Vemos con horror las imágenes de la tragedia humana del pueblo de Ucrania. Escuchamos con tristeza y rabia los testimonios que de allí vienen. Y nos preguntamos: ¿cómo es posible que a estas alturas existan tantos horrores y crímenes en esta guerra?
Venezuela vivió los horrores y crímenes en los años de la Guerra de Independencia y el 15 de junio de 1813 el Libertador Simón Bolívar dictó en la ciudad de Trujillo el Decreto de la Guerra a Muerte. Tan grande fue el desastre humano y material, que cuando se plantean las negociaciones para el Tratado del Armisticio, el propio presidente de Colombia Simón Bolívar le propone en una carta al general en jefe de las Fuerzas Armadas de España en Venezuela Pablo Morillo, fechada en Carache el 3 de noviembre de 1820, incluir un tratado “que regularice la guerra de horrores y crímenes que hasta ahora ha inundado de lágrimas y sangre a Colombia y que sea un monumento entre las naciones más cultas, de civilización, libertad y filantropía…”.
Ese tratado se firmó, junto con el de armisticio, el 26 de noviembre en la ciudad de Trujillo y ratificado el 27 en la famosa entrevista de Bolívar y Morillo en el pueblo de Santa Ana. Entre otros asuntos establecía:
“Deseando los Gobiernos de España y de Colombia manifestar al mundo el horror con que ven la guerra de exterminio que ha devastado hasta ahora estos territorios convirtiéndolos en un teatro de sangre; y deseando aprovechar el primer momento de calma que se presenta para regularizar la guerra que existe entre ambos gobiernos, conforme a las leyes de las naciones cultas, y a los principios más liberales y filantrópicos, han convenido en nombrar comisionados que estipulen y fijen un tratado de regularización de la guerra, y en efecto han nombrado el excelentísimo señor General en Jefe del Ejército Expedicionario de Costa Firme, don Pablo Morillo, conde de Cartagena, de parte del Gobierno español, a los señores Jefe Superior Político de Venezuela, brigadier don Ramón Correa; alcalde primero constitucional de Caracas, don Juan Rodríguez de Toro, y don Francisco González de Linares; y el excelentísimo señor Presidente de la República de Colombia, Simón Bolívar, como Jefe de la República, de parte de ella, a los señores general de brigada Antonio José de Sucre, coronel Pedro Briceño Méndez y teniente coronel José Gabriel Pérez, los cuales, autorizados competentemente, han convenido y convienen en los siguientes artículos:”
Cito algunos:
“Art. 1º La guerra entre España y Colombia se hará como la hacen los pueblos civilizados…”
“Art. 4º Los militares o dependientes de un ejército, que se aprehendan heridos o enfermos en los hospitales o fuera de ellos, no serán prisioneros de guerra, y tendrán libertad para restituirse a las banderas a que pertenezcan luego que se hayan restablecido. Interesándose tan vivamente la humanidad en favor de estos desgraciados que se han sacrificado a su patria y a su gobierno, deberán ser tratados con doble consideración y respeto que los prisioneros de guerra y se les prestará por lo menos la misma asistencia, cuidados y alivios que a los heridos y enfermos del ejército que los tenga en su poder.”
“Art. 11. Los habitantes de los pueblos que alternativamente se ocuparen por las armas de ambos gobiernos, serán altamente respetados, gozarán de una extensa y absoluta libertad y seguridad, sean cuales fueren o hayan sido sus opiniones, destinos, servicios y conducta, con respecto a las partes beligerantes.”
Las personas que redactaron y acordaron este tratado, que incluye otros aspectos del trato humano a militares y civiles fueron, por España: don Ramón Correa, don Juan Rodríguez de Toro y don Francisco González de Linares; por Colombia: el general de brigada Antonio José de Sucre, el coronel Pedro Briceño Méndez y teniente coronel José Gabriel Pérez. No eran expertos en derechos humanos, ni altos funcionarios bien pagados de organismos multilaterales. Solo eran seres humanos que en esta posición de poder entendieron que respetar la dignidad de la persona humana es el primer deber.
Estas montañas andinas de Trujillo sirvieron de marco adecuado para estas conversaciones, en casas modestas y atendidas por unas familias que sufrían amargamente los resultados de una guerra que ya llevaban 10 años pagando caro las ideas de independencia y de república. Todos eran paisanos, menos Morillo, todos habían nacido y crecido aquí en estas tierras, y todos querían seguir aquí, sólo que unos pensaban que era mejor seguir siendo provincia de España, y otros que era mejor la autonomía.
Hoy vemos cómo en la sociedad de la información y ¿el conocimiento?, con grandes estructuras complejas, la humanidad no encuentra la forma de dirimir sus conflictos como pueblos civilizados.
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