<He aquí lo que me diferencia de los demás: que yo he muerto innumerables veces, mientras ellos no han muerto nunca> Cioran. El libro de las quimeras. 1996: 54.
Con la modernidad y la tecnología intuimos la sociedad venezolana más segura y donde su incertidumbre política o económica sería regulable. Estos últimos 20 años dicen que no, y la inseguridad como dato cotidiano es terror, miedo, tristeza, dignidad, corrupción, promesas electorales incumplidas. En otros lugares del globo la seguridad crea un porvenir no sin riesgos, pero la escuela funciona, la producción de bienes se garantiza y el riesgo es asumido con responsabilidad social. Aquí la paradoja es que el riesgo estimula los miedos ocultos y la inseguridad se hace dato económico-político. Basta analizar cómo se invierte en equipos para el aparato represivo y no en la prevención del delito o la educación ciudadana. Por eso todo lo que en otras culturas da resultado, en seguridad social y de prevención, aquí es banalizado y pensado como inútil porque no da votos.
Que se dañe un puente recién construido, que los alimentos de venta libre no cumplan con normas sanitarias, que el gas doméstico se sustituya por leña o que una nación productora de petróleo no tenga combustible son datos de ese riesgo fabricado con cálculo político. Es algo así como esto: “Yo robo y qué.” Esto sin nombrar el dato de camiones del aseo urbano como foco ambulante de contaminación, o que los motorizados disfruten ofendiendo al ciudadano común cuando circulan repartiendo por la ciudad su desagradable ruido. En Venezuela la ausencia de prevención es casi un dato genético entre gobernantes y multitud, y la mínima idea de seguridad choca con múltiples rostros de la muerte. Una persona en auto se coloca su cinturón de seguridad si pasa por una alcabala, hoy con el Covid19 se ven personas sin mascarilla o ésta en la barbilla. Comparemos caídas de electricidad con salarios de miseria y allí no hay Estado preventivo. No hay espacio social sin inseguridad, de miedo y terror cotidiano; con el agravante de que esta sintomatología viene contaminada con el discurso político oficial. La paradoja dominante es que el venezolano necesita una vida segura, por eso pensó que la constituyente y la democracia participativa podía lograr eso. No fue así y los miedos diseñados desde las redes del poder anuncian nuevos escalofríos. Haberle dicho a la multitud venezolana, desde el poder político, que la producción del conocimiento no requería formación universitaria o que si se es pobre se puede robar, provocó esa liberación del temor hasta hacerse obsceno y vulgar. De allí en adelante cualquier cosa podía pasar y cualquiera podía ser nombrado para dirigir algo, así no tuviese competencia epistemológica para ello. Hicieron creer que dando migajas del poder petrolero a la multitud era luchar a favor de los excluidos y que bastaba intercambiarle la seguridad de su voto por el permiso oficial de hacer lo que le venga en gana. De esa manera terror y miedo serían la nueva economía política. La antítesis de la inseguridad no es la seguridad, es la libertad de pensar, de tener una sociedad abierta (K. Popper), tolerante y de diálogo. ¿De qué sirve saber de salud si los cuerpos están enfermos? ¿De qué sirve hablar de democracia si sus principios son pisoteados diariamente? No hay democracia sin demócratas. Luego del Covid19, la corrupción generalizada, el narcotráfico globalizado y la posibilidad de que alguien, en su demencia, suelte un virus para regular económicamente la población cuesta trabajo no decir que el mismo Dios está escandalizado con nosotros. Saque sus conclusiones.
Por Camilo Perdomo
@CamyZatopec