Si somos justos debemos reconocer en este ilustre venezolano, a uno de los protagonistas mayores de la civilidad más notables nacidos en la patria de Miranda, Bolivar y Sucre; sin duda alguna, MBI fue un referente de primer orden en cuanto a la necesidad de una nación democrática y solidaria, donde la luz de la libertad fuese sus señas de identidad.
Nacido en la ciudad de Trujillo el 15 de septiembre de 1897 y fallecido en Caracas el 6 de junio de 1958, Briceño Iragorry, se constituyó en el paradigma de una lucha tenaz de venezolanos adelantados en el propósito de crear un pensamiento que le otorgara a Venezuela sólidos cimientos para conformar una sociedad concebida en términos de igualdad, fraternidad y solidaridad en tributo a nuestros padres fundacionales de la nacionalidad.
Fue su prédica a lo largo de su fecunda vida intelectual; pensó, como idealista que era, en el país que deseaba que se transformara Venezuela, en sintonía con sus necesidades como pueblo que levantó banderas de libertad para el resto del continente.
Quizá es su libro El caballo de Ledesma (1942), el que plasma con mayor crudeza el drama venezolano actual cuando MBI analiza el pasado y enjuicia lo que padecemos con rudeza «Nuestra patria ha venido viviendo de la gloria de sus muertos. Hemos sido un país de necrófagos. Nuestros héroes han servido de adormidera cívica para el pueblo engañado. Se les evoca con pinturas de subida ponderación como para embriagar las mentes retardadas. Se ha invertido el propio sentido de la patria y lejos de ver en ella un panorama de presente y de futuro se ha vuelto la vista hacia atrás para buscarla en el pasado estático. En la escuela se sustituyó la cultura de las virtudes ciudadanas por la permanencia de un rito fúnebre. Y los delitos contra los vivos se expiaron por medio de homenajes a los muertos».
Semejante denuncia de Briceño Iragorry es de palpitante vigencia, cuando infelizmente observamos que la actual administración pública vive a lomos del Panteón Nacional, le cambiaron el nombre a la República, ahora irrespetan hasta la simbología de Caracas, tratando de hacer una historia acomodaticia, al gusto y sazón del gobernante de turno.
Briceño Iragorry fue asimismo un ardiente feminista que propuso espacios dignos para la mujer; para enaltecer su contribución en el desarrollo de la cultura venezolana.
Releer hoy a MBI es pasearse por el país devastado que advirtió el ilustre pensador trujillano que, como adelantado que fue, alertó que antes de «sembrar el petróleo», como lo planteó Uslar Pietri, «era necesario sembrar cultura en el pueblo venezolano».
MBI está vigente porque además de un idealista, fue un civilista que amó la democracia, la libertad, un hombre autónomo que lo demostró cuando ejerció la presidencia del Congreso de la República durante el gobierno del presidente Isaías Medina Angarita, un demócrata a pie juntillas. Su conciencia demócrata estuvo siempre adelante en sus decisiones.
Hoy es obligante releer a MBI por sus aciertos y advertencias del país que necesitamos, donde la cultura constituya uno de sus valores primordiales; sin cultura política no podemos avanzar como pueblo; se urge de una cultura anticorrupción, de una cultura antidelictiva, una cultura para cimentar una nación orientada a la satisfacción de las necesidades más apremiantes de los venezolanos; en la búsqueda de una sociedad justa, solidaria, amante de la paz entre los pueblos, de un porvenir sólido, digno de los libertadores.
Esa era la patria por la que lucho este gran demócrata venezolano que se desempeñó como escritor, diplomático, historiador y pensador sobre el destino de su infortunada nación. Un hombre de afianzada fe cristiana que alertó sobre la crisis de espiritualidad que afecta al venezolano de hoy, donde la banalidad y lo intrascendente ocupan o entretiene su estructura mental o como diría Adriano González León, donde la chatura e idiotez le marcan la estrecha senda de su pensamiento.
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