El populismo ha invadido a Europa, sacudiendo estructuras tradicionales a diestra y siniestra. Es en la vertiente de extrema derecha, sin embargo, donde el populismo europeo resulta más influyente y numeroso. Entre sus expresiones encontramos las siguientes: Liga Norte en Italia; Frente Nacional de Francia; Alternativa para Alemania; Partido del Pueblo en Dinamarca; Vox en España; Partido de la Libertad en Austria; Partido del Pueblo en Suiza; Partido del Progreso en Noruega; Partido de la Libertad en Holanda; UKIP en Reino Unido; Fidesz en Hungría; Justicia y Ley en Polonia; Acción de Ciudadanos Insatisfechos en República Checa o Partido del Pueblo en República Eslovaca. Varios de esos partidos detentan el gobierno o participan en coaliciones de gobierno.
El denominador común de estas agrupaciones en su carácter antisistema. Todos se postulan como cabal representación del pueblo frente a las elites tradicionales. Su noción de pueblo es sin embargo laxa y, en tanto tal, incluye desde los sectores populares deprimidos hasta los obreros desplazados, pasando por los jóvenes desempleados o los pequeños comerciantes que han perdido capacidad competitiva.
La pérdida de oportunidades económicas y de identidad raigal constituyen el eje central de su agravio. Globalización, Unión Europea e inmigración se identifican con lo anterior.
El rechazo a la globalización se sustenta en la convicción de que ésta ha representado un juego suma-cero, en el que las economías emergentes han crecido fuertemente a expensas del deterioro económico y social de las economías desarrolladas. Hay más de un grano de verdad en este planteamiento. Las economías desarrolladas, y en este caso las europeas, propiciaron un mercado global rápido y fluido creyendo que serían los grandes beneficiarios de este. Pero no fue así. Al incorporar dentro de la ecuación laboral global a 1,3 millardos de chinos o 1,2 millardos de indios, dentro del contexto de una carrera hacia los costos productivos más bajos, transformaron a sus economías en fortalezas asediadas.
Su malestar se dirige también hacia la Unión Europea. Ello no sólo porque ésta se identifica con el proceso globalizador, del cual ha sido participante activo, sino por las políticas de austeridad que se asocian con ella. Tales políticas de austeridad provienen de dos fuentes. De un lado, las impuestas a los países altamente endeudados de la Zona del Euro. Del otro, las resultantes del estricto límite fiscal proveniente de Bruselas.
Lo primero afectó básicamente a los países meridionales de la Unión Europea, a quienes los acreedores del Norte europeo impusieron duras políticas de austeridad, con miras a recuperar los préstamos hechos. Lo segundo ha afectado a la totalidad de los 27 miembros de la Unión, quienes para no sobrepasar el máximo de 3% de déficit fiscal acordado dentro de la institución, han debido imponer inmensas dosis de austeridad a su gasto público. Como siempre ocurre, los más vulnerables dentro de la sociedad han sido los más impactados por los recortes fiscales.
En adición a lo anterior, el populismo de extrema derecha extiende su rechazo a los extranjeros. Estos se transforman en expresión de pérdida de identidad nacional y de abuso a los beneficios sociales. Tal como señala David Brooks: “En tiempos de ansiedad es más fácil que se imponga la distinción nosotros/ellos, que la tolerancia hacia la diversidad cultural”. A no dudarlo, el sentimiento de confusión e impotencia al que se hayan sometidos amplios sectores de la sociedad europea, ha sido pasto propicio para la xenofobia.
El rechazo al extranjero se encuentra, por lo demás, muy ligado al rechazo a la Unión Europea. Ello por dos razones. De un lado, la expansión de esa organización hacia el Este de Europa vino acompañada de la libre circulación de personas dentro del espacio unitario. Del otro, se evidenció la llegada de millones de personas que huían de la guerra y del hambre en el Medio Oriente y África. Lo primero volcó a ingentes cantidades de eslavos sobre Europa occidental, generando un choque cultural. Lo segundo, inundó de sirios, iraquíes, afganos o africanos sub saharianos a toda Europa. En este último sentido las acciones de Alemania, país líder de la Unión Europea, no sólo convirtieron al continente en un imán para quienes huían del hambre y la guerra, sino que sus presiones forzaron a los demás países de la Unión a abrirse a los refugiados por vía de un sistema de cuotas.