El poeta Arnaldo Acosta Bello que nació en la localidad guariqueña de Camaguan el 11 de abril de 1927 y falleció en Cabudare, estado Lara el 6 de abril de 1996, fue uno de los sobrevivientes de la tenebrosa cárcel de Guasina, considerado el primer campo de concentración que existió en Venezuela.
Acosta Bello, de profesión educador, muy joven militó en el PCV, como tal enfrentó sin miedo el derrocamiento del presidente Gallegos e hizo de su valentía su mejor aporte en contra de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, que se entronizaba en el poder.
El poeta tras egresar como maestro normalista se dedicó a crear conciencia entre la gente de los pueblos y ciudades de la necesidad de recuperar la libertad, de buscar a través del diálogo y la conversación cotidiana, cómo organizar la resistencia a la naciente tiranía. Pero, la represión arribó con saña y siniestro furor para regar de sangre y dolor los campos y poblados venezolanos. Era el comienzo de la dura y fulminante década de los cincuenta con una dictadura que desafiaba los derechos humanos e instauraba el lenguaje del terror.
El poeta Acosta Bello fue arrestado por una comisión de la Seguridad Nacional, cuando se encontraba en labores encomendada por la clandestinidad integrada por los militantes de los partidos AD y PCV, los únicos que se atrevieron a enfrentar a la tiranía.
Por esos medrosos días el régimen había instalado el primer campo de concentración en el país; seleccionó un apartado islote del Delta del Orinoco, zona inundable en cada crecida del gran río. Era un lugar inhóspito, plagado de serpientes venenosas, una temperatura atroz, zancudos, arácnidos, y otros insectos que tornaban la existencia difícil de preservarla sin desfallecer al poco tiempo. Ese era el destino de los presos políticos del régimen.
Corría el año 1951, el islote de Guasina comenzó a poblarse de infelices venezolanos, cuyo único delito era estar en desacuerdo con un sistema de gobierno que abolia la libertad de expresión, el estado de derecho, la dignidad humana, la democracia, en fin, el imperio de la ley.
El poeta fue conducido esposado a Guasina, donde fue testigo de la bestialidad de la que es capaz una dictadura; el desprecio a la condición humana, la tortura sistematizada, el dolor ataviado de cotidianeidad, la muerte lenta por disentería, tuberculosis, tifus, o simplemente a causa de la inanición que se avasallaba sobre el penal del que era difícil salir con vida. También los trabajos forzados y una alimentación agusanada eran cómplices de una muerte apresurada en Guasina.
Por fortuna, la naturaleza vino en socorro de los centenares de confinados en el campo de concentración; una crecida del Orinoco obligó su cierre y los presos de conciencia fueron reubicados y otros salieron al exilio. Entre éstos estaba el futuro escritor que se refugio en México, país que acogió a otros intelectuales como Carlos Augusto León, entre tantos venezolanos que huyeron de la dictadura perejimenista.
En la tierra fecunda de Octavio Paz, Arnaldo Acosta Bello vio aparecer su primer poemario Canto elemental, en el que relata su infancia, evoca su casa, río, su árbol, la tierra que le vio pasar un instante solamente.
Luego de la experiencia mejicana, el poeta marchó a Europa y se estableció en Praga; hizo un periplo que incluyó Australia, hasta retornar a su país en las décadas de los sesenta y setenta laboró en las direcciones de cultura de la UDO y finalmente en la ULA, donde se jubiló. En 1968 se distanció del PCV y acompañó a Teodoro Petkoff en la fundación del MAS, posteriormente, se quedó sin militancia, pero siempre en defensa de un sistema de gobierno cuyo norte debe girar en torno del hombre y su dignidad como persona; el respeto de los derechos humanos sobre todas las cosas.
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