En esta ciudad donde se respira en blanco y negro y vagamos entre montones de basura y zamuros, donde la ciudadanía se perdió entre bostezos de eternas colas de rostros sosos, dignos de cualquier guion de cine al mejor estilo de Quentin Tarantino, vivió una generación de vecinos que poblaron este llano y juntos marcaron las cuadriculas de sus casas y calles y otros pocos donaron varas de terrenos para edificar un templo. Así nació Valera, sin las ataduras propias de los blasones en las fachadas y los apellidos de abolengo. Valera despuntó al calor de gente humilde que emergió en medio del trabajo, esa que una vez fue dinámica y progresista.
Hoy la realidad es gris y pesada. En algún punto traspapelamos la mirada cromática que una vez pintó de mil colores esta ciudad. La colorida visión de Dr. Julio Febres Cordero Troconis al fundar en 1886 “Amenas Veladas” o la del bardo Lorenzo Valero y Rafael Briceño Graterol en la vieja casona de Muchacho Hermanos donde fundaron “Amantes del Progreso” en 1889. Era una ciudad fecunda en tertulias e ideas y encontró en ellos a sus máximos exponentes, en una época de trashumantes comparsas de actores y envejecidos entretenimientos. Fueron tiempos, donde hasta en la sede de nuestra municipalidad se presentaban distracciones, convirtiéndose estas en nuestras primeras aproximaciones a un teatro.
El cronista Gallego Celis, nos relata que con la aparición de la electricidad, el general Emilio Rivas, inauguró en 1921 su Teatro Carrasquero, mientras que los hermanos tachirenses Humberto y Gustavo Murillo abrieron en 1926 las puertas del recordado Cinelandia, que unos años después le vendieron a Valeriano Diez y Riega, quien recientemente había llegado desde España y se había dado a la tarea de recorrer nuestros pueblos con una recua de mula proyectando películas. Es él quien crea una alharaca entre los valeranos al proyectar en 1936 en el viejo Cinelandia, el primer films con sonido “Luces de Buenos Aires”, con Carlos Gardel.
Esa mirada futurista y multicolor de estos hacendosos, permitió que Alberto Maldonado Labastida organizara en 1939 el Teatro Principal, en un local en la avenida 11, y en 1946 Juan Hack liderando el Circuito Fílmico de Occidente abriría el Teatro Valera. Esta misma empresa en 1950 creó en la esquina del punto de Mérida, el teatro San Pedro, que remplazó su nombre en 1954 por Bella Vista y en 1976 por teatro Plaza con el estreno de la película Sagrado y Obsceno. Era la Valera de Adriano González León y Ana Enriqueta Terán, la del desarrollo, ordenada, limpia y hasta con parquímetros. Esa ciudad que recibió con alborozo la edificación del teatro Libertad y su fastuoso mural en 1956, diseño del arquitecto Homero Zachinelli, el mismo que ideó nuestro parque Los Ilustres. La película no se detiene y en los años 70, Luigi Vagnoni comienza exhibir buen cine en el Teatro Delicias, en el Lazo de La Vega y simultáneamente en el recordado Autocine Las Acacias. Como colofón de aquella época abrieron puertas el Teatro Avenida en las instalaciones del colegio Salesianos, el Cine Club del Ateneo de Valera y en los nuevos tiempos con una corta actividad la Cinemateca y las modernas salas del centro comercial Plaza. Los valeranos crecimos disfrutando de nuestros cines y la influencia de las grandes estrellas del celuloide, sobre todo las mexicanas. Fueron tiempos de logros y progreso que hoy se descoloran en nuestras añejas memorias. Valera vivió sus momentos en tecnicolor y alegrías que hoy sufren una mutación como una desgastada película donde la imagen y el sonido no se sincronizan. (Cronista Pedro Bracamonte Osuna)