Nos acercamos al 30 de abril y el país prepara la gran fecha elegida para la beatificación de José Gregorio, el primer laico venezolano que se acerca a la santidad con pleno reconocimiento. El mismo día que fue canonizada, el año 2000, la misionera de la Misericordia. Un día de agradecimiento y esperanza, un viernes de alegría en tiempo de cruz. Una luz en medio de esta pandemia que deja tanta desolación a su paso, en este momento del Vía Lucis pascual.
El paisano trujillano ha tenido que esperar largos años para llegar a este momento. Y será al pie del Ávila, en el Colegio La Salle, no en la Ciudad Universitaria, donde tendrá lugar la ceremonia que se verá en toda Venezuela y más allá de las fronteras. Justo en el año dedicado por el Santo Padre a San José y a la Familia, y cuando la Iglesia en nuestro país ha querido celebrar un tiempo de gracia dedicado al laicado. Son coordenadas perfectas en medio de un virus que nos ha encerrado en nuestros hogares para crecer en una dimensión interior y esencial.
La celebración anual de José Gregorio será el día de su nacimiento, el 26 de octubre, cada año. Así, su pueblo bendecido de Isnotú, que le vio venir al mundo, recibirá un gran privilegio. Un buen y merecido regalo para los queridos trujillanos. También allí se celebrará la Misa de acción de gracias por la beatificación, en fecha aún no definida.
Los santos son para toda la Iglesia, pero su tierra de origen siempre recibe dones particulares. José Gregorio además de trujillano es muy sudamericano y universal. Su devoción se ha extendido por todos los continentes y más cuando los venezolanos nos convertimos en inmigrantes y hemos sembrado su devoción muy lejos de nuestra tierra. Y en este año de plaga más aún, porque a todas partes ha llegado su fama de epidemiólogo, excelente médico e investigador que se dio a pobres y ricos, dispuesto siempre a hacer favores y conseguir de Dios grandes milagros. En estos años se ha reconocido su labor de profesor universitario, de hombre de virtudes humanas y corazón grande. Un venezolano ejemplar que puede inspirar mejor la nueva evangelización y los estereotipos que necesitamos para sacar a nuestro país de esta difícil encrucijada moral, social, cultural, económica y política.
Es importante constatar que José Gregorio Hernández tuvo una sensibilidad artística y humana poco corriente. Y que su formación científica fue creciendo de la mano de su espiritualidad y de su fe. No tuvo una sencilla preparación de primera comunión, como tantos profesionales venezolanos, sino un crecimiento de su formación espiritual y religiosa acorde a su desarrollo cultural y profesional. Sin duda fue un gran humanista católico a la medida de nuestra época.
No le bastó con la fe de sus padres, porque comprendió que aunque la base sea buena, no es suficiente. Para llegar a ser profesional con mayúsculas, hay que ser hombre de oración, de piedad cotidiana y estudio, persona que hoy llamaríamos de unidad de vida. Por eso es un gran ejemplo para el laicado venezolano. Junto a él podemos ver cercanos a nosotros otros laicos y laicas que deben recibir gracias de su luz, este año. Citaré solo aquellos que el Padre Cesáreo Gil, eligió para formar parte de la Colección Modelos venezolanos de vida cristiana (Ediciones Trípode) que José Gregorio Hernández encabezó: Cecilio Acosta, Juan Vicente González, Tulio Febres Cordero, Mario Briceño-Iragorry, J.M. Núñez Ponte, Néstor Luis Pérez, Jacobo Dib Haje, Rafael María Baralt, Caracciolo Parra León, José Izquierdo, Felipe Larrazábal, Luisa Cáceres de Arismendi, Juan Germán Roscio. Lástima que no se continuó esa colección, inspirada por el Sínodo sobre los laicos, porque apenas están algunos, pero faltan muchos y muchas más. Y sobre todo es necesario que se conozcan a fondo esos quince para que realmente sean modelos de vida y no simplemente de bibliotecas.
Confiamos en que José Gregorio y el Consejo Nacional de Laicos, nos ayudarán a desempolvar a los nombrados y a los muchos que debemos rescatar sobre todo en este año de su beatificación, cuando San José y la Sagrada Familia deben ayudarnos a centrar la mirada en las auténticas dimensiones de las personas católicas, en medio del mundo. Y también en sus familias y hogares, donde mujeres y hombres libres, ricos en fe y amor trascendente, deben constituirse en auténticas luminarias para una cultura a la medida de la dignidad que Dios nos reclama para la paz y el bien del mundo.
Beatriz Briceño Picón
Periodista UCV/CNP
Fundación Mario Briceño Iragorry