Vuelven los trigales a dorar las sementeras de los páramos andinos. La importación de harina había reducido al mínimo estas siembras y las eras abandonadas dejaron de ser parte del paisaje, así como los molinos cuyas enormes y redondas piedras – muelas y soleras – fueron a adornar jardines urbanos o a formar parte de una curiosidad turística. También volvieron aunque más tímidamente la avena y la cebada, junto con las habas y las arvejas.
La sequía de dólares para las importaciones expande los cultivos tradicionales, que luchan igual que todos los demás productos agrícolas contra la escasez de semillas, fertilizantes y agroquímicos, de transporte y de dinero, contra la inseguridad y la corrupción.
Pero así como en los campos, también en las fábricas y talleres se inventan soluciones ante la falta de repuestos, y la inventiva se despliega para resolver los problemas que antes se solventaban con mayor facilidad. El ingenio del venezolano se fortalece ante las necesidades cada vez más apremiantes. En las casas vuelven los costureros, se reparan los viejos artefactos y hasta cocinas de leña para apartamentos surgen, y la gente inventa la manera de que el humo no invada los closets y los baños.
Igualmente surgen por doquier iniciativas de solidaridad que asombran por su entrega a los demás, en medio de tantas penurias. Y aún más, cuando se constatan que muchas de estas campañas nacen y crecen de la mano de jóvenes, la mayoría muchachas, que escogieron quedarse en su país para ayudar a los más pobres, que ahora son muchos más en número y mucho más en su indigencia.
Seguramente de esta crisis saldrá un venezolano que valore más lo que tiene o ha tenido, que aprecie la creatividad, la innovación y el emprendimiento. También saldrá un venezolano que aprecie más al otro, y se tenga una sociedad más fraterna. Y que aprecie más la libertad, la democracia y la justicia, que son los caminos que conducen a la prosperidad.
Cuando la pandilla de bandidos que arruinaron el país se vayan, quedará como herencia la conciencia de que la corrupción es la ruina, y la honestidad y el buen trabajo la mejor fuente de bienestar. Y los trigales se expandirán más, y abundarán los molinos y los molineros, y el pan tendrá sabor venezolano, no obligados por la necesidad, sino por el convencimiento de que allí está el verdadero desarrollo sostenible.