<La política dice: “sed astutos como la serpiente”. La moral añade esta limitativa: “y cándidos como la inocente paloma” Kant, en La paz perpetua. P.236
Cuando vivimos la llegada del siglo 21 y todo su equipaje tecnológico impactando los modos de vida imaginamos un mundo con otro sentido donde por efecto de la disminución de ignorancia los signos de lo educativo le darían al humano una cierta invulnerabilidad junto a una cultura del vivir juntos. Se tenía confianza en la globalización de la economía y en el aprovechamiento de los recursos naturales y contando con el avance del conocimiento médico era posible tal supuesto. Dentro de ese cuadro imaginario los discursos políticos y la idea de democracia, participación y consenso serían palabras clave o dispositivos discursivos del equilibrio disminuyente de la violencia, la agresión; la tortura, la explotación y la coerción; en fin, de todo aquello que le impedía al hombre ser libre porque las cadenas de la ignorancia y de los mitos lo tenían sujetado. Eran palabras de los cultores de la Modernidad Ilustrada. Pues bien, casi como “la venganza de los dioses” por pretender el hombre moderno llevarlos al olvido, se nos impuso una nueva realidad donde la lógica del mercado y el vaciamiento del sentido original de las palabras produjeron esa nueva enfermedad que es el populismo-pragmatismo, incluso hasta niveles de una idiotez inimaginable en relación con los valores en juego. Así, cualquiera se ofrecería para dirigir la sociedad, una alcaldía, el parlamento, un tribunal. Su frase común: < ¿quien quita y a lo mejor quedo?> pasa como algo natural y cercano a la libertad o el derecho de alguien a postularse. Poco cuentan allí las cualidades, el mérito, su historia de vida cercana a la ética o su práctica social lejana al robo y la corrupción. Pero lo más grave es la percepción de tal sujeto en el llamado pueblo: sencillo, humilde, buena gente, trata a todo el mundo; es decir componentes para organizar un templete tropical pero no para dirigir la sociedad. Esto no es solo en el mundo real maravilloso nuestro, sino en el globo digitalizado aunque con algunas excepciones. Es la Postmodernidad silvestre del <Todo vale> y en esto la ganancia es para los dueños de las grandes corporaciones de ese mundo tecnológico que inició esta trágicacomedia. En otro aspecto, el mundo intelectual-académico que debería ser otro: crítico, contestatario, llamando la atención sobre la llegada de la nueva barbarie, iconoclasta, sencillamente se plegó también al populismo y su precio fue una publicación, una ponencia, una invitación del gobierno de turno, un premio arreglado, una edición de sus obras maltratadas por la saliva de las cucarachas y roedores, un consulado, una embajada, una sala situacional o cualquier oficina de delación al disidente. Sin ninguna duda, la palabra y la lengua han sido hoy presa fácil de la barbarie y la lógica común ante un mundo utilitarista cuya cotidianidad es el asesinato progresivo del espíritu. En este espacio un análisis sociológico-antropológico de tal sintomatología queda como tarea del dueño de una encuestadora, lugar desde donde se enuncian tonteras y predicciones del futuro que ni siquiera el medioevo con su brujería produjo. La banalidad del mal que H. Arendt describió entró de lleno en los discursos sociopolíticos y hasta culturales para hacerlos banales. Dentro de este cuadro se invocan términos como si fuesen valores inmutables: Libertad, tolerancia, respeto, democracia; es decir como si ellos tuviesen fuerza correctora. Difícil admitir que quien te ha torturado, vejado, humillado, delatado, explotado o asesinado a tus seres cercanos, ahora y de la noche a la mañana se declara tolerante y respetuoso. Algo de astucia anima a esos pequeños seres, no digo cinismo por admiración de mi maestro Diógenes, el filósofo de la corriente conocida como Cínica cuyo símbolo de amistad es el perro y quien practicó otro estilo de vida en la antigüedad. Tolerar es junto a libertad y respeto palabras tan manoseadas y ultrajadas que uno las imagina como cítricos exprimidos para sacarles jugo hasta terminar siendo simples cascarones arrugados. Con esas palabras se ha practicado el apartheid, la limpieza étnica, el desplazamiento de seres de su lugar de nacimiento, la diáspora, el exilio obligado, el destierro, cualquier acusación de “traición a la patria”. Las palabras no son neutras, pero han cambiado de piel y dueño, pues el poder les designa cómo y cuándo entran en un discurso y quiénes las dirigen. De tal manera que no basta invocarlas, es vital hacerles un exorcismo en su genealogía y filología para saber qué tan contaminadas están como para que cualquier populista e ignorante se sirva de ellas. Saque sus conclusiones.
@CamyZatopec