<Para vivir solo hace falta ser un animal o un dios, dice Aristóteles. Falta una condición: hay que ser ambas cosas, es decir un filósofo> F. Nietzsche. El ocaso de los ídolos. Máximas y dardos: 1.
De los autores que he tenido la oportunidad de estudiar siempre intenté deducirles una respuesta a cómo me podían ayudar a comprender la existencia. Cada uno a su manera y estilo influyó en mí, pero de todos siempre me hago acompañar por Federico Nietzsche. En esta pandemia que nos invadió junto a un autoritarismo destructor, y que de paso no reconstruye nada, sobresale la palabra vida como algo que todos deseamos; pues la palabra muerte es consustancial al virus pandémico. Desde esa idea pienso cualquier teoría del conocimiento criticando la Modernidad, lugar donde la ideología influye en todas las ciencias sociales como un instrumento. Vale decir que hay ideología como ciencia de las ideas y por lo tanto buenas y malas. Las escuelas de politología, las de sociología, las de economía, y todas esas disciplinas no entendieron el problema de la existencia más allá de la leyenda marxista de las condiciones sociales y jurídicas. Nietzsche pensó desde otro lugar sus ideas y como filólogo, no filósofo, supo que los ídolos eran un obstáculo para abordar la verdad. Ideología viene de ídolos, los griegos lo supieron. Ese obstáculo aparentemente insignificante contamina doctrinas y proyectos, opaca transparencias de fenómenos sociales, es el mayor límite de todas las versiones del marxismo. Las falsas nociones de valores y el nihilismo que trae la Modernidad se constituyen en el centro de la crítica del padre de Zaratustra. Por eso su objetivo es invertir todos los valores y sustituirlos por lo que no son y aparentan: su contrario. Este camino no lo pueden transitar los lectores de manual, diccionarios y autoayudas invitando a cómo leer a Nietzsche. La razón es sencilla: es necesario cuestionar radicalmente toda idea de hombre como voluntad de verdad. Al contrario, y todos los políticos, aspirantes al poder y directores de doctrinas se aprovechan de esto: el hombre se autoengaña, se presta para esa tarea y busca siempre un engañador. La vida, en su realidad cruda y salvaje, es una verdad cargada de tragedia. El hombre se autoengaña enviando ese síntoma lejos de él, del mundo real y construye mundos imaginarios: dioses, demonios, enfermedades, situación económica. En fin, toda una materia prima para ser seducido por el idealismo experto en domar al débil. Ese débil tiene su estrategia de autoengaño: no a la vida, yo no puedo, ayúdeme. Sus relatos son resentimiento, odio, envidia, codicia, rencor. De esa manera el idealismo tiene sus profetas del autoengaño dispuestos para adoctrinar esa vida como verdad. Los psicólogos y siquiatras, sustitutos de magos, agoreros y gurús, como también los políticos y consultores de imagen, manejan esa idea de verdad y vida para superar el nihilismo. Por ello mezclan fantasías con esperanza y realidades fundadas en fideísmos como lealtad. Nietzsche invita a preguntarse esto: ¿Qué es lo verdadero? Los idealistas responden/ <conservar lo humano>; El padre de Zaratustra responde desde otro lugar: <Superar al hombre>. Pues lo verdadero no es conservar un orden social de consenso en la igualdad (predicado populista, de socialistas y comunistas). ¡No!, es pensar la existencia y supervivencia con la valoración de otro tipo de hombre distinto al que desembocó en la Modernidad. Es un hombre fuerte, excepcional y responsable. Ese es el punto. Los diccionarios ayudan, los tutoriales ayudan, las conferencias ayudan. El asunto es si hay debate, y si se configura otro régimen de verdad para el cual solo los centros académicos de altura están preparados para esto. Nuestras destartaladas universidades también generan destartalados conocimientos y sujetos débiles. Saque sus conclusiones.
Por Camilo Perdomo
@CamyZatopec