“Habermas.- ¿Quién determina lo que es una vida
mejor? Marcuse.-Exactamente esta es una pregunta que no respondería. Si alguien no sabe qué es una vida mejor, no hay nada que hacer”. Jürgen Habermas y otros. Conversaciones con Herbert Marcuse. 1978:39.
Vivimos el agotamiento de las Utopías, tanto de derechas como de izquierdas, y dentro de ella la muerte de las normas tradicionales. Todo devino híbrido y en forma de pastiches teóricos donde no hay verdad, nada es seguro y todo es efímero o cargado de incertidumbre. Venezuela es una fea fotografía social de esa afirmación. Sin indicar con fuerza las causas me atrevo a ubicar en el origen de ese agotamiento la idea del Apocalipsis en tanto componente fijo de esas Utopías. En efecto, ninguna de esas versiones (de izquierdas y derechas) existiría sin la idea de crisis o catástrofe, de muerte, de fatiga y dolor de lo social. Así como no hay Paraíso sin Apocalipsis, no hay Comunismo sin muerte del Capitalismo. Ese es el dilema. La norma, presente en toda cultura religiosa del bien y del mal, se fatigó en el experimento político más ambicioso del hombre: La Modernidad Política. En la Postmodernidad, nombrar la norma implica el siguiente ejercicio: ubicar al sujeto que la predica, sus intereses, y después precisar si ese sujeto ejerce el poder para tal predicado. Recordemos las lecturas religiosas donde los dioses son el poder y los adoradores humanos solamente obedecen. Eso se derrumbó, pues en el mundo real los dioses fueron sustituidos por el binomio Poder-Mercado.
En consecuencia, esas utopías se agotaron porque dentro de ese binomio solo entran productores y consumidores. Y es aquí donde se hace interesante la noción de pueblo, no tanto porque son humildes (que significa humillarse) como quieren los nuevos sacerdotes de la política; sino porque cumplen el doble rol de votar, elegir, ser electos, y lo más importante, consumir lo que se muestra en el mercado. Emergen así visiones postmodernas de lo político: populismo, indiferencia, extremismos y deidades maquilladas. Todas seductoras desde el lado del mercado y del consumo. Veamos: sin propuestas de mercado, producción y consumo la política hoy es aburrida y el populismo es el más nocivo pues no se interesa por el bienestar mínimo de la gente, sino en perpetuar la miseria y así enseñar a intercambiar la voluntad por votos a los fines de reproducirse en el poder. Es la conclusión de la experiencia venezolana.
Claves: En ese Populismo (socialista, revolucionario, anticapitalista, colectivista) lo constitucional como norma no cuenta, crean leyes a la medida de la corrupción del dinero, inventan impuestos para grupos minoritarios, niegan ayudas a instituciones no alineadas a sus fines, no permiten circulación transparente de información de finanzas públicas versus obras ofrecidas, intervienen centros de producción para favorecer a importadores de productos para sus grupos. En fin, todo aquello que implique una idea de poder interventor y controlador de críticas y disidencias. El voto como expresión mínima de democracia es controlado por medio de grupos afines a sus intereses. Estas son algunas de esas variables. Saque sus conclusiones.