#VainasMias | La Relevancia o el Ruido: El Dilema de Nuestro Poder Ciudadano |

 

Por: Mauricio Parilli

 

En la vida nada es estático; todo evoluciona. La tecnología ha acelerado por mucho la manera en que encontramos soluciones, pero también ha desatado una paradoja.

Con la simpleza de un teléfono, se nos otorgó un poder inmenso para comunicar y denunciar, mientras la inteligencia artificial nos promete una eficiencia casi mágica. Nada de esto es cuestionable. Lo que sí nos interpela es observar cómo, en medio de esta vorágine, el rol de la sociedad civil parece desdibujarse, absorbido por un espectro público que privilegia un exceso de contenido, pero no necesariamente de sentido.

El diagnóstico es sutil pero alarmante. Primero, sufrimos la tiranía de lo efímero: los debates cruciales se han diluido en la fugacidad de los grupos de WhatsApp, donde la voz más sólida es ahogada por la más frecuente, en un torrente de memes y reacciones instantáneas. A esto se suma la progresiva comercialización de la causa. Vemos con inquietud cómo las plataformas institucionales de gremios y cámaras, otrora foros de pensamiento se transforman en vitrinas comerciales. Sus muros digitales, que deberían ser un reflejo de su misión, son hoy un despliegue de promociones y eventos. Y esto nos obliga a preguntar: ¿realmente buscamos miles de seguidores que nos aprecian como un «magazine», o anhelamos atender y agregar valor a nuestra comunidad natural?

 

Quizás el síntoma más peligroso es el silencio de la autocensura. Los espacios de opinión, diseñados para ser faros de pensamiento crítico, a menudo se convierten en «cónclaves sensibles» donde el temor a ofender fomenta la evasiva. Se le da la espalda a la opinión disidente, sin advertir que ese gesto no solo anula la crítica, sino que nos desconecta de nuestra propia base y aniquila nuestra capacidad de incidencia real.

Al seguir este camino, nos arriesgamos a algo más profundo que la pérdida de seguidores: una crisis de relevancia. Si la sociedad civil organizada es percibida como un simple canal de marketing o un club social, pierde su autoridad moral y su poder de convocatoria, volviéndose corresponsable de la apatía que critica. El impacto más grave, sin embargo, recae sobre el legado. Recuerdo con nostalgia aquellos espacios juveniles y empresariales donde las conversaciones eran profundas y los resultados, transformadores; donde se forjaban líderes y se aprendía a disentir con respeto. ¿Qué les ofrecemos hoy a las generaciones emergentes?

Una arena digital dominada por la competencia del reel y el meme es una oferta comparativamente vacía, incapaz de inspirar el compromiso que el futuro demanda.

Pero este diagnóstico no tiene por qué ser un veredicto. La solución no es una guerra contra la tecnología, sino un acto consciente de reiniciar nuestro rol y ponerla al servicio de nuestro propósito. El camino por seguir exige un cambio de perspectiva. Podríamos empezar por auditar no nuestras finanzas, sino nuestro propósito, redefiniendo el éxito más allá de las métricas de vanidad para enfocarnos en las de impacto: la calidad del debate, las iniciativas surgidas de los miembros, la influencia real. Esto podría traducirse en un equilibrio consciente, una especie de regla 80/20 donde la gran mayoría de nuestra comunicación sirva a la misión central, y una parte menor, a lo promocional.

Esto nos exige evolucionar. Más que meros creadores de contenido, debemos aspirar a ser arquitectos de comunidad. Nuestra labor es diseñar y cultivar «fogatas digitales»: espacios seguros, quizás más íntimos y moderados, donde la confianza permita el diálogo profundo y la co-creación de soluciones. El liderazgo de estas organizaciones, por su parte, debe ser valiente, modelando la conducta, iniciando las conversaciones difíciles y recordando constantemente el «porqué» de su existencia.

Una sociedad evoluciona desde su capacidad de analizarse, y eso requiere coraje, no complacencia.

Qué no diera por que volviéramos a ese encuentro con nosotros mismos que nos regaló la pandemia; a las pausas conscientes y la solidaridad, pero esta vez impulsados no por el miedo, sino por el deseo proactivo de construir una vida mejor. El poder ciudadano reside en su capacidad de organización y acción, no en su popularidad digital. No se trata de invalidar al otro, sino de volver al inicio. Es hora de dejar de ser un eco del ruido para convertirnos en la voz clara, serena y potente que nuestra sociedad necesita. La verdadera transformación comienza más allá del like.

 

Una reflexión final para lideres

Quizás este sea el momento para una pausa, para regalarnos un instante de silencio en medio de la cotidianidad de nuestras responsabilidades. En esa quietud, donde solo se escucha el pulso de nuestra propia conciencia, podrían surgir algunas preguntas.

¿Responde nuestro quehacer diario a ese anhelo profundo que nos unió en un principio, a esa causa que nos convocó, o responde más bien al eco efímero del aplauso exterior?

¿Estamos cultivando el calor de una comunidad que se apoya y se desafía con afecto, o la fría admiración de un público distante? No hay juicio en estas preguntas, solo una invitación a reencontrarnos con la intención más pura que habita en el corazón de nuestro liderazgo.

Y si estas inquietudes resuenan en nuestro interior, tal vez su eco natural sea el deseo de compartirlas. Quizás el siguiente paso no sea imponer una agenda, sino llevar una conversación sincera al alma de nuestros equipos, a ese círculo de confianza donde podemos mostrarnos vulnerables. Porque la vida misma nos

enseña que todo lo que no se nutre de su esencia, poco a poco se marchita, y en los espacios que la costumbre deja vacíos, nuevas formas de vida, más auténticas, siempre encuentran la manera de brotar.

La pregunta final, entonces, no es tanto sobre el monumento que dejaremos, sino sobre la semilla que estamos sembrando. ¿Estamos cuidando una tierra fértil para que las ideas y los líderes del mañana puedan florecer, o estamos, sin quererlo, endureciendo el suelo que las futuras generaciones heredarán?

#VainasMias

 

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