Valores democráticos | Teófilo Tortolero | Por Ramón Rivasáez

Por Ramón Rivasáez

Dedicado a Rafael José Alfonzo

Conocí al poeta Teófilo Tortolero cuando a finales de la década de los setenta caminaba con mansedumbre por las calles de Nirgua, el poblado custodiado de aromas de pinos que retan las pequeñas colinas que besan el cielo.

Teófilo Tortolero, de origen sefardita, había nacido en Valencia, estado Carabobo el 13 de febrero de 1936 y fallecido en Nirgua, estado Yaracuy el 15 de junio de 1990, tras escribir una poesía   que enalteció la cultura venezolana del siglo XX, y le erigió en una voz singular, plena de profundidad en cuanto a hurgar en el ser, buscar plenitud en el nombrar y ser honesto en su quehacer poético.

De profesión abogado, egresado de la Universidad de Carabobo, donde animó en 1968 junto a Eugenio Montejo, el grupo literario Azar-rey; ejerció de juez en la localidad de Nirgua, donde vivió sus postreros días; Tortolero se distinguió por ser un defensor de la civilidad, de la vida democrática por tanto impartió justicia bajo el influjo de la equidad, la honradez, sinceridad y asido al estricto estado de derecho, como es harto difícil encontrar hoy un funcionario del poder judicial en los días que corren.

Admirado y querido en el villorrio que escogió alejado del bullicio urbano de Valencia, Tortolero escribió su obra poética como lo quiso hacer Voltaire distante de París; en Nirgua se reencuentra con su infancia, los objetos de las brumas de la memoria, viajes, visiones, sueños, su febril imaginación, sus fantasmas y premoniciones.

En la Universidad de Carabobo Tortolero acompaña además a Alejandro Oliveros, Reinaldo Pérez Só, Adhely Rivero y Luis Alberto Angulo y otros poetas en la redacción de las revistas POESÍA, Zona Tórrida, Separata, relevantes publicaciones que difundieron la poesía de cualquier región del mundo.

Una labor cultural que la Universidad de Carabobo promovió e hizo de Venezuela una referencia que hoy se apagó con la intervención de la Universidad autónoma y democrática del país.

Precisamente, Tortolero fue uno de esos baluartes en la difusión de los poetas venezolanos; él era uno de sus altos representantes.

Uno de sus más fervientes admiradores, el poeta barquisimetano Orlando Pichardo, a propósito de su obra, comentó que «había en su poesía una profunda y desgarrante melancolía…»

Quizá emparentado con la poética de Francisco Pérez Perdomo, Tortolero asume el dolor, como un huésped que llevamos a cuestas, una condena de la que no podemos escapar ni eludir, cuando admite: » Mi mal existe desde que tenía lo que se/ llama uso de razón/ sigo en el patio muerto/ con sus lagartijas y grillos borrachos/ mirando el agua caer en mis ojos/ verdosos/ sigo esclavo del mismo patio que me/ asombró/ donde mi madre ebria de cáncer/me acunó/ en un retrato suyo que me acompaña…»

También la presencia del padre, resurge en esta elegía, » Qué dolorosa y dura fue tu muerte/qué dura y dolorosa/ fue tu muerte mía/ Ave, traza tu rato, tu no ser/ cuando crezca en carne tuya/ el jazmín de las furias/ y el alcohol/ que derramó callado en tu pureza…»

Un poeta que trata a la muerte buscando  la propia, su lenguaje, articulaciones, sonidos, espacios, retratos donde habita la sombra del vivir, petrificado en el olvido, en el instante de la memoria.

Otros libros de Teófilo Tortolero son Las drogas silvestres, Universidad de Carabobo, 1973; 55 poemas, 1981; El día perdurable, 1982; Perfuma jaguaro, 1985 y La última tierra, 1990, con el que ganó el premio Nacional de literatura José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia.

Un poeta del silencio religioso, el dolor de la reclusión en la justa dimensión del acontecimiento poético y un hombre íntegro como ciudadano que dio prestigio a las letras hispanoamericanas.

 

 


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