Valores fundamentales: La necesidad de pluralidad | Por: María Eloina Conde

 

Les propongo que viajemos en el tiempo a octubre de 1958. A 68 días de las elecciones presidenciales, todavía con las heridas abiertas de la dictadura perejimenizta, los principales partidos políticos venezolanos, los mismos que desde la clandestinidad lucharon para lograr la salida del dictador, necesitaban articularse para lograr no solo un triunfo electoral sino la estabilidad que permitiría gobernar y controlar los ataques de los sectores “nostálgicos” de los años de militarismo. Así, el 31 de octubre, Rómulo Betancourt por Acción democrática (AD), Rafael Caldera por COPEI (Comité de Organización Política Electoral Independiente) y Jóvito Villalba por Unión Republicana Democrática (URD), reunidos en la quinta Puntofijo, propiedad de Rafael Caldera, ubicada en Sabana Grande, en Caracas, firmaron un pacto que muestra que entendían no sólo la responsabilidad que llevaban en sus hombros sino también la importancia y urgencia de poner el país primero. Hicieron una pausa en sus diferencias para permitir acercamientos, entendimientos y compromisos desde las convergencias y  las similitudes en un ejercicio de pluralidad de impacto histórico para el país.

Entre los acuerdos más significativos del pacto se incluyeron la garantía de respeto de los resultados electorales, la alternancia del poder, la defensa de la democracia y la garantía de respeto a los derechos humanos. El pacto representa un hito en la historia política de Venezuela y estableció las bases del sistema democrático multipartidista que conocimos hasta finales de la década de los 90 y que llegó incluso a ampliarse con la política de pacificación de la lucha armada de extrema izquierda que pasó a incorporarse a la política nacional. Todo esto fue posible gracias al ejercicio práctico de la pluralidad, esa que tanta falta nos hace hoy en día y que comienza a aflorar con el cambio de liderazgo y el nuevo nivel de discurso que marca la atípica campaña electoral que vivimos en estos días.

La polarización de los últimos 25 años parece haber borrado o escondido del diccionario el término pluralidad, sin la cual es sencillamente imposible convivir en armonía, con respeto y proyección de crecimiento, transformación y evolución. Una pluralidad transversal que se viva en casa o en el colegio, con los colegas en el trabajo, con un desconocido en el transporte público o en los más altos niveles de gerencia y gobierno, porque las diferencias siempre van a existir y es en ellas en las que los valores fundamentales como la pluralidad se ponen a prueba.

En Anatomía de la mentira, Alberto Barrera Tyszka afirma que la pluralidad “es la única forma de garantizar una democracia sana y vibrante; sin ella, la democracia enferma y muere”. Lamentablemente pudiéramos decir que como país hemos reprobado esa asignación desde hace —al menos— un cuarto de siglo, y es que, como todas las virtudes y los valores importantes, requiere práctica constante y también ejemplos para seguir. Ciertamente desde el gobierno nacional hace mucho que la pluralidad no se manifiestan en sus acciones, tal vez porque cuando el autoritarismo es la norma es muy fácil confundir pluralidad con debilidad o docilidad y puesto que parece ser más importante demostrar fortaleza —aunque se carezca de ella— y tener el control, se ha preferido la eliminación sistemática de cualquier indicio de respeto a las diferencias.

Y es que el problema no está en esas diferencias, de hecho, la pluralidad nos recuerda que la diversidad es riqueza en términos culturales. El problema está en la imposibilidad de respetar esas diferencias, en entender que en ellas suelen reposar las riquezas de cualquier idea, cualquier proyecto o cualquier país. Tampoco se traduce la pluralidad en falta de criterio propio, no se trata de no poder juzgar lo que está bien de lo que está mal teniendo como referencia principalmente la ley y el sentido común, sino de entender que aun estando en la misma acera se puede tener una visión distinta de la realidad, que amplía el panorama y eso también nos debería permitir relacionarnos, intercambiar opiniones y defender las propias desde el respeto y, más importante, construir en conjunto para el beneficio común, como se hace desde el hogar para poder escalarlo al país.

Hoy, Venezuela necesita como hace 66 años acuerdos que vayan más allá de la muy necesaria estrategia electoral que parece haberse consolidado con la postulación de un candidato de consenso. Necesitamos que en estos pocos más de 80 días que quedan para la elección trabajemos en acuerdos que asuman la pluralidad. Mucho hemos retrocedido en todas las materias en los últimos 25 años, por lo que la similitud con aquel octubre de 1958 es abrumadora, por eso requerimos de nuevo encontrarnos y reconocernos a través de los valores que nos hacen grande como nación y que por mucho tiempo nos hicieron referencia positiva en todo el mundo.

Fomentar la pluralidad es tarea de cada uno de los ciudadanos que amamos al país, que sabemos que tenemos la responsabilidad de aportar nuestro grano de arena, pasar a la práctica porque mientras más la ejercemos la pluralidad se hace más fuerte, más significativa, más natural.

Decía Teodoro Petkoff en una entrevista al comienzo de todo el proceso histórico que comenzó con la elección de 1998 que la pluralidad “es la esencia de la democracia. Sin ella, la democracia se convierte en una simple formalidad”. Todas las encuestas independientes y serias apuntan a que un 80% de la población venezolana quiere un cambio político. No olvidemos ni por un momento que parte muy importante de ese cambio es asumir y practicar nuestros mejores valores entre ellos: la pluralidad.

 

María Eloina Conde

Mayo, 05, 2024

Atiempomec@gmail.com

 

 

 

 

 

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