Nacido en Maturín, estado Monagas el 19 de enero de 1923 y fallecido en Caracas el 4 de abril de 2017, Benito Raúl Losada, fue hombre público que prestó importantes servicios a la República, pero sobre todo un demócrata a carta cabal.
En la década de los cuarenta inicia sus estudios en la UCV que concluye en 1946, al obtener el título de doctor en Ciencias Políticas e inmediatamente emprende viaje a Estados Unidos, para cursar en la Universidad de Columbia en la que se especializa en Economía. Retorna al país y se encuentra con el golpe de estado contra el gobierno del presidente Romulo Gallegos.
Poeta con una veintena de libros publicados; elogiado por los críticos Oscar Sambrano Urdaneta, José Ramón Medina, entre otros, Benito Raúl Losada en la década de los cincuenta fue a dar en tres ocasiones a las cárceles perejimenistas por oponerse a la ignominia de entonces, a la represión desencadenada por los militares que habían derrocado el gobierno constitucional del presidente Rómulo Gallegos e impusieron el terror y un desprecio absoluto a los derechos humanos.
En 1952 el poeta Losada acompañó en la cárcel Modelo a Luis Herrera Campins, Ramón J.Velasquez y Tomás Enrique Carrillo Batalla. Luego fue otras dos veces más a presidio hasta que en 1956 salió al exilio y se marchó a Estados Unidos, donde cursó en la Universidad de Northwestern una especialización en Ciencias administrativas.
A la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, Benito Raúl Losada, ingresa a la docencia en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV, de la cual es nombrado al poco tiempo decano.
Luego en el gobierno del presidente Leoni es designado director general del ministerio de Hacienda y finalmente asume el despacho. Posteriormente, es seleccionado para la presidencia del Banco Central, posición que ocupará en tres ocasiones dada la rectitud de sus ejecutorias.
El doctor Benito Raúl Losada formó parte, además, de la primera junta directiva de Petróleos de Venezuela, una de las empresas petroleras más importantes del mundo.
Al final de su vida, se dedicó a otras de sus pasiones, la escritura, y osciló entre la poesía y el ensayo. Sin duda, cumplió una limpia trayectoria en defensa de la cultura democrática, en la que su tránsito por la función pública fue calificada de impecable.
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