Dedico al Ing Juan Garrido.
Quizá sin pretender ser un activista político, el tenor favorito de Venezuela, Alfredo Sadel (Caracas, 22 de febrero 1930-ib 28 de junio de 1989), se vio arrastrado por la turbulencia que produjo en el país el desconocimiento de las elecciones que ganó el doctor Jóvito Villalba, al comienzo de la década de los cincuenta, circunstancia que ya tenía un trágico antecedente en el magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud.
Sadel se presentaba en el teatro «Chateau Madrid» de Nueva York, el 13 de febrero de 1951, acompañado de su amigo Aldemaro Romero cuando se entera que el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez, había desconocido el resultado de los comicios y se atribuía el triunfo e inmediatamente se auto proclamaba presidente constitucional de Venezuela.
Tal mascarada, hizo, tal vez reflexionar al artista que de un hogar modesto de la parroquia caraqueña de San Juan, que no pudo concluir su educación secundaria, había ingresado con ayuda de algunos mecenas en el Conservatorio que dirigía Vicente Emilio Sojo, y cuya meta era brillar en el Bel canto, que en su amado país un régimen despiadado iniciaba su danza de muerte y destruía los valores de la familia y la paz de sus compatriotas.
El nuevo régimen no estaba jugando, el joven artista presenció cómo la naciente disidencia fue de inmediato encarcelada, entre ellos, Luis Herrera Campins, Ramón J. Velásquez, Eligio Anzola Anzola, Tomás Enrique Carrillo Batalla, el poeta Benito Raúl Lozada, Alberto Carnevali y Antonio Pinto Salinas, éstos últimos muertos posteriormente por la dictadura.
Otro suceso trágico que conmovió el país, fue el asesinato del poeta tachirense Leonardo Ruiz Pineda, líder de la resistencia; toda esta secuencia de crímenes políticos cometidos por la bota militar impactaron en la sensibilidad del artista que, decidió adherirse a la clandestinidad, por medio de su encubierta participación, ser «correo» de la resistencia y su apoyo financiero del exilio.
Sus triunfos en el exterior, donde era un ídolo, en especial, en Colombia, Costa Rica, Cuba, México, Estados Unidos y Argentina, hizo de Alfredo Sadel, «el artista de facultades excepcionales», como lo describió años después el dramaturgo José Ignacio Cabrujas, el mejor embajador de Venezuela.
Según sus biógrafos Carlos Alarico Gómez y Antonio González González, llamado «Gonzalito», el ingeniero de sonido de Sadel, en su libro «Semblanza de un ídolo», editado en Bogotá, en diciembre de 1991, el cantante fue un efectivo «correo» a la causa de la resistencia a MPJ; no solo trasladaba correspondencia entre el exilio, sino financió a los que luchaban contra los usurpadores del poder; generosamente entregaba parte de sus ganancias; ejemplo, cedió sus joyas a Rómulo Betancourt, que se hallaba sin recursos en San José de Costa Rica, e igualmente a Carlos Andrés Pérez, que ejercía de periodista en la capital costarricense. Luego apoyó financieramente a Betancourt en su estada en territorio estadounidense.
Muchos años después, Sadel reconocía que él había expuesto su vida durante la dictadura militar, pero se abstenia de comentar su participación en la resistencia.
Hizo algo más, grabó el tema de un compositor que era preso político. Cantó y popularizó «Escríbeme» de Guillermo Castillo Bustamante, que estaba en las mazmorras de Pérez Jiménez en Ciudad Bolívar. Fue más osado esta canción, uno de sus grandes éxitos, para la época -1957- la interpretó en el programa televisivo más visto por esos días, «El show de las 12,» con Víctor Saume, pero su atrevimiento no tuvo límites, se hizo acompañar en el espacio de RCTV, por la hija del compositor!
Ese era el arrojó y temple de Alfredo Sadel.
En torno a esa demostración de valentía, algunos comentaron que quizá el régimen no arrestó al artista para no precipitar su caída; ya había mucho malestar ciudadano. Sadel tenía demasiado arrastre popular y su posible detención le iba acarrear más dificultades internas.
De todas maneras, el antiguo alumno del Colegio Salesiano de Sarria, Caracas, Alfredo Sadel, se erigió en un demócrata suigeneris, inesperado, armado del canto y de su arrolladora simpatía que, sin duda, contribuyó que Venezuela recuperara la democracia que había sido arrebatada con el golpe de estado del 24 de noviembre de 1948 que desalojó del poder al escritor Rómulo Gallegos. Sadel un auténtico valor democrático que regó por el mundo el arte venezolano, tras incursionar por la Scala de Milán y el Mozarteum de Salzburg, entre otros escenarios que le consagraron universalmente.
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