Por: María Eloina Conde
La novela política –es difícil no catalogarla de esta manera– en la que se ha vivido en el país desde hace más de un siglo debe transformarse en una narrativa de construcción de futuro, apartarse de una vez por todas de las bajas pasiones que empujan a destruir lo que no se conoce o lo que no nos gusta, porque créanme cuando les digo que, más allá de resultados electorales puntuales, vamos a necesitar volver a los mejores valores de nuestra identidad para levantar del suelo y elevar al país al destino que le corresponde.
No es nada fácil el camino que vamos a comenzar a recorrer con la nueva transición a la democracia, ese recorrido que ya hemos intentado en ocasiones anteriores, pero nunca antes se ha hecho con el sufrimiento que implica que nos hayamos esparcido por el mundo no sólo exiliados sino también refugiados, huérfanos, sin rumbo, desolados.
Ahora es pertinente recordar que la solidaridad es sin duda un ingrediente fundamental de la identidad nacional de Venezuela y nos ha ayudado a sobrellevar los momentos más adversos de nuestra historia, en los que podemos incluir desastres naturales y sociales, también muchos errores políticos.
He leído sobre la solidaridad de las familias que protegían a perseguidos políticos de la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez, siendo pequeña vi la solidaridad de quienes apoyaron en los días y meses posteriores al deslave de Vargas, incluso veo pequeños actos de solidaridad entre las personas que producto de una de las tantas distorsiones que vivimos esperan horas y hasta días para surtir combustible, imposible no recordar cada intercambio de algún alimento en medio de la crisis de desabastecimiento que vivimos en el país entre 2016 y 2019.
Aunque la solidaridad es un valor universal, el compromiso que tenemos como venezolanos y el legado que dejó en nuestra historia es tan grande que, sin duda, apelar a este será siempre un acierto. Mario Briceño Iragorry, referencia intelectual trujillana, repasó constantemente esa idea en sus libros y quiero rescatarlo hoy que tanto necesitamos reencontrarnos con nuestra esencia nacional, pero en un actuar activo. Escribió Briceño Iragorry en su obra “La moral y el liberalismo que «la solidaridad no se limita a la compasión, sino que implica acciones concretas para aliviar el sufrimiento de los demás». Yo agregaría también que si no se puede aliviar al menos hay que asegurarse de no agrandarlo y que hay que verlo en el presente con proyección al futuro.
En ese construir futuro, en esa idea en desarrollo y negociación, en ese transcurrir de los días y la vida, debemos escuchar con atención a quienes hablan y cómo lo hacen, a quienes crean alianzas y quienes destruyen puentes necesarios y saber diferenciarlos, a quienes entienden que en el cambio poder tenderse la mano es signo de buena voluntad y entendimiento del escenario, a quienes se alejan de la descalificación y enfilan sus esfuerzos al trabajo en pro del encuentro nacional, a quienes en medio de las tormentas mantienen el respeto como pilar fundamental, al liderazgo positivo que tanta falta nos hace.
Y también debemos asumir el no dejar que la solidaridad nos venga como una imposición o directriz, sino que debemos asegurarnos de practicarla desde nuestro espacio, en nuestra familia, con nuestros vecinos, en nuestro municipio. Y que así, de municipio en municipio, de estado a estado, de región en región, la solidad alcance a toda Venezuela.
El país ya ha sufrido suficiente. Este último cuarto de siglo ha sido un intensivo curso de división, odio y sectarismo en todos los niveles posibles de la sociedad. No existe familia alguna que se haya salvado de la vorágine creada por un discurso incendiario desde el gobierno y que ha descendido como una cascada y se ha apoderado de cada institución del Estado. Nuestro principal trabajo entonces es no solo detener el odio sino crear condiciones en las que el debate fundamentado en las ideas y no en la descalificación sea la norma, el esfuerzo común se entienda y traduzca en una mejor sociedad para todos y la solidaridad nos permita reconocernos con nuestras diferencias para construir el bien común, porque no podemos seguir siendo un país inmediatista y que todo lo resuelve con un “mientras tanto” y mucho menos que la realidad no esté en las calles sino en las redes sociales de manera exclusiva.
De nosotros depende detener la cultura del odio y no continuar ensanchando la brecha en las aspiraciones de bienestar nacional, que ya es demasiado profunda. De nosotros depende asumir la responsabilidad ciudadana compartida con el Estado en la construcción de una nueva sociedad. De nosotros depende transitar el presente con miras al futuro que dejaremos a nuestros hijos.
“La solidaridad es la expresión más profunda de nuestra humanidad”, afirma nuestro galardonado poeta Rafael Cadenas. En este momento de compromiso y lucha, reencontrémonos con nuestra humanidad y tendámonos la mano para recorrer el largo camino que nos espera.
@mariaeloinaportrujillo
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