<Para alcanzar la realidad, es menester previamente apartar lo vivido>
L. Strauss
Describir al venezolano actual pasa necesariamente por capturarle su forma de hablar, su caminar, su mirada, su manera de relacionarse con sus semejantes. En fin, su forma de vida y existencia. En comparación con el venezolano con esas señales entre 1984 y 1999, hasta 1917, tenemos 33 años; es decir con el piso de la Constitución de 1961 y luego con la de 1999 hasta este intento de pastiche constituyente. Pudiera decirse que cambió todo o que el intento de algunos es encontrar la manera de imponer una suerte de Tabula Rasa.Algo de esto hay, pero el precio ha sido demasiado alto. Valdría la pena hacer varios seminarios teóricos al respecto para precisar cuál realidad dominará al final del camino; porque de que tendrá un final lo tendrá. Con este preámbulo me arriesgo a dar algunas pistas de lo que hoy somos en sus relatos cotidianos: Cuántos murieron anoche, cuándo pagan, a qué precio vino la carne, subieron otra vez el sueldo, ¡Hay!, ¡entonces subirá todo! ¡Cuándo es la marcha! ¡Vinieron hoy al trabajo los cubanos! ¡Cuándo hay bailoterapia!, porque sí bailan bien los muérganos, ¡según mi vecina! ¡Hay medicinas en el hospital!, porque en Barrio Adentro los cubanos sí tienen! ¿Ya vino la “Guardia del Pueblo” a “controlar” el desorden en la cola por la harina? ¿Volvieron a prorrogar la circulación del billete de 100? ¡Viene un Congreso Mundial en apoyo a las “medidas patrióticas” del gobierno! Junto a este juego de palabras hay las imágenes de gente contando dinero con su valor por el piso en las esquinas, registrándose los bolsillos buscando no se sabe si la esperanza o la fe; Pareciera que su Dios protector, para colmo de males, se fue también de vacaciones colectivas. Gente con la mirada <Lánguida y perdida> como la describió en sus novelas de vaqueros Marcial la Fuente Estefanía. Colas interminables donde el tiempo de trabajo o la llegada a tiempo a algún trabajo no cuentan a causa de su existencia. No hay duda: La miseria se impuso. Tenemos los laboratorios de esta crisis: Terminales de pasajeros, cementerios enmontados y mostrando lo efímero de la vida para algunos que cayeron en la red del caos fabricado políticamente, las plazas públicas abarrotadas de reposeros de Alcaldías o desempleados permanentes buscando jugar a la Lotería y, por supuesto, lasbuhonerías intoxicadoras de los espacios libres para la gente; diciéndonos que algo similar a un terrible sismo ocurrió. Y como en ellos, la reconstrucción se impone apartando siempre el maquillaje. En una oportunidad dijo Samuel Beckett: “Estoy hecho de palabras, con palabras ajenas” A lo mejor entre nosotros en estos 33 años que para imaginar la edad del Cristo acomodé en las fechas de nuestra crisis más visible para este Tópico, fuimos amoldados a modelos ajenos. A lo mejor siempre fuimos pícaros, embusteros, fabuladores, tramposos, resistentes a toda ética, a todo control para el bien común y es por esto que nuestra cotidianidad es hoy de <todos contra todos>, tal como la Postmodernidad silvestre y salvaje manda. Por ejemplo, tenemos comerciantes que añorarían exigir un bono de entrada antes de vender sus productos, algo así como una vacuna, si medimos sus escrúpulos cínicos en el remarcaje de sus productos. Son venezolanos conocidos, van a la iglesia, invocan a Dios y no les tiembla el pulso para meterle la mano a cualquier sujeto vulnerable social que recurre a comprar por necesidad algo. El truco de colocar el énfasis entre una polarización entre izquierda y derecha oculta el mal, tal como entre humanismo y cientificidad, o entre creyentes y no creyentes. Los síntomas nos dicen otra cosa: Tenemos una sociedad enferma y a veces sus tratantes están más enfermos. Lo grave es que tal cosa se ignora o se oculta con palabras vacías: esperanza y fe. La una fue vista por los griegos como vicio y la otra circula por caminos impregnados de mugre. Reinventar otros relatos exige entonces atacar los mitos y seguridades de lo que algunos presuponen somos y abordar lo que nos destruye como sociedad: Un profundo gusto por el suplicio, por el dolor, por la vigilancia del uniformado de turno, por el engaño, por el desorden, por la impuntualidad y, por supuesto: por la riqueza fácil y mejor si es regalada o por corrupción. Saque sus conclusiones.
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