<…Hoy la tortura pasa a ser una técnica de control cada vez más generalizada, al tiempo que se banaliza cada vez más>
M. Hardt y A. Negri, en Multitud, 2004: 44.
Siempre me interrogué sobre cómo funciona la cosa, es decir todo lo que me rodea. No me interesó qué es la cosa. De allí que definir lo que soy, lo que me rodea o aquello que me afecta siempre chocó con el muro de aquello que pienso y pensé. Vale decir que lo que pensaré tampoco me interesa pues del futuro no puedo decir mucho. Por ejemplo, vivo o sobrevivo en una nación sin Estado ni Constitución. Simple: El presente y su tiempo son el piso de mis valores hoy. ¿Pero la creación o el creador?, me dijo un amigo invisible. ¡No!, le dije. No me interesa esa cosa, pues su reflexión es infinita y mi capacidad es limitada. No es definible Dios, el demonio o el hombre, pero sí que pueden ser cognoscibles cuando los ubicamos en los sucesos y la cotidianidad de esta pandemia. Por ellos existe la meditación, la religión, la creencia, la fe y la esperanza. Por supuesto, toda esa gramática entra en la palabra polaridad, oposición, contraste. Pensemos por ejemplo en el charlatán, el ocioso, el corrupto, el envidioso, el delator, el torturador o el fanfarrón. Son una tribu con sus valores y prácticas, con sus éticas y morales. Basta con identificarles sus conductas para saber de sus trucos, astucias y seducciones, y usted opta. Es su decisión de imitarlos o dejarlos pasar de largo. Prefiero lo segundo y así soy yo mismo en mi autonomía y soledad. ¿Pero usted no es una cosa? Me repite el amigo invisible. Le digo que soy mi suceso, el dueño de mi cotidianidad y contrario a que me diseñen agendas y controles. Soy una unidad vinculando sucesos, conflictos y violencias. Es mi opción y no estoy para proteger a nadie, salvo mi desorden y polaridades. En esta pandemia puedo ser abierto y receptivo, pero no confiado; pues la necesidad de la multitud está dirigida por demonios y espejos de una realidad dominada por imágenes de miedo, terror, arbitrariedades del poder, y simulacros de solidaridad. No escogí este lugar donde sobrevivo y hubiese deseado sentir orgullo del mismo, pero la ausencia de transparencia social me polarizaron. Imaginé la utopía democrática y abierta y sin embargo me sorprendió de la multitud el gusto por el daño al otro, la tortura al disidente y el oportunismo del mal. Por todos lados observo una voluntad de dominio donde el bien devino clandestino, inútil. La gramática de las redes muestra palabras y discursos indiferentes a la reflexión y el pensamiento. Ambos andan, como los dioses, de vacaciones o asustados por la pandemia. La polaridad entre crítica y alabanza muestra la eficacia del sujeto adulante salido de la multitud y dando gracias al poder por las migajas que le arrojan. Diría incluso que ese adulador y masajista del poder siente que es feliz. Esa es mi polaridad, cuando evito ser adulante o recibir migajas ajenas a mi documento de identidad. Saque sus conclusiones.
@CamyZatopec