Valencia (España), 21 oct (EFE)).- Casi un año después del devastador temporal que dejó casi 230 muertos y tres desaparecidos en la provincia española de Valencia, las familias afectadas siguen tratando de reconstruir sus casas y no pierden la esperanza de encontrar a sus muertos para poder iniciar el duelo.
Fue un fenómeno conocido como depresión aislada en niveles altos (dana), habitual en el Mediterráneo, pero cada vez más violento por el cambio climático y las altas temperaturas de ese mar, que el 29 de noviembre del año pasado descargó con furia en esta parte del levante peninsular español, en algunos casos cifras que asustan, con acumulados de hasta 800 litros por metro cuadrado.
El agua destruyó cientos de casas y comercios, arrastró miles de coches y dejó un reguero de muertos.
Mari Carmen Iglesias perdió a su tía durante la dana del 29 de octubre, una riada que también les dejó a ella y a su familia sin casa, de la que solo sobrevivieron las paredes, y aunque un año después ya está reconstruida, reconoce a EFE que el vacío de recuerdos la mantiene fría y sin «calor de hogar».
«No nos sentimos extraños en nuestra propia casa, pero todavía no es nuestro hogar», señala Mari Carmen casi un año después de contar también a EFE, en la esquina de la calle donde residía, que su tía acababa de morir por la dana y que se habían quedado sin nada durante una catástrofe que dejó 229 víctimas mortales, miles de damnificados y una parte de la provincia de Valencia, devastada.
«Nos quedamos sin nada, dos metros de agua se lo llevaron todo y al volver a casa solamente teníamos las paredes», recuerda todavía con emoción. En esta localidad del sur de Valencia, en plena zona cero de la tragedia, la dana dejó 46 fallecidos y otros diez vecinos murieron en otros municipios por las riadas.
Después de perderlo todo, ella y su familia se plantearon marcharse de Paiporta y de hecho no lo han descartado, pero por el momento ha podido más «el apego» porque ella nació en esta casa, que ya lo era de sus abuelos. «Son las raíces», confiesa para proclamar: «Aquí he nacido y aquí me he criado, no me quiero ir».

«Todos tenemos miedo», relata. «Es como tener una espada de Damocles sobre la cabeza que nos puede caer en cualquier momento», y ella y su familia viven continuamente con la «incertidumbre» con lo que «a día de hoy» continúan planteándose marcharse de Paiporta.
Ernesto Martínez, tío de Elizabeth Gil, una de las tres personas desaparecidas por la dana cuyos cuerpos todavía no han sido recuperados, asegura que «no pierde la esperanza» de encontrar los restos de su sobrina y poder iniciar el «duelo» familiar, aunque afirma que no «pasará página» hasta que los responsables de su muerte «entren en la cárcel».
«Yo estoy fuerte, te doy un abrazo y te cargo hasta la batería del móvil, pero hay gente que está muy mal y no sabemos si volverá otra vez a levantarse», señala Martínez, en una conversación con EFE, en referencia a los familiares de las 229 víctimas de la tragedia, a pocos días de cumplirse un año de las inundaciones.
Elizabeth, de 37 años y madre de dos niños, y su madre, Elvira Martínez, se vieron sorprendidas el 29 de octubre por el agua en su coche, a la altura del municipio de Cheste.
Elvira, que había salido a las 16 horas de trabajar, recogió a su hija para llevarla al trabajo -entraba a las 17 horas- y tras cambiar de ruta varias veces al encontrarse diversas zonas ya cortadas por el agua, acabaron arrastradas por la riada en la zona del barranco del Poyo.
Previamente, Elizabeth había mandado dos vídeos a su jefe para justificar su ausencia, en los que se podía ver cómo numerosos vehículos impedían el paso y también cómo su propio coche iba flotando a la deriva con el agua a la altura de los cristales.
El cuerpo sin vida de Elvira fue encontrado doce días después. «El día 12 de noviembre la enterramos. Sabemos dónde ir a llorarle y llevarle flores, pero a mi sobrina no», lamenta Ernesto.
Señala Ernesto que Elizabeth y Elvira «estuvieron grabando prácticamente su muerte en directo». El segundo vídeo, precisa, es de las 17:31 horas, «con el agua hasta la altura de los espejos, ya el coche está sumergido en el agua y va como barco sin timón hacia donde luego encontraron su final».
Un año después de la devastación provocada por la dana, la imagen del centro comercial Bonaire de Aldaia (Valencia) es radicalmente distinta a la que dio la vuelta a España, desde aquel aparcamiento subterráneo anegado y galerías convertidas en torrentes hasta un espacio que ahora es emblema de la recuperación económica.
Aunque su reapertura se produjo a mediados de febrero, menos de cuatro meses después de las inundaciones torrenciales, ese regreso fue solo el primer paso de un proceso paulatino que ha culminado con un enorme complejo completamente renovado, a pleno rendimiento y con cifras que ya superan las de antes de las graves inundaciones del 29 de octubre.
Las escenas de agua y barro de hace un año, que hicieron que Bonaire forme parte del imaginario colectivo para representar la magnitud de la tragedia causada por la dana, han dado paso a pasillos llenos de gente, escaparates iluminados y un ambiente de normalidad, con lo que este centro se ha convertido en un caso paradigmático de cómo una infraestructura clave puede renacer tras un desastre.
A pesar de los bulos sobre este centro comercial y su aparcamiento, la dana no dejó víctimas mortales en sus instalaciones, pero sí marcó un antes y un después. Su recuperación simboliza la resiliencia de toda una comunidad, porque donde hace doce meses había incertidumbre, ahora hay actividad económica y futuro por delante.
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