Estamos en el siglo de los cambios donde cualquier cosa u objeto desaparece o se transforma, sin embargo no se da esa misma señal en las relaciones humanas vinculadas con el poder, la manipulación y la transparencia en la política como debería ser. Buena parte de esa limitación se registra en la historia con el nombre de astucia. El sujeto astuto puede ser un tonto cualquiera o un diplomático hábil y hasta talentoso; ambos coinciden en esto: usan las palabras y sus escrúpulos en función del disimulo para burlar cualquier principio noble con eficacia. Por supuesto, en sociedades educadas y donde el común de la gente está informada tal disimulo tiene sus límites. Dicho con franqueza el sujeto astuto vive de la práctica del engaño, de la trampa, del cálculo oportuno y desde estos lugares donde la palabra y el discurso se entremezclan como un fin en sí mismo construye su estrategia y sus tácticas cotidianas. Tal sujeto no le sirve al poder, se sirve de él y de allí que combata con fuerza cualquier regulación de sus conflictos de intereses, por eso la ética pública le suena siempre a aburrimiento, a enemistad y su reacción siempre será la defensiva. Un texto que los políticos amigos de la astucia siempre refieren es El príncipe de N. Maquiavelo, pero solo ven la política practicada al margen de toda moralidad y solamente en cuanto al éxito o el fracaso y para ello simular o disimular son armas básicas. Con la implantación del populismo de izquierda o derecha, que en el fondo de sus ejecutorias son lo mismo, la astucia cobra hoy alta importancia en cuanto a la reproducción del poder. Pensemos, por ejemplo, en la Venezuela actual donde un candidato a algo aún sin ganar siempre aparece proponiéndose. <Es que es muy astuto, dicen>. Ahora bien, cuando referimos la política al espacio de la violencia también surge la astucia, el disimulo, la trampa, la manipulación, el engaño y se muestran como componentes que tiran al cesto de lo desechable cualquier principio ético-moral. Pensemos en las proclamas de las guerrillas Latinoamericanas y sus prácticas astutas engañando niños o comprando sus ignorancias. Allí el argumento es la fuerza y la guerra. Otro espacio de la violencia junto a la política y la astucia lo constituye la despreciable práctica antidemocrática de los golpes militares; lugar donde más de uno se siente seducido y hasta vinculando eso con <la vuelta a la democracia>. El golpista recurre a la fuerza de la emoción del sujeto vulnerable y desde allí le arma un discurso sincrético, amorfo de valores democráticos y recubiertos con símbolos reproducidos desde el aparato escolar: himnos, escudos, historiografías tipo pastiches teóricos y, sobre todo, de pureza en las finanzas públicas. La experiencia luego nos dice que corrupción, bajos instintos en las masas y el dejar hacer, dejar pasar; configuran el lado fuerte del astuto frente a cualquier idea de libertad y valores del bien. La estrategia a seguir desde estos lugares es predicar que se busca el bien común y en tal sentido <el pueblo tiene la razón>, por lo que poco cuentan regulaciones para que la política y la ética coincidan. También sabemos que esta estrategia nace en el Imperio Romano luego que la República pasó a ser algo así como la gran hacienda pública de los militares que regresaban de sus campanas invasoras, entonces la idea fue ganarse el apoyo del populacho y por eso se hacían los plebiscitos previamente arreglados a favor de los astutos que curiosamente eran dueños de las armas. Esto explica bien cómo en pleno siglo 21 aún hay quienes pisotean sentimientos, amistad y respeto por los otros a favor de sus propios intereses, siempre valiéndose de su astucia y por ello su ausencia de escrúpulos. Saque sus conclusiones.
@CamyZatopec