Por: Alfonso Saer
Luis y José, jamás voy a olvidar sus dos apariciones de cierre.
La tuya, Castillo, fue de verdad en el epílogo del juego y de la vida.
Transmití tu hit en el noveno tramo, cuando sin saberlo, marcabas
un adiós a la Caracas que te idolatró. Fue una candente rolata, tan
parecida a tu fogoso carácter. El tercer imparable del careo, sexto
en dos fechas. Un emergente entró a correr. Te sacaban del juego
por estrategia. El destino — creeremos en eso? — te excluiría del
mundo terrenal horas más tarde en un suburbio acosado por la
delincuencia que reparte odio y destrucción en el país.
Antes, Valbuena, narré la que cerró tu vigorosa estadística en
nuestro beisbol. Ocurrió en el segundo inning, como siempre
peleando el turno, cuentas elevadas, selección en el plato,
dedicación. Leñazo a la derecha y tu celebración habitual en la
inicial. Siempre conversaba con mi hijo y le aseveraba: “Si alguien
puede llevarnos al campeonato ese es Valbuena”.
Mis piernas temblaron y el pulso se aceleró al bajar del bus y ver
dos peloteros de la enseña roja tendidos, inertes, en el asfalto. Ya
era madrugada y casi nadie circula por esas carreteras que antes
eran de Dios y ahora son pertenencia del espíritu malo. Algunos
gritaban los nombres de sus compañeros fallecidos. Todos, sin
excepción, sollozaban. Ese instante, Luis y José, tardará en ser
erradicado de esta mente que jamás presenció tal escena de
incalificable dolor, con gente tan cercana.
Circulan por la memoria de tercera edad ráfagas de bonitos
recuerdos, retozos vibrantes. Mi narración del hit 1000 de quien
llamaban “el hacha”, y tantos jonrones — siete este año — del
zurdo que estremecía los graderíos con sus tablazos ganadores.
Cuando escriba el próximo lineup haré una pausa en los turnos del
medio y me provocará colocar allí sus nombres, Luis y José. Alguien
ocupará esas casillas, ley de vida, pero ustedes nos harán falta,
mucha falta.
El alado larense está profundamente herido, pero nunca muerto.
Que este dolor severo y agudo se transforme en vigor y decisión en
aras de un título que Valbuena pretendió desde la fecha inaugural,
y Castillo vino a refrendar con experiencia y aplomo.
Al escribir estas líneas la congoja ahoga mis sentimientos.
Imposible evitar una lágrima espesa por cada uno, Luis y José. A ti,
Carlos, sobreviviente, ánimo y fuerza. Por algo te protegieron.
Hoy más que nunca quiero que desde el fondo de mi garganta
resuene la estremecedora frase “Cardenales campeón”.
Alfonso Saer