El poeta nacional, quizá el más popular de Venezuela, Andrés Eloy Blanco, vivió confinado en Valera en 1935, meses antes de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, cuyo régimen lo mantuvo detenido largos años a raíz de las protestas estudiantiles de 1928.
Entre Timotes y Valera, el poeta fue confinado tras su liberación del Castillo Libertador de Puerto Cabello, en donde se encontraba atado a pesados grillos, cuya sujeción martirizaban a los presos políticos de entonces. El poeta, no obstante, a través de familiares y amigos lograba burlar la vigilancia de sus carceleros; y enviaba sus manuscritos de su futura obra poética fuera del alcance de los esbirros gomecistas.
A su llegada a Valera, Andrés Eloy Blanco, quien había nacido en Cumaná, estado Sucre el 06-08 de 1896, trabó amistad con las hermanas de Alberto La Riva Vale, posterior cronista de la ciudad, quienes le dieron la acogida necesaria. El bardo residió en una vivienda localizada en la avenida 11 entre calles 9 y 10, en el casco central.
Durante su estada el poeta colaboró con artículos y notas periodísticas en los voceros La Voz de Valera y el semanario El Espectador, medios en los cuales escribía con pseudónimos para evitar las represalias de los acólitos de la dictadura de Gómez. Trascendió que en su breve estancia, el escritor conoció a la poetisa Ana Enriqueta Terán, a quien estimuló al mostrarle sus primeros poemas que la dieron a conocer al poco tiempo.
El poeta, durante sus días en Timotes, escribió el texto La Loca Luz Caraballo que pronto se hizo popular en todo el país; en Valera se presume que no dejó de escribir, seguramente, tenía más libertad para ejercer su oficio de escritor; se estima que inició entre otros poemarios Poda, Baedeker 2000, Barco de Piedra, el drama Abigail, entre muchos textos que le erigieron en el escritor más emblemático de la resistencia a la tiranía.
Su premio en la madre patria en 1923, con el libro de poemas Canto a España, otorgado por la Real Academia de la Lengua Española, le consagró internacionalmente; AEB fue un icono contra la ferocidad del régimen gomecista; de allí la persecución y hostigamiento que sufrió a lo largo de su vida.
Luego fue protagonista en la fundación del semanario humorístico El Morrocoy Azul, al lado de Miguel Otero Silva y otros escritores como Kotepa Delgado, y artistas como Claudio Cedeño, entre otros, todos enfrentados a los regímenes de facto.
AEB fue un poeta apegado a los cánones del siglo de oro español, en especial de Garcilaso , Quevedo, Lope de Vega y Cervantes, aunque algunos comentaristas se aventuran en señalarle atisbos de vanguardismo en cuanto a la tendencia ultraísta, básicamente, pero su preocupación estética era llegar a todos los públicos, abrir la lectura más allá de los cenáculos y círculos restrictivos en que se debate la poesía, la más exquisita de las artes.
Este poeta, a semejanza de uno de sus contemporáneos, García Lorca, tenía y le acompañaba una gracia muy especial para decir las cosas, era un excelente orador, quizá, el mejor que haya tenido Venezuela.
Desafortunadamente, AEB falleció en 1955 durante su exilio político en ciudad de México, atropellado por un vehículo; sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 2 de julio de 1981. Estimamos que, unas autoridades que valoren su estancia en la ciudad, deben recuperar el inmueble donde fue su domicilio erigirle un espacio cultural para recordarle perennemente; su legado será eterno como es la poesía.