Por estos días se cumple un nuevo, callado y quieto aniversario del nacimiento de un hombre importante para la independencia venezolana, oculto y olvidado tanto por la historiografía tradicional, como por la “ciudad letrada” del bicentenario de hoy, han tratado de desconocer a este héroe, al igual que al padre Francisco Antonio Rosario, pero ambos, se alzan con toda su luminosidad, como lo que son: héroes de la inmortalidad.
Para 1813, y en esto coinciden varios historiadores de la talla de Indalecio Liévano Aguirre, no existía eso que llaman conciencia americana, ni nacional, como identidad ideológica, política, cultural y hasta espiritual, frente a lo que se denominaba la “Madre Patria”: España.
Muy pocos criollos se enorgullecían y enarbolaban el ser americanos ni venezolanos, ni colombianos; deambulaban entre ser indianos, no aceptados por los indígenas, y ser españoles, no aceptados por los peninsulares, el Libertador explicará dos años más tarde que, «no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles… Nosotros estábamos en un grado todavía más debajo de la servidumbre; y por lo mismo con más dificultad para elevarnos al goce de la libertad» (Bolívar. Carta a Kullen. Kingston. 1815); sin derechos en el país de nacimiento, era una suerte de bastardía psico-sociológica, de ese extraño cordón umbilical. Quizás por eso, Mario Briceño Iragorry fue lapidario al señalar en su mensaje sin destino, que «no hemos llegado a la definición de pueblo histórico que se necesita para la fragua de la nacionalidad» (Briceño, 25); faltarían ciertos hechos constructivos de la venezolanidad, como la conciencia y mentalidad colectivas, los elementos y características fundamentales en el cimiento de la nacionalidad.
A un nativo del Valle de Bomboy (Trujillo), que participó en la Conspiración de los Mantuanos en 1808, detenido, juzgado y confinado por el régimen monárquico; luego vinculado a los sucesos de abril de 1810, andando con su colega abogado Roscio, uno de los “demonios” anticoloniales, le cupo en 1811, ser destacado congresista, constituyente y corresponsable de los primeros pasos dados por la república libre e independiente, inagotable documentación hay sobre su actuación al servicio de la primera república; además, de su luminoso pensamiento y verbo radical en el impulso para la declaratoria de independencia, es decir, puso su noble adobe en la pretendida construcción inicial de la nacionalidad. Su nombre: Antonio Nicolás Briceño, hombre republicano, abogado, militar, filósofo y de acción, defensor de la Provincia, antirracista, enemigo de la corrupción administrativa, protector de los derechos humanos.
De profundas ideas liberales francesas, pudo y supo interpretar el momento revolucionario y la necesidad de darle un vuelco a la situación, mediante un verdadero impulso que diferenciara y acentuara las contradicciones fundamentales de la lucha contra la monarquía y el colonialismo. No existía una caracterización y afirmación ideológica particular en aquel pueblo rebelde, que pretendía ser libre.
Un hombre de su temple y formación, sabía que eso no surgiría de un hecho portentoso, era necesario –aunque doloroso y traumático-, dar rienda suelta a las fuerzas de la aversión, del encono y el rencor, ante el evidente fracaso de las fuerzas tibias y fraternas de la incipiente república. Caída esta, Briceño continúa la guerra, para lo cual había organizado su fuerza militar, entre ella, su pequeña legión francesa. En 1813, enterado de las dificultades para convenir y entenderse que existían entre Bolívar y el jefe neogranadino Castillo y Rada, el 20 de marzo llegó a San José de Cúcuta; hombre hábil en materia de conciliaciones judiciales y políticas, les propuso un proyecto de acuerdo que estos jefes aceptaron así: «Como jefes primero y segundo de las fuerzas de la unión… aprobamos las precedentes proposiciones, exceptuando únicamente el artículo segundo, en cuanto se dirige a matar a todos los españoles europeos; pues ahora solo se hará con aquellos que se encuentren con las armas en las manos» (Ruiz Rivas, T1, 184); evidentemente, les propuso a estos, la línea definitiva de la Guerra a Muerte a los españoles y canarios. El Diablo Briceño, se convertía así, en precursor de la idea de la guerra a muerte, y a la vez, en forjador de la conciencia colectiva, el trazo conciencial necesario en aquellos tiempos admirables para la rebelión y el futuro que elevaría a una comunidad de gentes, a su nacionalidad.
Antonio Nicolás, era un hombre de firmes convicciones, no existía en él cobardía, se levantó por encima de disquisiciones militares y salió como Comandante de Caballería en campaña militar, pero antes, el 16 de enero de 1813, publicó en un sitio conocido como Los Heredia, en el valle del Magdalena, su proclama de ofensiva letal o guerra a muerte a todo español y canario, premiando con ascensos a sus soldados, de acuerdo al número de cabezas humanas que presentaran, lo que le dio una coloración de crueldad. La polémica proclama, deslindará los dos campos y bandos del conflicto, adquiriendo el carácter de revolución independencista de la nación Gran Colombia.
Para el precursor de estas intimidantes ideas de formación de la nacionalidad, era inaplazable establecer una especie de status de inmunidad para todos los criollos, colonialistas o republicanos, y a la vez, la guerra total, sin cuartel y violenta contra los españoles en armas o no, con el objetivo determinante y claro de promover, fomentar y formar una conciencia, disposición y espiritualidad nacional americana, frente a la española monárquica; mentalidad nacional que se expresará definitivamente en el campo ideológico del conflicto armado, ya que esto, definía una verdadera guerra de emancipación, y no, una simple guerra civil entre colonos.
Bolívar, el Brigadier General, el 15 de junio de 1813, viendo y sintiendo la presión de la realidad de ese momento, retomó la propuesta de Briceño y dictó y firmó el famoso decreto de guerra a muerte, «Españoles y Canarios: contad con la muerte, aun siendo indiferentes. Americanos: contad con la vida, aun cuando seáis culpables»; que todavía retumba en las cavidades recónditas de nuestro Trujillo colonial.
Este extraordinario aporte político ideológico, lo dio este olvidado personaje trujillano: el coronel y Dr. Antonio Nicolás Briceño, apodado “El Diablo”. Como lo escribió Vicente Dávila, hay una gran deuda histórica con este «prócer y mártir de la causa americana, por haber tenido el primero el arrojo de proclamar, desde las murallas de Cartagena, guerra a muerte al español nativo» (Dávila, 32). Fue sin duda alguna, el “Diablo” Briceño, el prócer inmortal, el incomprendido guerrero, que tuvo la idea y la iniciativa de impulsar en 1813, la idea de la guerra a muerte, contra toda idea pesimista sobre el destino de la Patria, y asimismo, el aporte para construir el cimiento de la conciencia y mentalidad colectiva nacional.
En el 240 aniversario de su nacimiento, honor y gloria a este patriota gigante, orgullo de Venezuela toda.