Por Ramón Rivasáez
Poeta, periodista, narrador y productor de contenidos culturales para la radiodifusión, Rafael José Álvarez nació en Coro, estado Falcón el 6 de noviembre de 1938 y falleció en la misma ciudad el 10 de julio de 2004; dejó tras de si una obra que comienza a ser redescubierta por las nuevas generaciones de escritores venezolanos que perciben en él al creador de historias que tienen un hermoso lindero entre lo magico, poético y maravilloso, digno de ser estudiado en las escuelas de letras de las universidades.
Rafael José Álvarez, hizo sus estudios iniciales en su lar nativo, pero más que todo su autoformacion fue admirable; investigador notable, se hizo de una vasta cultura griega, del antiguo Egipto; tras intensas e incansables lecturas, abordó el periodismo, por tanto, laboró en los periódicos de su entidad; fue jefe de redacción del diario La Mañana, de Coro.
También realizó periodismo institucional, en el Instituto Tecnológico Alonso Gamero y en la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda, igualmente de la capital falconiana.
Rafael José Álvarez, fundamentalmente, poeta publicó sus poemarios, El gallo y la nube (1978), ese mismo año circuló Sagrarios
En 1986 apareció su otro poemario 0ikos, que reciben elogiosos comentarios de la crítica literaria, en especial del artista santiaguino Dámaso Ogaz, su amigo que por esos años laboraba en la dirección de cultura del Instituto Tecnológico Alonso Gamero.
En la obra de Álvarez el conjuro, la otra presencia, el lado mágico de las cosas, la alusión a la fantasía que se percibe en cualquier lugar del mundo, son hechos cotidianos que acompañan su prosa poética.
El mar, la vieja madera, los sonidos de la soledad, las algas, la piedra y los manteles huraños, viajan en los sueños derramados de Rafael José Álvarez:
«Han meditado largamente/como dispuestos de un modo/de sentirse maderas podridas/en los muelles/ y estar en la insistencia/ de las lluvias/ contra esos barcos que no zarpan/ desde el año de Tebas/.»
La voz de la nostalgia se ubica, busca asidero en esas pequeñas cosas, en los detalles que, aparentemente, se deslizan entre lo insignificante y extinguido y fija en la memoria de los sueños:
«La desaparición consiste/ en una manera de encontrarse/ bajo las vigas/ entre algunas botellas de ámbar/ expuestas a una lámpara/ que estuvo en la memoria de Rembrandt».
El ardor del sueño conduce a Rafael José Álvarez por caminos insospechados, laberínticos, desde donde hurga sin cesar: » Conocí sus memorias/ el polvo de sus fechas y su perplejidad».
Es la escritura que recorre la profundidad de la imaginación donde el límite pierde sus fronteras para que la libertad creadora desate ataduras, se desahogue.
Evoco, ahora el momento en que conocí a Rafael José Álvarez, en su casa de Coro, mientras una clara brisa inundaba su espacioso aposento. Sus narraciones fantásticas; su amena conversación de la que hacía un culto; postulaba el arte conversacional como algo que se está perdiendo con las nuevas generaciones; su imaginación prodigiosa, era una especie de aula abierta al conocimiento democrático de la cultura universal; supuse que sus programas radiofónicos serían una cascada de arte para todos los radioescuchas que gozaron del privilegio que él les brindaba.
Este poeta desde la humildad de su trabajo cultural a través de la radio, hizo país, sembró valores y acometió una tarea de gran aliento en pro de la institucionalidad, la civilidad. Un valor de la democracia que, mediante la labor cultural, propagó la relevancia que tiene el arte para hacernos libres de uniformes ideológicos, sesgados y totalitarismos de baratura.
En Rafael José Álvarez encontramos al escritor de la provincia venezolana, que con su amor por el país, le enaltece a través del valor de la imaginación y el arte de contar su poesía profunda y hermosa, que es parte de la herencia universal de esta tierra de gracia.