Vivimos actualmente tiempos sombríos, de mucho odio, ausencia de refinamiento, y especialmente de falta de amor. La historia no es rectilínea ni la propia evolución del universo lo es.
de lo sim-bólico (lo que une) a lo dia-bólico (lo que separa),
de las sombras a la luz,
de thánatos (las negatividades de la vida) a eros (las excelencias de la vida)
y de Cristo al Anti-Cristo.
Tales antítesis no son deformaciones de la realidad, sino la condición de todas las cosas. En el ámbito humano decimos que así es la «condition humaine». Es decir, hay momentos en que predomina el orden, la armonía social, la convivencia inclusiva, que representan el eros. En otros predomina el thánatos, la dimensión de muerte, de odio y de desgarro. Obsérvese que las dos realidades vienen siempre juntas y están simultáneamente presentes en todos los momentos y circunstancias.
Actualmente a nivel mundial y nacional estamos viviendo duramente la dimensión de thánatos, de lo dia-bólico, de las sombras. Hay guerras en el mundo, racismo, fundamentalismo produciendo incontables víctimas, ascensión del autoritarismo, del populismo, que son disfraces del despotismo. Como si todo esto no bastase, estamos bajo la invasión de la Covid-19, fruto de la sistemática agresión humana contra la naturaleza (antropoceno) y del contraataque que ella está lanzando contra nosotros, poniendo especialmente al capitalismo y a los países militaristas con su máquina de matar, de rodillas.
Todos los caminos religiosos y espirituales dan centralidad al amor.
No necesitamos referirnos a Jesús para quien el amor es todo o al texto de inigualable belleza y verdad de san Pablo en la primera Carta a los Corintios, en el capítulo 13:
“el amor nunca acabará… en el presente permanecen estas tres, la fe, la esperanza y el amor, y la más excelente es el amor” (13,8-13).
No me resisto a citar el texto sobre el amor de la Imitación de Cristo, de 1441, el libro más leído en la cristiandad después de la Biblia. Como canto del cisne de mi actividad teológica de más de 50 años, lo retraduje del latín medieval, depurándole como mucho de los dualismos típicos de la época. Leámoslo:
«Gran cosa es el amor.
En los momentos dolorosos que estamos viviendo y sufriendo, tenemos que rescatar lo más importante que verdaderamente nos humaniza: el simple amor. Se siente grandemente su falta en todas partes y relaciones. Sin él nada de grande, de memorable ni de heroico ha sido construido en la historia. El amor hace que tantos médicos y médicas, enfermeros y enfermeras y todos los que trabajan contra la Covid-19, sacrifiquen sus vidas para salvar vidas, y por eso muchos de ellos acaban cayendo víctimas de la enfermedad. Ellos nos confirman la excelencia del amor incondicional. Testimonios de las ciencias de la vida, del arte y de la poesía refuerzan lo que proclaman las religiones.
Son convincentes las palabras del genial pintor Vincent van Gogh en una carta a su hermano Théo:
«Hay que amar para trabajar y volverse un artista, un artista que pretende poner sentimiento en su obra: primero tiene que sentirse a sí mismo y vivir con su corazón… El amor califica nuestro sentimiento de deber y define claramente nuestro papel… el amor es la más poderosa de todas las fuerzas» (Lettres à son frère Théo, Gallimard 1988, 138, 144).
A. Artaud, que hizo la introducción a las cartas de van Gogh, dice de él que rechazó entrar en esta sociedad sin amor: “fue un suicida de la sociedad”.
Consideremos lo que afirman los estudios sobre el proceso cosmogénico y de la nueva biología. Cada vez está más claro que el amor es un dato objetivo de la realidad global y cósmica, un evento bienaventurado del propio ser de las cosas, en las cuales nosotros estamos incluidos.
Ejemplo de eso es lo que escribió James Watson, que con Francis Crick descodificó en 1953 la doble hélice del código genético:
«El amor pertenece a la esencia de nuestra humanidad. El amor, ese impulso que nos hace cuidar del otro, fue lo que permitió nuestra supervivencia y nuestro éxito en el planeta. Ese impulso, creo que salvaguardará nuestro futuro… Tan fundamental es el amor para la naturaleza humana que estoy seguro de que la capacidad de amar está inscrita en nuestro DNA. Un san Pablo secular (el mismo que tan excelentemente escribió sobre el amor) diría que el amor es la mayor dádiva de nuestros genes a la humanidad». (J. Watson, ADN: el secreto de la vida, Companhia das Letras, São Paulo 2005, p. 433-434).
Los biólogos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela mostraron la presencia cósmica del amor. Dicen que los seres, incluso los más originarios, como los topquarks, se relacionan e interactúan entre ellos espontáneamente, por pura gratuidad y alegría de convivir. Tal relación no responde a una necesidad de supervivencia. Se instaura por un impulso de crear lazos nuevos, por la afinidad que emerge espontáneamente y que produce deleite. Es el adviento del amor.
De esta forma, la fuerza del amor atraviesa todos los estadios de la evolución y enlaza a todos los seres dándoles irradiación y belleza.
El amor cósmico realiza lo que la mística ha intuido siempre sobre la gratuidad y la belleza:
Fernando Pessoa expresó bien esta experiencia en los Poemas de Alberto Caieiro:
«Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que es /
Por el hecho de ser humanos y autoconscientes, podemos hacer del amor un proyecto personal y civilizatorio:
El amor es urgente en Brasil y en el mundo. Con realismo Paulo Freire, tan calumniado por los propulsores del odio y de la ignorancia, nos dejó esta misión:
Digámoslo con todas las palabras: el sistema mundial capitalista y neoliberal no ama a las personas. Ama el dinero y los bienes materiales; ama la fuerza de trabajo del obrero, sus músculos, su saber, su producción y su capacidad de consumir. Pero no ama gratuitamente a las personas como personas, portadoras de dignidad y de valor. Lo que nos está salvando en este momento de irrupción de la Covid-19 son, exactamente, los valores que el capitalismo niega.
Predicar el amor diciendo: «amémonos unos a otros como nos amamos a nosotros mismos», es revolucionario. Es ser anti-cultura dominante y contra el odio imperante.
Hay que hacer del amor aquello que el gran florentino, Dante Alighieri, escribió al final de cada cántico de la Divina Comedia:
“el amor que mueve el cielo y todas las estrellas”;
y yo añadiría, amor que mueve nuestras vidas, amor que es el nombre sacrosanto del Ser que hace ser todo lo que es, y que es la Energía sagrada que hace latir de amor nuestros corazones.