Un atardecer rutinario se cerraba entre las montañas, ya casi eran las cinco de la tarde y Jesús salía de su trabajo, caminaba hasta la parada cuando empezó a notar una tensión cortante en el ambiente, se había esfumado el servicio eléctrico, pero no era algo para preocuparse, desde febrero los bajones y apagones eran algo de todos los días en su municipio.
Se tardó como de costumbre para tomar la ruta a su hogar, fue un viaje silencioso porque el radio del chofer estaba mudo de las voces de los locutores, después de una hora llegó, se bajó de la unidad y se resignó, le tocaba subir seis pisos de escaleras, porque los ascensores eran solo una decoración en la entrada del edificio, se acomodó su morral, y empezó la ruta.
En el camino pensó cómo haría su vecina, doña Catalina de más de 70 años para subir, pero no se preocupó mucho, se dijo que la luz regresaría pronto, llegó, empezó a hacer la cena y trató de comunicarse con sus padres, pero no tenía señal en el teléfono, con su hermana hablaría más tarde, ella se había ido a trabajar a Chile, con ansias esperaba el regreso del internet, para los millenias no tener ningún tipo de tecnología o red social activa es como estar en la época de las cavernas incomunicado.
La luz del sol se agotó y las velas fueron colocadas estratégicamente por las áreas concurridas del apartamento, mientras comía Jesús empezó a notar que las horas pasaban y el servicio eléctrico no regresaba, le preguntó a sus vecinos y nadie sabía el motivo ni la duración de ese apagón, él se sentó en el acolchado mueble de la sala a meditar lo que pasaba, su teléfono se descargo, ya era muy tarde y tuvo que dormir sin la certeza de cuando retornaria el servicio, dejó las luces prendidas para despertar si notaba la claridad en su habitación.
No era un apagón común
Su instinto lo despertó, Jesús sudoroso notó que continuaba sin luz, salió de la cama alarmado y marcó en el teléfono varios números, desde su trabajo, familiares y amigos, nada, el sistema telefónico estaba tan inexistente como la luz en los bombillos, tantas horas era algo muy poco común, comió, se alisto y salió para tratar de tener una jornada habitual.
En la parada y el bus las dudas se alojaban en sus oídos, nadie estaba seguro de lo que estaba pasando con la luz, rumores, bromas, discusiones entre la derecha y la izquierda resonaban entre los muros de la unidad de transporte, cuando Jesús llegó a su trabajo las preguntas y la incertidumbre eran sus acompañantes.
En el local la planta eléctrica trataba de surtir, muchos comercios del centro estaban cerrados por falta del servicio, Jesús se alivió al compartir sus dudas y preocupaciones con sus amigos, su jefe indignado les dijo a sus trabajadores que la planta no estaba en óptimas condiciones, que cerrarian temprano. Jesús notó como todos caían en una resignación desesperante, las horas pasaban lento, pero Jesús sentía que estaba dormido, que el tiempo corría ausente de él, al entrar en razón ya estaba subiendo agotado las escaleras de su edificio.
Nunca un viernes había sido tan melancolico, Jesús trató de matar el tiempo, pero tenía tantas preguntas y tan pocas respuestas, otra noche llegó y la oscuridad absoluta se apoderó de las calles, noche sin luna, Jesús miro al cielo y una súplica salió de sus labios, otro día sin luz y agua había terninado, las oscuridad absoluta le hizo recordar su fobia de infancia, de niño creía que en la oscuridad se escondían monstruos que irían tras de él, sonrio, ya estaba grande para cuentos de terror, pero no apagó la vela hasta que se quedó totalmente dormido.
Un fin de semana muy largo
Llegó el sábado, la voz de sus vecinos que se comunicaban gritandose por las ventanas lo despertó, salió de la cama y fue directo a su nevera, temía que el queso y el pollo que tenía se dañaran por falta de refrigeración, empezó a cocinar y trató de tener algo de internet, pero nada, pudo realizar par de llamadas a teléfonos locales, nadie tenía una certeza, hablaban de un incendio o un atentado a la represar del Guri, el no saber cuando retornaria empezó a lapidar los nervios ya alterados de jesús, tenía poco efectivo y no habían puntos de venta activos cerca de su casa para adquirir alimento, aunque afortunadamente tenía agua potable recogida para circunstancias como estas.
Las dudas se trasformaron en miedo
Jesús preparó toda la comida y salió a la calle para adquirir alimentos que resistieran la falta de refrigeración, pero las calles desoladas de comercio lo sorprendieron, pudo comprar algunas verduras con efectivo y medio cartón de huevos por punto, solo eso, no había transporte, le tocó caminar hasta el edificio, ayudó a unas vecinas a subir sus escasas compras y estás muy alteradas le comentaron de los fallecidos en el hospital por la falta de electricidad, la situación era alarmante, habían perdido comida y la sombra de sus miradas era aún más oscuro que los pasillos de las escaleras.
Protestas y Anarquía
Las cacerolas sonaban en las calles, los reclamos y hasta las campanas de la iglesia cortaban el silencio de aquellas calles oscuras, el reclamo pacífico termino y empezaron los disparos al aire, la quema de basura y los intentos de saqueo, Jesús escuchaba atento desde el apartamento, ya el temor a la oscuridad estaba retornando, en está ocasión los monstruos eran los mismos humanos desesperados por la situación, apagó las velas, todo era negro, no pudo dormir, el terror se apodero de él.
El domingo hizo su aparición y la rutina medieval continuaba, ya había poca agua potable, la gente recogía los escombros quemados del asfalto, Jesús miraba por el balcón mientras escuchó su puerta sonar, extraño por un instante el sonido del timbre, sus vecinos le trajeron pasta para compartir y tomates, temían perder más alimentos, le informaron que de lunes a miércoles serían no laborables y que el gobierno hablaba de un atentado cibernético al sistema eléctrico, cosa curiosa porque habían tenido algunas muestras de luz intermitente y de internet.
Ese domingo la oscuridad continuaba, Jesús tanteaba para recorrer el apartamento, temía salir por el ambiente de riesgo, llegaron las caserolas, el olor a plástico quemado, los gritos, esta vez si pudieron saquear, una patrulla iluminó todo con su resplandor rojo y azul, ya Jesús no se sentía a salvo.
Una esperanza
El lunes la señal telefónica era más estable, el internet llegó en la madrugada con un par de horas de luz, Jesús pudo respirar más tranquilo, ya no tenía velas, sus linternas estaban sin pilas, comió de nuevo y trató mentalizarse en que pronto llegaría la luz, el martes empezó a llegar y en horas de a tarde se estabilizó, Jesús miro para atrás, había sobrevivido desde el jueves hasta el martes sin servicio eléctrico y prácticamente incomunicado, como un holocausto zombie, como un apocalipsis tecnológico.
Cuando pudo acceder a la información se abrumo, ya tenía en su memoria, en sus instintos un temor real, un miedo tangible, perder los servicios básicos era su nueva fobia, la oscuridad para él ya significaba lo mismo que en su infancia, el miedo sigue latente en todos los venezolanos.
Aún no termina la pesadilla
Todavía el servicio de luz eléctrica, internet, líneas telefónicas y agua potable son inconstante en muchos municipios y zonas del país, no todos los bancos tienen sistema adecuado y la falta de alimentos sigue siendo un dilema para muchos, cinco días paralizados le costarán al motor nacional millones en pérdidas, tanto materiales como humanas.