Las colas por combustible en el estado Táchira no sólo le quitan días de trabajo a quienes deben hacer la larga fila de carros, sino que también se han convertido en un problema para las comunidades alternas a las estaciones de servicio.
Nadie quiere tener la cola frente a su casa, a pesar de que pueden contar con el beneficio de parar el carro al frente y no salir de su vivienda mientras esperan su turno para llenar el tanque de combustible.
Para abastecer en San Cristóbal el ciudadano debe pasar entre 24 horas y ocho días en el peor de los casos. En todo ese tiempo, quienes viven alrededor tienen que aguantar basura, escándalo, fiestas móviles y malos olores, pues los usuarios hacen sus necesidades en las aceras.
En diversas zonas de Barrio Obrero es tal el desorden, que los vecinos se han organizado para solicitarle a las autoridades militares en la región que cambien la ubicación de los vehículos en espera.
«Perdimos la tranquilidad»
En la calle 16 de la capital tachirense la cola la han cambiado de lugar en diversas oportunidades antes las quejas de los vecinos, quienes aseguran haber perdido la tranquilidad de su hogar desde que iniciaron las colas para nunca acabar, es decir, desde mediados del año 2018.
Ligia Arellano vive en este sector de la comunidad de La Romera. Aseguró que cuando la cola pasa por el frente de su vivienda se pierde la tranquilidad total, porque el ruido de los carros inicia a las 5 de la mañana que es cuando comienzan a cuadrar el orden de los vehículos que fueron anotados para abastecer ese día.
«Dejan desechos sólidos, se orinan y se evacuan aquí frente a las casas, el monóxido nos afecta totalmente, así como el sonido de las cornetas porque se tranca el tránsito y además se han presentado problemas porque personas de afuera se adueñan prácticamente del frente de la casa y en una oportunidad hasta agarraron a golpes a unas de las vecinas», expresó.
Había personas que cobraban para apartar el cupo y eso llegó a oídos de los encargados de la estación de servicio, por lo que cambiaron la cola para la avenida Carabobo, pero posteriormente quienes se quedaban durmiendo en los carros denunciaron la inseguridad y las autoridades volvieron a reubicarla.
Rosalía de Rangel, vive también en el lugar, indicó que era tal el desorden que había quienes se quedaban a diario para luego vender la gasolina frente a todos. «Lo peor es que no dejaban dormir en toda la noche, porque no eran sólo los que llegaban a las 5 de la mañana, porque los que venían con el palito a tomar eran toda la santa noche, la música a todo volumen, no respetan ni a viejos, ni a jóvenes. Mis nietos no dormían, yo estoy enferma, delicada de salud y con eso peor», agregó.
María Antonia de Arellano es de la tercera edad. Al lado de su casa hay dos viviendas desocupadas, lo que aprovechaban las personas en cola para hacer sus necesidades, generando moscas y malos olores.
«Hasta a mi me tocó ponerme a tirarle tierra a las cacas que dejaban, a todas las porquerías que dejaban, y a veces tenía discusiones con algunos porque les reclamaba que dejaban basura de niños y se burlaban de mi, con eso se sentían poderosos», dijo.
En una oportunidad supo de que dos hombres en cola golpearon a una vecina porque ella les reclamó el desorden. Eran cerca de las 8 de la noche, la mujer quedó inconsciente por lo que tuvieron que trasladarla a un centro de salud, mientras que sus hijos se agarraron a golpes con los dos hombres.
José Luis Moncada Pérez tiene un negocio en la zona, le afecta porque los carros son ubicados de los dos lados de la calle, a veces trancan el lugar cuando no llega la gasolina y él tiene un negocio. «No dejan que el cliente se pare para nosotros vender los productos. La cola afecta el libre tránsito y bajan las ventas, porque no hay dónde estacionar, otros colocan obstáculos en la vía pública», añadió.
Con las constantes fallas de electricidad en la capital tachirense, y el poco envío de gasolina, las colas parecen ser el mal de nunca acabar. Mientras padecen los usuarios por tener que vivir en esas filas hasta que puedan abastecer, quienes están en las adyacencias de las largas filas,
que pueden sobrepasar las 20 cuadras, han perdido también su calidad de vida, y ya no tienen tranquilidad ni en su propio hogar.