inmemorian de Jesús Sanoja Hernández
por Ramón Rivasáez
Este hispanista que pese a que nació en Wegrow, Polonia el 9 de diciembre de 1902 y falleció en Caracas el 11 de septiembre de 1984, dejó una obra cultural en Venezuela imperecedera; fundamentó los estudios lingüísticos al crear en la UCV el Instituto de Filología Andrés Bello que se encargó de recopilar la riqueza lingüística venezolana.
Proveniente de una familia polaca de origen judío, sus padres huyeron del acoso ruso y luego tras muchas peripecias por Europa, arribaron a Argentina, en cuya capital el joven Rosenblat tuvo la fortuna de formarse con los escritores, Amado Alonso y el gran intelectual dominicano, Pedro Henríquez Ureña, entonces docentes del Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires.
No contento con estos formidables profesores que le estimularon a investigar con espartana disciplina, Rosenblat marchó a Berlín en cuya Universidad realizó especializaciones entre 1931 y 1933. É igualmente cursó en Madrid bajo la mirada austera de Ramón Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos, los métodos estilísticos, el rigor científico y el poder encantatorio de los autores clásicos.
En la década de los cuarenta llegó a Venezuela e ingresó en 1946, a la UCV, donde quedó fascinado por la arquitectura lingüística de los venezolanos y desde aquel momento dio inicio a su gigantesco aporte cultural que hoy es un patrimonio intangible de los que amamos y sufrimos este hermoso paraíso terrenal.
Rosenblat comenzó su laboriosa tarea de indagar, recoger, recopilar con amorosa y paciente dedicación las partículas del universo del castellano que, cotidianamente, utiliza el venezolano de todos los estratos socioeconómicos y lugares de la inmensa geografía que, empero, aún subsiste en el territorio, que ha sido sometido a saqueo cultural en las últimas décadas.
El acucioso investigador daba sus pasos para su inacabada obra monumental Diccionario de Venezolanismos, cuya primera parte fue publicada en 1983 bajo el cuidado de María Josefina Tejera, volumen que circuló un año antes de la muerte del venerable hispanista.
Elogiado por el humanista Mariano Picón Salas, quien en el prólogo de Buenas y malas palabras (1960), le calificó» el Humboldt o el explorador de las palabras», como lo admiraban muchos de sus alumnos, entre los que destacaban los poetas Rafael Cadenas, Guillermo Sucre, Jesús Sanoja Hernández y muchos más maravillados de la sapiencia de este venezolano «de lento caminar,voz pausada y entonación pedagógica que acompañaba con las manos juntas, como en actitud de rezo…»,como lo describió el poeta autor de La mágica enfermedad.
De acuerdo a otro poeta, Guillermo Sucre, para Rosenblat «el lenguaje era derroche»; y según Sanoja Hernández ésta «idea la desarrolló en El futuro de nuestra lengua»; y completó el poeta de Ciudad Bolívar «pues si lenguaje no fuese derroche, sino economía, el volapuk,el esperanto o el Basic english serían lenguas más perfectas que el griego de Platón, el inglés de Shakespeare o el español de Cervantes »
Rosenblat publicó, desde 1953, por entregas en El Nacional sus artículos Buenas y malas palabras, que en dos tomos recogió años después las ediciones Edime, Caracas-Madrid.
Según el filólogo Francisco Javier Pérez, Rosenblat «…es hoy un auténtico paradigma del trabajo lingüístico. Nos enseñó la disciplina que requiere el oficio de preguntarnos el por qué de la lengua. Nos enseñó a amar la lengua de Venezuela »
La pasión por el lenguaje hizo de Rosenblat un venezolano excepcional, quien legó una obra para indagar sobre el habla culta, el discurso coloquial y los estudios lingüísticos a partir de la literatura; a través de la disciplina y rigor científico transmitidos por sus maestros, en especial Pedro Henríquez Ureña y Amado Alonso.La lingüística es el pensamiento humano, comunicación e imaginación; «el chispazo» diría Rafael Cadenas o el llamado » duende lorquiano».
Creemos, sin duda alguna, los venezolanos tenemos una deuda de gratitud con Ángel Rosenblat; revalorizar su amor por un país que acogió al dejarse seducir por el castellano que usamos como herramienta; vehículo de creación de una utopía de nación del porvenir, en cuyo seno nació otro lingüista sin parangón, Andrés Bello, a quien rindió tributo el hispanista una vez en Caracas, donde además se quedó maravillado de la patria de Francisco de Miranda, otro venezolano universal, que la amó con pasión y devoción.