no creo que este acto de hoy traiga nada bueno. Ahí está, todo el tiempo que pasamos bajo el sol y a nadie le importa. Yo tengo que cruzar con mi malestar después de horas de sol y cansancio, en ese cruce tan incómodo que quedo ahora. A ellos lo menos que les importa somos nosotros”, expresó.
Quienes alquilan sillas de ruedas para pacientes con necesidades especiales, cruzan el puente rápido para que las autoridades no les impidan el paso. José Duarte llevada a una señora de 70 años de edad que requería hacerse una diálisis en Cúcuta. Al momento de ser entrevistado estaba angustiado y decía “estoy apurado, estoy apurado, tengo que moverme de aquí”.
Su mayor preocupación es que no puede seguir trabajando con tranquilidad, porque supone que ahora muy pocas veces lo dejaran cruzar por la mitad del puente, y la mayoría del tiempo tendrá que lidiar con los escalones y desniveles de las aceras al empujar las sillas de ruedas.
Eduardo Omaña pasaba con su esposa por el puente, criticando la actitud de los carretilleros en el angosto paso peatonal. “Esto ahora si quedó peor que nunca. Los carretilleros empujan a la gente de tercera edad, pegan gritos, no respetan a nadie. Ellos por querer hacer platica, de ir y venir terminan abusando, pero esto es culpa de tanta improvisación. En esta frontera los que menos importamos somos nosotros, los que andamos a pie”.
En medio de la coordinación de lo comercial, ahora las expectativas recaen sobre lo que pasará los pasos humanitarios. No se sabe si la frontera entre Venezuela y Colombia volverá a tener el mismo dinamismo y la igualdad que tenía antes de agosto de 2015, cuando Nicolás Maduro ordenó su cierre.