UN CAPITULO DE LA HISTORIA DE LA MEDICINA EN EL ESTADO TRUJILLO | SOCIEDAD ANTICANCEROSA 40 AÑOS

Por: Raúl Díaz Castañeda

 

In memóriam

Pedro Bracamonte Osuna, Cronista de Valera

 

Raúl Díaz Castañeda

Primera etapa

El 30 de noviembre 2022, la Sociedad Anticancerosa del Estado Trujillo (SADET) llegó a cuarenta años al servicio de la salud de esta región y la de estados limítrofes. Ocho lustros de crecimiento que comenzó como respuesta preventiva y de diagnóstico temprano del cáncer del cuello uterino, que en el transcurso de estas cuatro décadas ha ido ampliándose a otras neoplasias, con énfasis en las de mamas y próstata, y en los últimos cuatro años a otras especialidades. Este capítulo comienza, pues, en 1982.

Como lo saben quienes se han interesado por esta experiencia exitosa dentro de una región crónicamente deprimida en lo económico y con graves problemas sociales, la fundación de este organismo de salud pública no fue una apuesta casual, sino el proyecto muy bien elaborado por un experto de la ginecología, el doctor Rafael Isidro Briceño (San Jacinto, Trujillo capital 1917; Valera, 2006), conocedor a fondo del cáncer del cuello uterino como problema social, con sólido prestigio profesional y de rectitud ciudadana que le otorgaba una enorme credibilidad en el conglomerado trujillano.

El doctor Briceño, con los doctores Pedro Emilio Carrillo, José Gil Manrique, Ramón Vielma Briceño, Sixto Méndez León, Rogelio Montes Domínguez, Manuel Justino Nadal, Alfonso Delgado Urdaneta, Luis Portillo, Lesbia de la Torre de Moreno, José Valecillos, Luis González Ortiz y Héctor Zambrano, al ser transferidos en 1958 del pequeño y heroico Hospital Nuestra Señora de la Paz al flamante y muy bien equipado Hospital Central de Valera, formó parte de un muy bien estructurado y orgulloso equipo de trabajo que logró  poner a funcionar con sorprendente eficiencia  al para la época gigantesco organismo con tecnología entonces de punta, totalmente profesionalizado. Constituyeron un formidable capital social que cambió la fisonomía y el destino de la pequeña ciudad que todavía era Valera, segundo hito de alto rango en el despliegue vulturino de su afanosa sociedad civil, después de demostrar su musculatura para los grandes esfuerzos con la construcción de esa maravilla que es la catedralicia iglesia de San Juan, uno de los 12 templos católicos que tiene la ciudad.

(Fui uno de los doce médicos recién graduados que con el cargo de residentes comenzaron su carrera profesional en ese hospital. Allí, con aquellos entusiasmados veteranos, di mis primeros pasos firmes en el ejercicio de esta exigentísima profesión, porque mi formación  de pregrado en la Universidad de los Andes (cuatro años) y en la Universidad Central de Caracas (los dos años finales)  había sido muy inconsistente, con poca práctica, y con profesores que, en mi grupo alfabético, nunca se salieron de  la rutina del programa para preguntar por nuestras inquietudes o para señalarnos caminos; aquellos claustros eran fríos ambientes de profesores graves y silenciosos, algunos represivos, en consonancia con la dictadura de entonces, otros, quizás, temerosos de ella. Sinceramente, salí de esas casas que se decían de estudios superiores, con el sentimiento de no deberles nada. Todo lo contrario de aquel maravilloso Hospital Central de Valera, que fue abierto en período democrático. Consigno este primer paréntesis porque los avances tecnológicos han terminado por deshumanizar a la mayoría de los médicos, que han olvidado o no oyeron  la famosa frase de “El médico que sólo sabe medicina, ni medicina sabe”, que fue atribuida a Pasteur,  aunque su autor fue el médico y humanista catalán José Letamendi, aunque también pudo ser dicha por Gregorio Marañón, José Ingeniero o JoséGregorio Hernández. )

Pero doctor Rafael Isidro Briceño, con postgrado de dos años en la Universidad de Pensilvania y después, durante un año, ya con el honroso título de Maestro de la Obstetricia y Ginecología Latinoamericana, que le fue otorgado por un congreso internacional de la especialidad, con reactualizaciones de alta categoría en el Masachussettd General Hospital de Boston, el Hammersmith de Londres, uno de los más importantes centros de investigación médica de Inglaterra, el Chelsea and Westminster Hospital for Women, el Infirmary Maternity Hospital de Liverpool, la Clínica para mujeres de Viena y la Clínica de Ginecología y Obstetricia de la Universidad de Gratz de Austria, con una clara visión de la realidad regional, avanzó un paso más al crear en la Unidad Sanitaria de Valera una consulta de planificación familiar que al ampliarle el círculo de su especialidad hospitalaria, le permitió ver de cerca la inmensa tragedia que para la célula familiar significaba el cáncer del cuello uterino, de alta incidencia en los sectores más bajos de la estructura social, en los que la madre multípara era la base de esa unidad, de modo que al enfermarse vulneraba significativamente el endeble andamiaje que la sostenía. Buscar para ese complejísimo problema una solución práctica y sostenible fue desde aquel momento su propósito, materializada con la fundación de la Sociedad Anticancerosa del Estado Trujillo, que comenzó con un servicio de citología de pesquisa, conectado para el tratamiento con su departamento de obstetricia y ginecología del Hospital Central (ya con el nombre de Pedro Emilio Carrillo) y un novedoso programa educativo en institutos docentes para con maestros voluntarios involucrar a los niños y adolescentes en el conocimiento de la muy grave circunstancia, para que en sus hogares respectivos sirvieran de facilitadores de la solución, que tenía como barrera la ignorancia y el nefasto machismo ancestral. Los coordinadores de ese programa fueron la profesora Honoria Vieras y el odontólogo  Nelson Borjas, y los resultados fueron sorprendentes. Una prueba más de que la educación con objetivos bien definidos es la piedra sillar del progreso social.

Confiado en la compacta fortaleza de la sociedad civil valerana, cuando de enfrentar problemas colectivos se trata, el doctor Rafael Isidro Briceño, con voz de almuédano la convocó para emprender aquella misión que se impuso cuando en un accidente de tránsito perdió el uso de una de sus manos quirúrgicas. En ese momento inicial y en los siguientes escalones de la primera etapa, que se cierra con su muerte el 26 de septiembre de 2006, repitió muchas veces ese llamado y siempre acudieron a él voluntades resueltas a meterle el hombro al proyecto. Fueron casi legión y nadie buscando figuraciones de pantalla. De aquel grupo recordamos con justicia a Pradelio Bracho Padrón, Francisco Omar Araujo, Tony Rodríguez Palazzi, Alicia Jelambi, Joaquín Padilla, Aura Salas Pisani, Héctor Bin, Elio Raggioli, Paolo Longo, Horacio Di Rosa, Jesús Montilla Torres, Levy Benarroch, monseñor Heberto Godoy, Francisco Crespo Salas, Gloria Barrón y Carlos Alonso Fierro.  Y en el día de recolección de fondos, los muchachos del Colegio los Cedros y de la escuela Madre Rafols, quienes en los famosos potes sellados recibían las modestas contribuciones de buhoneros, buseteros, empleados menores de tiendas, quincallas y quioscos y el hormiguero de transeúntes en las calles del centro de la urbe, motivados por Diario de los Andes, diario El Tiempo, Rradio Turismo y Radio Valera. Incluso contribuciones de la gente de Trujillo capital animada por Guillermo y Leonardo Torres a través de Radio Trujillo, y de Boconó y Carache. Un enorme capital social que sabemos está siempre dispuesto a dar su máximo para empresas de beneficio comunitario, si quienes lo convocan están libres de sospechas. En el cuaderno “Lo que somos y lo que hacemos”, publicado en 1994, la SADET en agradecimiento consignó una larga lista de personalidades e instituciones que contribuyeron para la construcción de la sede del organismo, inaugurada el 24 de septiembre de 1993.

En aquella primera etapa, en la casa que había sido la familiar de la odontóloga María Pura Pérez, en la calle 9 con avenidas 12 y 13, comenzó con honrosa modestia su trascendente misión el doctor Rafael Isidro Briceño. Lo acompañaron en el propósito, cada uno hasta la muerte propia,  tres ciudadanos históricos que en otras instancias habían demostrado su desinteresado amor útil por Valera: el odontólogo Jacob Senior, el señor Alfredo Tulene y el abogado Gustavo Orta Áñez; en el bufete de este último, en el Edificio Yayalile (avenida Bolívar con calle 17) comenzaron las primeras reuniones de la primera junta directiva, con la vicepresidencia de ese gran señor que fue el empresario don Jorge Dubuc, a las que yo asistía en algunas ocasiones en calidad de invitado especial. El periodista Luis González, también en aquellos primeros pasos y hasta su muerte, fue el vocero público de la institución. En la parte asistencial ginecológica, el colaborador fundamental fue el doctor Hugo Rivas Cols, formado en la especialidad por el doctor Briceño, médico de conocimientos muy bien sustentados y de una honestidad ejemplar. El patólogo Ramón Zavala Nava y el hematólogo Efraín Miliani Médici, lo asesoraron en aspectos específicos del cáncer, el gastroenterólogo Carlos Gómez de Luque y la cardiólogo Flor Canelón abrieron modestas unidades de diagnóstico en sus respectivas especialidades, y una médico general, Rosa Delgadillo, con empático entusiasmo juvenil era la seleccionadora de los pacientes en primera consulta. Este pequeño grupo de colaboradores trabajó gratuitamente con la coordinación secretarial de Auxiliadora Cuevas. Y cuando once años después la Sociedad se instaló en la sede actual, en la recolección de fondos y las relaciones interinstitucionales comenzó la entrega total del llamado Comité de Damas, que integraron con participación activísima Paquita Pérez de Dubuc,  Ligia de Muchacho, Esther Montero de Bin, Gladys Cañizález de Rubio, Adriana Di Filippo de Di Michele, Yolanda Briceño de Raggioli, Camila Serpellini de Contessi, Lucciana Marchiandi de Richardi, Margot Estrada y Nancy Rosales, con un solo hombre acompañante, Hilario Reali, a quien en broma le decíamos ¡Bendito eres entre todas las mujeres!

Los médicos que en este segundo escalón colaboraron con la Sociedad en horarios de conveniencia fueron, que recuerde, Anastasio Sáenz, Oscar Nava Rullo, Gustavo Montilla, el diario amable consultante Pedro Rojas, José Antonio Román,  Audomaro Rojas, Henry Corzo, Luis Echeverría Araque, Silvio Carrillo, Elizabeth Rodríguez, Brigitte Meir, Rafael Colmenares, Yajaira Rangel de Rangel, Juan Yánez, Fernando Aranguibel,  Hugo Caldera, Gladys Pérez, Leonardo Viloria, Alfredo Viloria Cestari, Alberto Chocrón, Gustavo Chaparro, Oscar Calderón, Francisco Marval, Olimpia Quijada, Cruz Carrillo, Evencio León Tang y Antonio Pérez Barreto. Este último, además de cirujano, fue el primer director de la Clínica de Pesquisa. También fueron directores, quien esto escribe, Alí Terán, Juan Torres, Iván Lobo Quintero y José Molinos. Casi todos ellos y por varios años bajo la coordinación secretarial ejecutiva de Nelia Salas, con la ayuda de Ninoska Moncada.

(Creo necesario citar en este recuento de la historia de la SADET y  de su Clínica de Pesquisa, algunas manifestaciones del entrañamiento afectivo que a lo largo de estos 40 años algunos de sus miembros han mostrado para la institución.

El doctor Ramón Zavala, primer patólogo de la Clínica de Pesquisa de la SADET, enfermó de cáncer de colon, de lo que murió. En una de las urnas que un día llevaron a la morgue del Hospital Central, donde trabajaba, le sorprendió la figura de un Cristo  tallado en madera, en posición de crucifixión, desde luego, pero sin la cruz. Lo tomó y lo guardó como una curiosidad artesanal. Pasados unos años le pareció que no debía tenerlo como suyo, por lo que consultó al padre Abad, salesiano de la iglesia de María Auxiliadora. Este no vio falta  grave en aquello, bendijo la figura y le dijo que la conservara con el debido respeto. Al final de su enfermedad cuando el momento último  ya estaba muy cerca, con devoción que nunca antes manifestó, le pidió como favor a ese Cristo que le prolongara la vida hasta dar por terminado un propósito familiar que no quería dejar inconcluso. Logró eso. Agradecido, pensó que el Cristo debía pertenecer a la ciudad, a Valera, y no encontró mejor manera de dejarlo en lugar seguro que con una carta explicativa pasarlo a la custodia de la Clínica de Pesquisa. En el muro derecho a la entrada de esta, cuelga  ese Cristo de Zavala.

También guarda la Clínica dos colecciones de 5 volúmenes empastados cada uno, con los 22 números  de la Revista del Colegio de Médicos del Estado Trujillo,  publicados entre 1948 y 1973, que recogen trabajos científicos e históricos que constituyen un importantísimo acervo cultural regional. Esta colección fue donada por el doctor Pedro Emilio Carrillo, fundador y director de la revista durante ese largo lapso.

En  la pared a la entrada del auditorio Jacob Senior aparecen los retratos de los cinco médicos más destacados en los doscientos años de Valera, allí colocados en el año 2020 en homenaje a la ciudad bicentenaria. Los doctores Pedro Emilio Carrillo, Rafael Isidro Briceño, José Gil Manrique y Ramón Vielma Briceño, rodeando el retrato al óleo del doctor José Antonio Tagliaferro, tachirense que por varios años vivió en Valera a principios del siglo XX, quien como médico, educador y emprendedor ha sido uno de los hacedores de nuestra ciudad. Ese retrato fue enviado al doctor Pedro Emilio Carrillo para ser colocado en la dirección del Hospital de Valera en 1957, pues este instituto llevaría el nombre del doctor Tagliaferro, pero al caer la dictadura de Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, la cegata estulticia política no aceptó el cuadro porque el doctor Tagliaferro, uno de los venezolanos más ilustres, era el padre de la esposa del ministro de sanidad de la dictadura, Pedro Gutiérrez Alfaro, médico obstetra de gran prestigio profesional e individuo de número de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela,  hijo de Pedro Elías Gutiérrez, el autor de Alma Llanera, segundo himno venezolano. El doctor Carrillo guardó el retrato y poco antes de morir me lo dio para resguardo, y yo lo devolví a la ciudad a través de la Clínica de Pesquisa.

El supradicho señor Alfredo Tulene, a quien he citado como fundador fundamental de la Sociedad Anticancerosa del estado Trujillo, y cuyo nombre lleva el otro auditorio de la Clínica, era hombre ilustrado con extensa y sólida formación cultural, estudioso del arte prehispánico y colonial venezolano y de la paleontología en el estado Trujillo, creador, con su esposa y su hija, del Museo Tulene Bertoni, donado a la ciudad, del que hace tiempo no tenemos noticias. Coleccionista de obras pictóricas de artistas populares, las donó a la Sociedad Anticancerosa del estado Trujillo.)

Segunda etapa

Como antes dije, la segunda etapa comienza el 24 de septiembre de 1993, en la sede actual, esquina de la avenida 13 con calle 6. La clínica ya está consolidada. Con los médicos trabajaron excelentes enfermeras profesionales, siendo las primeras Gladys Aldana, Ana Haydee Durán e Ilse Abreu, y las auxiliares Alba Valecillos, instrumentista del pabellón quirúrgico,  y la diligente Aurora González. En la unidad de registros médicos Ana Victoria Peña, Carmen Valero, Dilia Villegas, Dalia Becerra y Blanca Rosales. Las multiplicadas camareras Benedicta Hoyos y Ana Carrera. Y como dato anecdótico anoto que la enfermera profesional Nieves Cala, esposa del cardiólogo Nilo Valbuena, fue la primera paciente de la unidad de quimioterapia, y tras esto, por tiempo breve, integrante del Comité de Damas que había conseguido de BANDES el equipamiento de esa unidad, a la  que se le dio el nombre de la señora Nieves Cala como reconocimiento simbólico al Comité.

En la misma época el doctor Jesús Matheus, siquiatra, dictó cursos de fortalecimiento sicológico a pacientes oncológicos, y al mismo tiempo se organizó un grupo de apoyo logístico a estos pacientes, particularmente para la quimioterapia y la radioterapia que tenían que ser aplicadas en hospitales de otras ciudades, en el que tuvieron una significativa participación Nelia Salas y los educadores Ana Duarte y Humberto Villegas, que en varias oportunidades gestionaron y recibieron importantes aportes de la empresa nacional Polar, y atención oportuna y solidaria en algunas clínicas de Maracaibo, Barquisimeto y Caracas dedicadas a estos tratamientos.

La Unidad de Patología la fue fundada poco después por el doctor Evencio León Tang, con su microscopio particular y ad horem.

Por este trabajo mancomunado y de extraordinaria significación social, la Clícnica de Pesquisa de la SADET, cobró (y la mantiene) paradigmática relevancia nacional, por lo que en el año 2012 logró de la organización Venezuela Competitiva el Premio a la Excelencia, edición 2010/2011.

(Intercalo un tercer paréntesis para destacar el desempeño de la técnico radiólogo María Molina, quien tiene laborando conmigo 42 años, 20 de ellos en la SADET. Durante ese larguísimo lapso nunca ha faltado a su trabajo por enfermedad ni por fortuitas diligencias personales.)

Tercera etapa

La tercera etapa de la Clínica de Pesquisa de la SADET comienza con la muerte del doctor Briceño en septiembre del 2006. Para sustituirlo como presidente emérito de la Sociedad, fue nombrada Esther Montero de Bin, del Comité de Damas, como segundo reconocimiento al grupo, conmigo de vicepresidente para la consideración de los asuntos médicos específicos. Este período, por varias causas que obligaron a un reajuste, duró poco, de manera que con la asesoría legal del doctor Gustavo Orta Áñez se procedió a elegir una nueva junta directiva que presidió Elio Raggioli. Concluido este mandato asumió la presidencia Víctor Hugo Serrano, a quien sucedió el doctor Evencio León Tang, y a este el ingeniero César Emiro Ponce, hoy en el cargo.

Esta sucesión de distintas personalidades merece unas breves reflexiones. Primero, que no se dio la tan común discriminación de género. Segundo, la diversidad de ocupaciones: una voluntaria social, un empresario de la construcción, un gerente comercial, un médico y un ingeniero agrónomo. Tercero, el común denominador de una identificación plena con los principios estatutarios de la organización. Y cuarto, la renovación periódica de los miembros de la junta directiva, lo que es saludable para el refrescamiento de ideas y apertura de nuevos proyectos. La perdurabilidad de estas corporaciones de proyección social debe depender de sí mismas, de su consonancia con el entramado comunitario al que dirigen sus acciones, de su fortaleza institucional, no de individualidades circunstanciales; nadie en ellas debe ser imprescindible, aunque todos los que en ellas trabajen positivamente sean por útiles necesarios. Es, repito, lo que se llama capital social, a lo que hay que agregar lo que tantas veces nos ha dicho el destacado economista regional Eladio Muchacho Unda: una buena y desprejuiciada capacidad para escuchar; no para oír, para escuchar, y abundancia de corazón.

SADET hoy

Hasta hoy la SADET ha sido ejemplo de eficiencia, creatividad, disciplina laboral, transparencia administrativa, capacidad para la optimización de recursos y solidaridad social. Para cumplir hoy con sus compromisos asistenciales tiene un personal de 48 trabajadores, que sirven de apoyo a los 60 médicos especialistas que brindan una atención de buena calidad a los doscientos pacientes que a diario acuden a buscar solución a sus complejos problemas de salud. Es una estructura bien articulada, vigilante de sí misma, hoy conducida con acertadas realizaciones por su Junta Directiva bajo la presidencia del ingeniero César Ponce y la vicepresidencia de la señora Adriana di Filippo de Dimichele, una de las fundadoras del Comité de Damas, y con la responsabilidad administrativa de la licenciada María Eugenia Brillembourg.

De la administración actual puede destacarse que en el 2016 le fue aprobada una ayuda solicitada a la embajada del Japón. Fue enviada por esta un representante para una visita de análisis de todos los aspectos que se presentaron como garantía de buen uso de los recursos que se pedían. Esto significó una donación de equipos tecnológicos con coste certificado de 80 mil dólares, de los que periódicamente la embajada solicita información. Y este año la Clínica ha adquirido con pago directo para abaratar costos, otro ecógrafo para la unidad de imágenes con el que además de las exploraciones de rutina pueden ser realizadas ecocardiografías, lo que significó una inversión de 36 mil dólares. Y al mantenimiento permanente de la estructura física de la institución, se le ha dado categoría de prioridad.

He citado muchos nombres. Tal vez a algunos parezca una reláfica cansona. Me obliga el deber de dejar constancia de quienes de alguna manera en su momento integraron con buena volunta el capital que he citado varias veces, contribuyendo significamente a que esta Clinica se haya levantado como una isla de cordura, uno de esos espacios que la desesperanzada filósofa Margaret Wheatley cree necesarios “para mantener la dirección, la integridad, la motivación y la eficacia mientras nos enfrentamos a la incesante turbulencia y al cambio interminable en la problemática sociedad de nuestro tiempo.”  Con seguridad afirmo que en ´mayoría los que aquí han trabajado en los distintos departamentos de la organización lo han hecho disciplinadamente. En la unidad de imágenes donde me desempeño se han destacado Maigualida Carvajal, Carmen Yolanda Araujo de Briceño y María Briceño.

Colofón

La memoria del doctor Rafael Isidro Briceño debe ser en esta clínica una presencia permanente. Con el título enaltecedor “Trujillano del año” lo distinguió en 1992 el Diario de los Andes, que como para otros que lo recibieron era un recurso retórico, porque se reconocía en la fecha de la entrega, una larga trayectoria de haceres útiles de beneficio colectivo.   Trujillano de siempre, más bien. Dejó flotando la convicción de que si algo puede salvarnos del olvido, es la bondad útil, poner la inteligencia, la voluntad y el esfuerzo al servicio de causas verdaderamente altruistas, de acciones sostenidas e incondicionales, que alivien al otro, al próximo, al prójimo, conocido o extraño, del peso terrible, y a veces trágico, de vivir. Cuando a nombre de Valera tuve que decirle aquí el adiós a su presencia física afirmé que no murió del corazón, ese maravilloso corazón donde encontraron lugar todos los trujillanos, sino de Trujillo. Nos dejó un ejemplo sin tachas, un ancho camino abierto, una tarea inmensa y una inmensa responsabilidad. Pidámosle al Todopoderoso nos ayude para entre todos prolongar su hacer.

He contado aquí, seguramente con algunos olvidos, lo que he vivido en los 40 años que he estado relacionado con esta extraordinaria y paradigmática institución.  Ya habrá alguien que dentro de 40 años, el 3 de noviembre de 2062, cuente lo que de hoy hasta allá sucederá.

 

 

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