¡Cuánto admiro la audacia inglesa! ¡Cuánto me gusta la gente que dice lo que piensa! Solo es vivir a medias no atreverse a pensar más que a medias. (Voltaire, en audacia. 1759.)
Pocas dudas tengo en construir una mejor sociedad democrática si siempre reproducimos la perversa costumbre de olvidar el daño de los gobiernos a las instituciones. Mejor en cuanto a justicia, libertad y tolerancia. Pienso que mientras el hombre masa no condene la arbitrariedad de los jueces y de los políticos y les aplauda sus desmanes o su falsa representatividad el bien común no será visible. Esto en los últimos 20 años en Venezuela es demostrable. Educar en políticas públicas a ese hombre es así una necesidad que va más allá del ritual del voto. A veces asisto a foros sobre política y de relatos donde la sensibilidad aflora y observo cierta neutralidad valorativa en eso de nombrar al excluido, el torturado, el violado, el expropiado. Es esa una contradicción a superar. No se trata de gritar más duro, de decir “no tenemos miedo” o de insultar al otro. No tengo fórmulas, pero si ubicamos el corazón de esa lógica dominante en la incertidumbre, el pago de mercenarios, el carnet de la patria (muchos opositores seudoradicales corrieron a sacar ese papelucho de exclusión cuando el jefecito habló de amenazas) ya tenemos datos del problema. Esa inclinación nuestra al adulo, a la resignación y a las falsas representaciones del honor y la dignidad son parte del mal que tenemos como dato histórico. Allí el peaje lo paga el espíritu. Como venezolano deseo ignorar esas señales, pero es bien difícil ser fanático del optimismo sin morir en el intento. Les cedo ese rol a los predicadores de humo. No me agradan las calumnias de mercenarios de turno con su pluma y su saliva; pago así un tributo alto por oponerme con ideas y no con difamaciones al adversario. Los he tenido cerca de mí, los he escuchado y leído y conozco su código fanático: ¡Muere impío, o piensa como yo! Por si lo pretenden ignorar, ese código nos trajo hasta esta pesadilla. Repetirlo con otras banderas, otros símbolos, otros discursos y otros actores no nos aleja de este mal. Por eso hoy lo que llamamos patria está dirigida por extranjeros fabricantes de merengues, licor y rumbas. Me espantan los inquisidores y huyo de ellos cuando los veo llorar ante el poder de turno y a su vez buscar favorcitos ocultos: publicación de libros, préstamos, recomendaciones, asociación con empresas del Estado y otras migajas. He visto a sujetos embriagados de santo catolicismo saliendo de misa y luego al llegar a sus negocios o empresas remarcar precios ignorando la suerte del vecino esperando las sobras del poder en una infame caja. ¡Y la doctrina social de la Iglesia dónde queda! Esta gramática del horror tiene sujeto, predicado y palabras definidas en su objetivo: destruir para luego gobernar sin opositores serios. Parte de esa gramática son las listas de exclusión (Tascón, Maisanta, referéndum), bonos y el aludido carnet. Me califico ciudadano del mundo y mi pensamiento se nutre de esas miserias para llamar al no olvido. Quien se considere afín con esa idea será mi compañero de ruta. Saque sus conclusiones.