“El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor” Isaías 1: 3
Vivimos en el siglo XXI, siglo de la información rápida, de nuevas tecnologías y donde cualquier biblioteca y tutorial está al alcance de cualquier mortal. Usted puede hoy felicitar la llegada de no importa cuál sujeto a la gobernación o presidencia de una nación, o lamentarse por haber perdido su voto. Basta con un simple ejercicio práctico. ¿Cuál es hoy su calidad de vida respecto a otras naciones con recursos naturales similares a Venezuela? Si es alta, el voto, la propuesta y el sujeto son acertados. Si es baja, ni modo, como diría Cantinflas, sujeto, propuesta y voto son similares a una estafa pública. Una simple mirada a nuestro entorno social nos dice, al menos en Trujillo, que nos estafaron. Si admitimos eso como habitantes de este lado del globo nos queda una tarea pendiente: Intentar construir una nueva cultura donde ciertas cosas como el vivir en una mejor sociedad sea lo que nos identifique, más allá de otras consideraciones folclóricas, religiosas y culinarias. Dentro de esa estafa destaca algo intolerable: incapacidad, poca disposición al éxito global y corrupción con la cosa pública.
¡También en otros lados eso ocurre!, me dirán algunos. No lo niego, cada uno de nosotros nació con ciertas condiciones de pureza destinada a ser corrompida por el intercambio comercial de las acciones humanas y ello nos coloca en la disyuntiva de interpretar y cultivar la honestidad o conducir el rebaño. ¡No somos ángeles!, le agregaré al dicho. Pero hay opciones y a cada quien le toca sacarle o no el cuerpo a su avaricia. No hay detergente social ni intelectual cuando se administra tanto dinero sin control ciudadano. Cierta dosis de sabiduría mínima invita a dejarle algo al votante como recuerdo de alguna oferta política, allí ¡Qué se hizo y a cuál sector social, importa mucho! Ahora solo tenemos escombros y con una característica indeseable: Ni siquiera son recogidos para maltrato de nuestra fatigada vista. Desde el lado de la investigación social es posible describir cuatro causas legitimadoras de esta desagradable sociedad que usted y yo tenemos hoy: Una deficiente educación política, una deficiente escuela de saberes prácticos, una cultura del sujeto social amiga de lo improvisado y del “deme lo mío”. Entre ellas la formación política es la más dañina y de allí que cualquiera se lanza al ruedo aspirando a ser dirigente, cuando muchas veces ni siquiera tiene resueltos sus conflictos familiares.
Luego tenemos la cultura del “deme lo mío”. Aquí no hay desprendimiento, compasión, solidaridad. Lo dicen los bonos y ayudas sin ninguna exigencia en contrario. Por ejemplo: ¿Por qué esos cultivadores no pueden limpiar la ciudad? Sobre manera los de ciertos privilegios politiqueros en la llamada economía informal. ¿Por qué si trabajadores de una institución pública hacen un trabajo le exigen a sus beneficiarios una “ayudita” que termina siendo una obligación? Luego está la escuela de saberes prácticos. Es decir, el Estado del siglo XXI es otro y no puede financiar siempre estudios universitarios sin antes evaluar esa ayuda. Aquí hay mucho qué decir. Tienen la palabra. Saque sus conclusiones.