Haberse proyectado a la vida pública amparados por la figura de Lincoln, como lo hicieron los Republicanos, no es poca cosa. Al haber preservado la unión del país, dado la libertad a los esclavos, hecho en su discurso de Gettysburg la mayor elegía a la democracia de la que se tenga memoria y sentado las bases iniciales para la reconciliación nacional y la integración de la raza negra, Lincoln se erigió como el mejor Presidente estadounidense.
A poco de iniciarse el siglo XX, los Republicanos tendrán en la Casa Blanca a otro de los gigantes de la democracia estadounidense: Teodoro Roosevelt. Adalid de la lucha contra los monopolios y el capitalismo salvaje, será portavoz y proa de la era progresista. Fue, a la vez, el primer Presidente en proyectar a su país como gran potencia mundial y el precursor del ambientalismo en este.
En tiempos más recientes los Republicanos llevaron al poder a un prohombre como Dwight Eisenhower y algunos años más tarde a Richard Nixon. El primero dotó de infraestructuras a la nación mientras el segundo, a pesar del estigma Watergate, llevó adelante una de las políticas exteriores más articuladas que haya tenido ese país. Correspondería a otro Presidente Republicano,
Ronald Reagan, erigirse como gran iconoclasta del orden internacional heredado y apuntar no a la convivencia sino a la destrucción del comunismo soviético. Lo que pareció en su momento como una apuesta arriesgada se transformó en éxito rutilante. A ello sumaría echar abajo el orden económico heredado para lanzar a los cuatro vientos, en estrecha colaboración con Margaret Thatcher, la economía de mercado. Aunque un solo período presidencial no le dio tiempo a consolidar un proyecto estratégico, su sucesor el también Republicano George HW Bush, sentó las bases del orden internacional post Guerra Fría.
El denominador de todas las figuras citadas fue la coherencia de sus políticas y el sentido estratégico que las animó. Incluso el segundo de los Bush, a quien pueden criticársele la prepotencia y el unilateralismo de su política exterior, exhibió una visión articulada de la misma. Por más que se disintiese de las premisas neoconservadoras, no podía negarse la sólida base conceptual de éstas.
¿Cómo se pasó de allí a un partido Republicano no sólo reñido con las ideas y las ideologías sino también con la ciencia, el conocimiento, el mérito y la realidad misma? Un partido que se nutre y gira en torno a las más alocadas teorías de la conspiración y que esgrime las posturas más extremas como banderas aceptables. Un partido que ha cohonestado el desconocimiento de unas elecciones legítimas y que a través de una parcela representativa de su liderazgo ha permitido el asalto a la democracia. Un partido cuya nueva base está simbolizada por los emblemas que esgrimieron los invasores del Capitolio Federal la semana pasada: la bandera de la Confederación, las pancartas con el lema 6MWE (que hace alusión a que los 6 millones de muertos del holocausto judío no fueron suficientes) o la variada parafernalia QAnon (para quienes Trump libra una guerra secreta contra una red satánica de pedófilos infiltrada en posiciones de poder).
Varias razones permitirían explicar cómo se llegó allí. Primero, el pluto-populismo Republicano. Es decir, la presencia de un grupo de plutócratas que se dedicaron a fomentar el populismo dentro del partido como mecanismo para controlarlo. Ello, con el objetivo de poner en marcha políticas afines a sus objetivos patrimoniales. Segundo, la erosión de los principios democráticos dentro del liderazgo Republicano. Ante la constatación de que la nueva configuración racial y cultural del país los desfavorecía, se han dedicado durante años a la supresión o manipulación del voto. Una vez situados dentro de un pragmatismo a contracorriente de los principios, ha resultado fácil deslizarse desde allí hacia fórmulas más expeditas para controlar el poder.
Tercero, la capacidad para vivir dentro de ecosistemas informativos cerrados. El emerger de las redes sociales y la radicalización de cierto medios de comunicación social, han permitido la creación de un mundo volcado sobre sí mismo. Un mundo impermeable a cualquier fuente de información distinta y alimentado por mitos y teorías de la conspiración. Cuarto, la aparición de un demagogo sin principios que ha fusionado las enseñanzas de Goebbels, según la cual una mentira suficientemente repetida se convierte en realidad, con el cabal dominio de las redes sociales y del “reality show”. Ello le ha permitido dar forma a una “realidad alternativa”, que no es más que la ausencia misma de realidad.
Devolver el genio a la lámpara, una vez salido de ella, es difícil. Sin embargo, un partido Republicano planteado en estos términos es en extremo vulnerable. Ello, porque carece de lo que siempre lo distinguió: ideas y programas. Como bien decía Hegel, nada importante se ha hecho en el mundo sin pasión. Pero añadía, la pasión fría. Aquella que se alimenta de la reflexión.
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