La ciudad de tránsito donde nací persiste en el recuerdo sin la deserción de la resolana y del simbólico perezoso ubicado en un árbol de la plaza Bolívar. Una ciudad ordenada consintiendo la marcha humana y ambicionando perfeccionarse en secuencia temporal. Seguro, Valera contó con todos los servicios públicos e ingredientes culturales para promover el civismo en sus calles, escuelas, liceos, Ateneo, parques, cines, areperas, cafetines, bares… e irse edificando como una bella ciudad. Por tanto, Valera está presente en un recuerdo total hecho palabras pronunciadas por muchos y recogidas por cronistas en sus libros para recuperar tópicos epocales.
Valera se impone como tema de regocijo para las viejas generaciones, pero también como asunto de preocupación para aquellos que anhelan vivir y proyectarse en una ciudad plena de servicios públicos e instituciones esenciales para la armonía y el encuentro ciudadano. Por eso, sueño a veces con una energía urbana unificada que impulse de manera decisiva los cambios necesarios para alcanzar otra figura de Valera, o, para el caso, una ciudad a resultas de las acciones de un espíritu social auténtico. De solo saber que hay asociaciones civiles, instituciones educativas, cronistas, planificadores… y representantes gubernamentales ideando esa transformación, mi alma se hincha de alegría ya que en rigor la política es «el arte de vivir y organizarse para el progreso común». Llegó la hora, entonces, de actuar con miras a robustecer «la identidad y el ánimo local» en favor de todos nosotros y de la juventud merecedora de un «contorno y valor de ciudad propio de la civilización».
Ahí y aquí, se encuentra el secreto de la Valera, 201 años.
Alexis Berríos B.