El Tópico está pensado desde el contexto cultural postmoderno, ese donde nada funciona como verdad sin antes hablar de su construcción cultural. No basta con gritar que el mundo cambió, que la Modernidad es recuperable, que el hombre al final de los tiempos será mejor y menos malo. También se nombra la palabra paradigma como referencia para repensar la existencia. Desde el hombre postmoderno los adjetivos malo, bueno, mejor o peor no explican muchas cosas complejas. La pasión, categoría aristotélica, pareciera que ubica mejor lo humano en sus existencia caótica.
El estar afectado, como un corte, en su existencia le da hoy al hombre su definición de paciente, es decir padece de algo, de pasiones sin freno. El apetito sensitivo del hombre postmoderno se lleva por delante las estructuras normativas, ético-morales y de fuerte tradición moderna. Ya la palabra paradigma, leída como modelo desde Platón o T. Kunh, no nos dice nada si antes no ubicamos el contexto cultural de base. Platón, por ejemplo, imaginó modelos y copias de la actitud de la gente perversa para concluir que la perversidad era el modelo explicado como realidad. Hoy la perversidad muestra otros signos y símbolos, es decir una pluralidad de modelos donde la pasión y el fanatismo se confunden como práctica social. Los hombres bomba de los musulmanes para ir al Paraíso y reclamar sus vírgenes es esa pluralidad de signos de la pasión por la maldad.
En ese sentido el fanatismo como pasión está dirigido a una acción real: el daño. Pero alguien pudiera decir que también eso vale para el bien. ¿Qué lo identifica entonces? Todo fanático: político, religioso, militar, narco o con problemas mentales, termina en esta pancarta propagandística: “Yo sigo una causa, yo sí me comprometo, yo sí lucho.” La racionalidad del fanático es babosa, típica de la serpiente cuando camufla sus reales intenciones. Fanatismo viene del latín: fanaticus, fanitiche. Es decir frenético, exaltado. La palabra fanun: templo, lugar sagrado, le dan a ese ser una cobertura ideológica donde todo es idealizado y fuera del mundo real. Por eso se agrupan pensando en otro mundo para ellos mejor.
En la cultura postmoderna el fanático siempre tienen espacios o se los crea: En la industria del entretenimiento, el deportivo, en predicadores de vapor como brujos y lectores de cartas y destino. Y por supuesto, los fanáticos contra todo. A fin de cuentas, lo que une al fanático es su pasión desmedida por obtener resultados donde los adjetivos bueno, malo son los invitados de su discurso. La historia del fanático tiene en el mundo de la intolerancia religiosa y del poder de turno sus mejores historias. Lea usted el paso del mundo griego al romano y luego investigue la historia de las Cruzadas, la lucha por desaparecer la cultura pagana y luego venga al siglo XXI y observará que el fanático no ha cambiado su guion, solo cambió de piel, discursos y modelos. Todo fanático asume que lucha para el bien de la humanidad, que lo hace para salvarnos de la perversidad. He allí su pasión, de lo que padece.
Ninguno desnuda sus intenciones y solo la historia de sus prácticas sociales medio lo muestra como tal. El fanático no ama al individuo, ama a la masa, a la plebe, a eso tan efímero e indefinible como la palabra pueblo. Algunos de ellos asumiéndose científicos no dejan de ser cultivadores del vacío y de eso que Nietzsche denominó: “Hombres del infra mundo”. Y finalmente, el fanático es acrítico, dogmático, maniqueo, rechaza la diferencia y lo plural, y es sobre todo autoritario y mentiroso. Saque sus conclusiones.