Estaba cerquita de cumplir los dieciocho cuando entré por primera vez al que años después sería mi lugar de trabajo por un buen tiempo, el hemiciclo de la Cámara de Diputados. En agosto de 1968 acababa de invadir la Unión Soviética a Checoeslovaquia para aplastar la “Primavera de Praga”. El cuerpo parlamentario debatía un proyecto de acuerdo de condena al acto de fuerza de una superpotencia militar contra un pequeño país del mismo mundo socialista. Rodolfo José Cárdenas se lució con un discurso extraordinario. También intervinieron Machín, Escobar Salón, Herrera Oropeza y Baldó Casanova. La expresión plural de la representación popular repudió aquel abuso y se solidarizó con el pueblo checoeslovaco, muestra de la universalidad del humanismo criollo, otra damnificada de esta pavorosa regresión que en nombre de la revolución se perpetra a la nación. El mismo humanismo que llevó a bautizar Lúdica a una barriada caraqueña en 1942, tras la masacre de la población de ese nombre ordenada por el “protector” nazi de Bohemia y Moravia. “Protectores” se nombraban los gobernadores impuestos por la ocupación nacional socialista. Qué casualidad.
Al año siguiente aparecería, El socialismo como problema de Teodoro Petkoff (+). El sábado pasado participé junto a varios amigos en un homenaje al autor y de vuelta a casa busqué su libro. Leo subrayado: aquellos acontecimientos tuvieron la virtud “de contribuir a deshacer entre los comunistas muchos de los mitos ingenuos y confiados, mucha de la imaginería de Epinal que solíamos asociar con la construcción del socialismo…”. Epinal es la ciudad francesa de donde es oriundo Pellerín, fundador de la empresa cuyas estampas tradicionalistas, naif y con ojos solo para lo bueno, inspiraron las aleluyas españolas y Teodoro los compara con los filtros ideológicos que impidieron a casi toda la izquierda mundial apreciar la esclerosis y la burocratización de partido y Estado, tachadas “claro y raspao” de “plagas de los países socialistas”. La buena noticia mundial es que aquel socialismo esclerótico y burocratizado se vino abajo hace tiempo. La mala noticia venezolana es que un elevado porcentaje del pequeñísimo grupo de seres humanos que no lo sabe gobierna nuestro país.
La “nueva lucidez” que pedía el libro hace medio siglo se sigue echando de menos. Su ausencia la padece el pueblo venezolano de las colas, la escasez y la hiperinflación.
Ramón Guillermo Aveledo.-