Después de tan difícil camino empiezan a aparecer en el horizonte nítidas señales que parecen augurar que el final de éste régimen está cerca, que pronto se producirán cambios que enrumbarán nuevamente a nuestro país dentro de los principios y valores que lo caracterizan como república libre y democrática, son señales que parecen anunciar tiempos gloriosos para el país, en los que será superada la injusticia y la maldad y en los que el amor entre los venezolanos se sobrepondrá al odio y la rivalidad. Que anuncian un país en donde podremos vivir tranquilos, fraternalmente unidos, seguros, confiados en el porvenir y en el que nuestros sueños podrán realizarse libremente. Un país donde todos los habitantes, sin distinciones sociales o políticas tendrán garantizadas la satisfacción de sus necesidades básicas y el respeto de sus derechos ciudadanos. Y, también, que volverán tiempos donde nuestros hijos contarán con las mejores condiciones para desarrollarse física, mental y espiritualmente, tendrán acceso a una educación de calidad, dentro de un contexto social y cultural sano, que respete su libertad de pensamiento y estimule sus fuerzas creadoras. Serán tiempos mejores en donde habrá justicia y libertad y en que podremos convivir como hermanos.
Cada día que pasa, se sienten más intensamente esas señales de cambio que parecen anunciar el final de un régimen, prepotente y envilecido, que ha pretendido desconocer los derechos del pueblo, maltratarlo, humillarlo y subyugarlo. Pero, cuando a ese pueblo se le creía exánime, ya agotadas sus fuerzas, renacieron sus anhelos de libertad, y, dando formidables muestras de valor y heroísmo, asumió la defensa de los principios consagrados en la Constitución, amenazando con dar al traste las pretensiones del autócrata que ambiciona reformarla a su conveniencia para perpetuarse en el poder.
Han sido años muy duros en los que hemos presenciado cómo un país, que era antes próspero y donde abundaba la abundancia y el bienestar, ha sido reducido por motivo de la ineptitud y la corrupción a un estado de precariedad y postración. Venezuela, tierra de gracia, a la que Dios se esmeró con sumo cuidado para dotarla de todas las riquezas necesarias, tenía un potencial de desarrollo único que, de haberse administrado con honradez y sabiduría, la habría colocado entre los países más prósperos y felices del mundo. Pero, paradójicamente, y por obra de malos gobernantes, en estos momentos, es un país arruinado, con todo un parque industrial improductivo y convertido en chatarra, sus campos, antes ricos en cultivos y ganadería ahora yacen arrasados, la riqueza minera en manos de intereses extranjeros. Además, todos los problemas sociales se han adueñado del país, sobresaliendo mundialmente en niveles de pobreza, inseguridad personal, insalubridad, desnutrición, mortalidad infantil, desempleo, escasez de alimentos y medicinas e insumos médicos, a lo que se le agrega una deuda externa que compromete futuras generaciones. Como nunca antes en su historia republicana éste pueblo había sido tan humillado y tan cruelmente maltratado como ahora.
El régimen está llegando a su fin, pero se resiste, se aferra irracionalmente al poder, es obvio que languidece, todas sus manifestaciones lo demuestran, pero son víctimas de tan soberbia egolatría que no les permite verse fuera del poder, el miedo se apodera de ellos cada vez que lo piensan y entonces reaccionan extremando sus cobardes mecanismos represivos contra un pueblo indefenso. Pero, el tiempo se les agota, el ciclo en el poder se les cierra, ya es hora de preparar la retirada y de no seguir obstruyendo el curso de la historia. Está por abrirse una nueva página que marcará el inicio de una nueva era, en donde volverán a triunfar los supremos valores que sustentan a nuestra patria soberana.
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