VALERA “La Calle Vargas” mató a “La Peineta”

En este lugar funcionó uno de los bares más famosos de Calle Vargas, el Lucky Streke. En la bodega La Vencedora llegaban las hetairas. Gráficas: Archivos DLA.

Con unas historias fascinantes de Don Reinaldo Parilli, hemos elaborado esta crónica sobre lo que fue y significó para Valera el sector “La Peineta” y la antigua Calle Vargas. Serie especial, ¡Tú ciudad, mi ciudad, la ciudad de todos!…

Muchos años atrás, unos 80 años aproximadamente, fue cuando la primera colina valerana tomó el apodo de una seductora prostituta. “La Peineta”, ella conservó un aire leve, un suspiro rancio y lacrimoso, una historia al borde de sus propias muertes, esa mujer era sirena escapada y  vino a posarse sobre la cresta más agreste y soleada de la naciente ciudad.

Sobre sus cabellos carbón que tocaban sus pámpanos rosa, se concitaban los encantos, las esencias vegetales atraían a sonrojados comerciantes, a boticarios, pesadores de ganado, herreros, leguleyos, estudiantes y hasta monzalbetes que se atrevían a romper las ajenas alcancías y las arcas dadivosas del Sagrado Corazón de Jesús para convertir esas monedas en sándalo y laúd de un acto crepitante e inolvidable.

Hoy Historias de Vida basándose en testimonios y relatos de excepción de aquella Valera que se nos fue como lo es Don Reinaldo Parilli quien a sus 87 años mantiene clara su memoria y recuerda con lujos y detalles la historia de nuestra ciudad, con esas historias fascinantes de Don Reinaldo, hemos elaborado esta crónica sobre lo que fue y significó para Valera “La Peineta” y la antigua Calle Vargas.

Sobre la maga-mujer-Peineta desfilaron los primeros contingentes maduros, arrugados y frescos de una Valera que no conocía el lagar, la miel, el perfume de la vida exótica.

Pero a ella se le rindió tributo inacabable, se le dio cuerpo e imagen sobre un cerro, sobre una colina verma. Y eso fue muchos años atrás, que se sucumbieran los cañamelares de Los Mayas, antes que los cujizales y los jobos del sur fenecieran para transformarse en falsas acacias.

Tiempo después cuando de “La Peineta” solamente flotaba el recuerdo: unos ojos uva, glaucos para otros, un rostro de pantera para quienes jamás alcanzaron sus favores, una cara de paloma agonizante para los que la vieron dormitar tras la aventura de la batalla felina, vino el sacudimiento colectivo, la explosión sanguínea de la Calle Vargas. “Y sólo los pequeños comerciantes, los vendedores de verdura y granos del antiguo mercado municipal, continuaban apegados, adheridos, como en torno a una caracola que siente en la arena la furia y la música del mar, en sus pensamientos a la maga-mujer-Peineta”.

El Milagro

“La Calle Vargas hizo el milagro de matar a “La Peineta”. En esa hilera de casas que morían en el «Punto de Mérida», crecieron los encantos y los despechos, las ilusiones y los dolores, las querencias y las frustraciones”.

Ser hombre representaba ir a la «calle del vício y del pecado», calificativo expresado y ornamentado con el santiguarse por las copetudas señoras del centro de la ciudad.

“Pero en la Calle Vargas acudían, como en puntillas, los reposados maridos que rompían sus cascarones de varones domados, tras rodeos malabarísticos para evadir los celos conyugales. Y allí se entraba al reino de otro mundo, al brebaje de las rancheras de Pedro Infante y de Miguel Aceves Mejía, a los boleros de «Toña», pues ya eran tan familiar que no se le decía «Negra», a la nostalgia porteña de Carlitos Gardel y a las quejas sentimentales de Garzón y Collazos.”

Con el sabor salobre y el aire del mar barranquillero, con el olor de las flores de Valle del Cauca y la picaresca antioqueña, cayeron las primeras meretrices.

Luego con sus atuendos de aguas lacustres -helechos del páramo, golpes larenses y frescores del Torbes-, se aposentaron las vecinas. “Y en las puertas de las pequeñas residencias se inició el desfile magnético de las piernas flotantes que, como los dibujos de Degas, dejaban ver apenas los filamentos de las pantaletas, rojas, azules o negras, tal carnadas o alimentos tirados sobre el lomo de las aguas para que acudieran vorazmente los peces.”

El Luky, El Camel y Chester

Del Norte y en el humo espeso del cigarrillo de moda se tomaron los nombres de los dos bares de mayor caché en el ofrecimiento competitivo de cuerpos, senos y rostros: El Lucky y Strike, El Camel y el Chester Field.

“El Lucky se esforzaba por presentar lo más selecto. Tenía una escalera de caracol que le daba un matiz de sobriedad, de residencia californiana, pero no obstante en ocasiones, el estrépito del Colt 38 hizo huir en calcetines a más de un tímido polizonte. Mientras, El Camel era más policlasista, ruidoso y colorido. Los buceadores en chulerías, querencias y altercados tenían allí sus reinos de Jalisco y continuamente salía más de un cortado por el pico de la botella esgrimada por la acorralada meretriz.”

Por el Chester Field la concurrencia masculina, rauda que transitaba como el paso de nube o el chaparrón fugaz, que no sabía de guayabos y despechos, como aquellos que tenían en sus ventrículos los nombres de las exquisitas criaturas perfumadas y “que lanzaban poéticamente las palabras Marta, Elena, Rosalba, conocía a esas anfitrionas del amor transeúnte como la «Muñeca», «La Bicicleta», «La Aguja», «La Cebolla», todas, sin embargo, con más categoría que las rameras ambulantes perseguidas por los muchachos y a quienes se les apodaba «La Garifalda» y «La Sietecodos, tristes y desgraciadas mujeres que tenían sus lechos de acción en los matorrales de El Bolo y en las orillas arenosas del río Motatán.”

A la Calle Vargas acudían sabatinamente los machitos de Escuque, Betijoque, La Puerta y Trujillo. Asimismo se filtraban los sombrerudos de los páramos, “quienes tímidamente ofrecían el mayor caudal de billetes a las damiselas de, trajes escotados y escandalosos. Entonces esas cuadras de botiquines, música estrepitosa, cuchillos y pistolas adquirían un colorido y ambiente filoso, engendrador de temores y presagiador de muertes, semejante al de aquellos pueblos del lejano Oeste donde la entrada del Bill The Kid o de Jesse Jamas, hacían brotar el color verde en los rostros de los presentes.”

«La Merideña» o de «La Nena»

Sin embargo en la amada y respetada calle no hubo un homicidio, sino trifulcas donde el imperio de los puñetazos buscaba el aplauso de las muchachas. “Y el dinero corría a montones cuando se trataba de ganar un pugilato por el amor de «La Merideña» o de «La Nena» -esta última nacida en una maravillosa casita donde se veía fluir el Sena, en las cercanías del París del ensueño, de la poesía y el amor.

«La Silla Eléctrica» tenía gran fama no sólo por su hermosura, sino que pegado a su piel había dejado de latir el corazón de un viejo-comerciante que cruzaba en esos momentos aguas tormentosas de aquel volcán femenino.”

Nuestro relator nos cuenta que a las nueve de la noche enmudecía exteriormente la Calle Vargas. Un cuarto de hora antes había sonado el pito de la policía y los gritos corrían de boca en boca en el Luky, en el Camel y demás botiquines, con ese énfasis, que depara el temor de amanecer entre rejas.

“¡Ahí viene la Wilson! se escuchaba y todos se largaban para sus casas, y las encantadoras criaturas perfumadas se zafaban de los brazos que en esos momentos calificaban de intrusos, para esperar después a sus «maridos» o «machos cabríos», y la paca de los tercios ricachones que sabían burlar la ronda.”

Todo se fue marchitando

Poco a poco el esplendor, el magnetismo de la Calle Vargas fue difuminándose, desapareciendo su colorido cálido su matiz calidoscópico como el sol que se tragan las aguas a la caída del crepúsculo. La presión de las damas ofendidas por el rapto de sus maridos en esa calle del vicio y el pecado, la Sociedad Hijas de María, los sermones altisonantes dominicales, las intervenciones de funcionarios decorados por la castidad, y un decreto que vino como anillo al dedo y en el cual se prohibía en los centros urbanos la prostitución, abrió la sepultura para que entre flores luctuosas, perfumes penetrantes y adioses melancólicos, se enterrará a la famosa Calle Vargas.

Entonces comenzó el éxodo hacia otros ámbitos, otros lares, otras tierras. Se fueron los maquillajes, con sus pestañas postizas, los rimel, las sombras, los compactos y lápices labiales “hacia El Cumbe, La Piscina y las ciudades natales. Se fue «La Silla Eléctrica» con sus espeluznantes y harto temerosos blumeres. Se fueron los ojos uva de «La Merideña». “La Nena» no quiso marcharse, quizá, un rostro joven o los recuerdos que se le aposentaban en sus carnes maduras, le invitaban a fijar allí su estancia. Maga del amor, también era maga de la costura y sus piernas tomaron otro pedal, el artificioso para crear trajes vaporosos y elegantes a la moda. Algunas meretrices siguieron su ejemplo.”

Solo quedó el nombre

Hoy de todo aquel mundo, solo queda su nombre.

De la Calle Vargas solamente iba quedando el nombre, una estela, un brillo goteante, una luz interminante en la comarca de los sueños de tantos hombres que añoraban el retorno de aquellos días felices. Y hasta la «Gallera», se fue silenciado, cayendo en el letargo, porque igualmente se exiliaron las peleas de gallos y el juego de dados, donde las apuestas eran fabulosas y el haz y el envés generaban ricos y desgraciados.

En esa Calle Vargas vivieron famosos de Valera como, el campeón de automovilismo, Tarzán Hernández y Alfredo “Fuma” Briceño, dos grandes deportistas de esa época. Además estaba la Gallera de Pancho García quien impulsó mucho las actividades festivas de la zona.

Fenecido aquel rincón voluptuoso y otrora agresivo, amor fugaz de las ofertas halló su regazo en una vieja piscina sellada por la mala suerte de ahogados y homicidios.

“Lugar nada mágico, sin esplendor, sin tintes encantadores, sin trascendencia, ni historias que se pegaran en la piel de los fustigados por las pasiones amorosas. Lugar aquel seco y sin anécdotas, a no ser aquella tan desagradable donde un chulo llamado «El Tachuelas» vendiera por cien bolívares, a la mujer más bella y jugosa de ese tiempo, y la cual fue traída en el inicio de su profesión, como la Sofía Loren Valerana”.

Luego nacieron, El Arcoíris, El Dandy, Los Bambúes, El Bombillo Rojo, La Piscina entre otros, eso si todos fuera del casco central de la ciudad.

Así de la Calle Vargas, hoy sólo queda el recuerdo nostálgico y apetitoso de una vía que fuera en las márgenes de la ciudad, el río dulce y turbulento del vicío y del pecado.

DE INTERÉS

“Habían tres mujeres muy importantes en esa Calle Vargas. Carmen Carrero era la dueña de Lucky Strike y el más famoso de todos los bares. Carmen Linares era una gran mujer y se llevó estos los peroles del Camel para montar su punto en El Cumbe. Amarilis Hernández hermana de Tarzán Hernández y propietaria del Chester Field, luego que se acabó la Calle Vargas se fue a Maracaibo y en la Curva de Molina monto un club llamado la “Gota de Leche”

EL DATO

Esta es la primera de varias crónicas que han salido luego de interesantes conversaciones con este gran trujillano, excelente hijo de esta urbe, Reinaldo Parilli. Gracias por tanta amabilidad, por facilitarnos tantos conocimientos sobre Valera y por amar tanto a su terruño.

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