El siglo XXI es el de los cuestionamientos al proyecto político de la modernidad, al vacío existencial, a la muerte de los valores asociada con la idea de F. Nietzsche <Dios ha muerto>. Es el siglo de la decadencia de las ideologías, sobre todo esas asociadas con socialismo, comunismo y populismo; todas ellas disfrazadas de colores y propuestas donde destaca el regreso a la miseria. Es un siglo donde los juegos de verdad y de palabras invitan al diálogo para responder una pregunta constante que ni las izquierdas ni las derechas respondieron donde fueron gobierno: ¿Quién se ocupará de los pobres? Desde el marxismo, el cristianismo, un cruce de ellos, la socialdemocracia, el mercado, los negocios; en fin, desde tantas propuestas, en siglos anteriores a este se recurrió a cualquier estrategia discursiva con el fin de ejercer el poder bajo la excusa de los pobres, el pueblo, el humilde, el abandonado. Unas veces se dijo que faltó tiempo, otras veces que hacía falta una dictadura, fue frecuente escuchar necedades como esta. <Se hizo lo que se pudo>. Todos los signos de comunidad, solidaridad, comunismo y ayuda social de origen político-religioso terminaron por imponer la aventura del pastiche cívico-militar presentado bajo la absurda idea del árbol de las tres raíces y el decreto socialista bolivariano. Así, con solamente 20 años de gobierno se ocuparon de los pobres con una constante: hacerlos más visibles, más masificados, mas abandonados, más miserables. Hoy sabemos que en la experiencia venezolana intervinieron teóricos de otros lugares cobrando asesorías y de esa manera algunos mitos se derrumbaron: Si hay dinero hay prosperidad. Si hay nacionalismo hay soberanía, patria y dignidad. Si se bloquean medios de comunicación y aumentan las leyes de control y hay un partido político concentrado con voluntad de poder hay bienestar para todos. La caída de esos mitos nos mostró una nación destruida, la familia desintegrada y regada por el mundo de manera no voluntaria. Servicios públicos desaparecidos, alta corrupción de dineros públicos, mercados informales donde la lógica es <Sálvese quien pueda>. Resumiendo todo eso tenemos un país con un solo rostro: miseria, pobreza extrema y en crisis humanitaria expansiva. De ello se genera otro espanto ante una reflexión simple: ¿Qué tipo de valores contrarios a justicia, libertad y solidaridad se han transmitido en esta pesadilla? Ya no es quién se ocupará de los pobres, sino cómo reconstruir una nación en ruina institucional. Cualquier cosa anuncia hoy la incertidumbre y nuestro vacío existencial. Cualquier propuesta similar a la que trajo este aullido puede repetirse. Cualquier advenedizo (a) gritará y bajo esta simpleza: <Si pudo un teniente coronel, por qué no yo>, nos puede volver a embaucar. Ya no es la pregunta de Lenin Qué hacer, sino cómo vacunarse contra estos virus reproductores de pobreza en nombre del comunismo y lo comunitario. No tengo fórmulas solo invito a reeducarnos en civilidad, en ciudadanía. Allí tampoco hay fórmulas, pero permitir el debate y no encerrarlo en los intereses de grupos de presión o partidos políticos parece ser una estrategia válida. Saque sus conclusiones.