Valores fundamentales: Integridad vs. viveza criolla | Por: María Eloina Conde  

 Por:María Eloina Conde

 

Todos o casi sin salvedad —aun los menos religiosos— hemos escuchado alguna vez la frase “el que esté libre de pecado que lance la primera piedra”, esa que proviene de un pasaje de la biblia que nos narra como Jesús, desafía a una multitud a punto de apedrear a una mujer acusada de adulterio y los insta a que examinen su propia conciencia y reconozcan que todos, sin excepción, han cometido errores y pecados. Ante esta verdad, los acusadores se sienten avergonzados y se van uno a uno. Mi intención con esta serie de “valores fundamentales” es que podamos reflexionar como personas y como sociedad, aceptar nuestras fallas y hacerlas conscientes para poder transformarlas y construir juntos la Venezuela que queremos.

Entre las muchas paradojas del venezolano, hay una que nuestro aclamado dramaturgo e intelectual José Ignacio Cabrujas resumió en una frase brillante que habla de lo que siente el venezolano y que a lo largo de la historia desafortunadamente nos ha acompañado: “lo que me gusta no es legal y lo que es legal no me gusta”. Esto habla de la idea que representa en el colectivo la viveza criolla, esa percepción de que quien desaprovecha alguna oportunidad de sacar partido haciendo uso del despiste o la trampa resulta una persona boba o cuando menos no avispada.

No es azaroso que en los últimos años la figura del gestor haya ganado tanta relevancia porque, en el fondo, el gestor nos recuerda que en Venezuela lamentablemente es posible solucionar con algo de dinero y las personas adecuadas aquello que la ley nos impone, sea un trámite, una multa o cualquier compromiso frente a una institución.

Por eso también recordamos a Arturo Uslar Pietri, quien nos dejó un cuento que es el ejemplo perfecto de cómo la deshonestidad y la falta de integridad, unida con la avaricia y la astucia al servicio del mal y cómo los intereses más bajos pueden ser un caldo para el temor y la mentira. “El conuco de Tío Conejo” narra la historia de un conejo que, abusa de la amistad, la confianza, la buena voluntad y aprovecha la osadía por obtener un conuco a bajo precio del loro, la gallina, el zorro, el perro y el tigre, logra burlarlos a todos y deja a su paso muerte, desconfianza y resentimiento.

Y aquí conviene diferenciar entre honestidad e integridad. Porque la honestidad se trata de lo que se hace a diario, lo que digo y cómo lo digo, habla de los actos públicos. Es hablar y actuar con sinceridad y, sobre todo, es mucho más que no mentir, engañar o hacer trampas. Pero la integridad va más allá, es lo que somos, lo que pensamos y lo que hacemos aun cuando nadie nos ve, cuando nadie más que nuestra conciencia puede juzgarnos.

En el campo de la política ser honesto debería ser la aspiración mínima para quien desea el favor de los electores en una contienda para servirles. Pero necesitamos, como ciudadanos, como sociedad, como país, más de nuestros líderes. Porque un bonito discurso frente a la cámara puede tenerlo cualquiera, aprender de oratoria y lenguaje corporal está al alcance casi de cualquier persona, pero tener valores que nos acompañen en las horas más oscuras, en la soledad más profunda y en la derrota, en los escenarios donde el bienestar colectivo está por encima de los propios, esos son los valores fundamentales, porque hacer lo correcto no es fácil siempre.

Pero ¿cómo se forma un ser humano íntegro, un ciudadano o un político íntegros? Es una tarea constante que, sin duda, comienza en el hogar: con las palabras y con el ejemplo. La labor continúa en la escuela y en el resto de las etapas del sistema educativo y en las demás actividades extracurriculares que se desarrollen. Siempre con la conciencia de que no se vive en una burbuja, que las tentaciones no faltarán y que la integridad, más que cualquier otra cosa debe ser una convicción íntima y personal.

Porque conceptos como el de Cabrujas o historias como la de Uslar Pietri no están allí como signos de una condena sin salida sino como un recordatorio de que justamente eso debemos combatir como personas, como ciudadanos y también como sociedad, no basta con predicar honestidad e integridad con la palabra si en el ejemplo los intereses y ambiciones personales no están en sintonía.

Incluso en la actualidad hay que esquivar esa tentación de creer que si hacemos algo que evidentemente está reñido con nuestra integridad basta un buen número de likes o comentarios para blanquearlo y transformarlo. La realidad es que lo que está mal lo estará siempre, aunque todos lo hagan y que lo bueno siempre estará bien, aunque todos dejen de hacerlo.

Y es que, en el sentido más amplio de la política, la integridad no es solo cosa de pasar un “examen de buena conducta”. Decía el dramaturgo y político checo Vaclav Havel, que la libertad “no es solo la ausencia de restricciones, sino la capacidad de actuar y tomar decisiones de acuerdo con nuestros propios valores.” Así que en esta larga lucha en la que tantas veces hemos escuchado e invocado la palabra libertad, cabría recordar y recordarnos que ser libres es también ser íntegros.

 

María Eloina Conde

Mayo, 26, 2024

@MariaEloinaPorTrujillo

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