TÓPICOS | IGNORANCIA-ASTUCIA E INTELIGENCIA | Por: Camilo Perdomo

<Hay dos formas de ignorar las cosas: la primera es desconociéndolas; la segunda es desconociéndolas, creyendo al mismo tiempo que se les conoce. Esta segunda forma  de ignorancia es peor que la primera> Víctor Hugo, citado por Laffont, 1989: 3. Paris, Océan.

Vivimos tiempos de derrumbe donde la curiosidad, la incertidumbre y el apogeo de la muerte son señales visibles. Cuesta admitir que en un mundo dominado por la tecno-ciencia y lo digital aun la ignorancia y la astucia se impongan sobre la inteligencia. Claro, habría que tener un concepto único de inteligencia para definir de nuevo al sujeto transformador frente a la hegemonía de la inteligencia artificial o las máquinas digitales. Adelantando algunas ideas ubico lo inteligente en los verbos siguientes: entender, comprender, resolver y conocer; cuando se trata de teorías, fenómenos (lo que aparece) y las respuestas con su razón respectiva. Eso nos lleva a los lugares de la educación, la instrucción y la escolarización. Por el contrario, la astucia se vincula con el sentido de la trampa, el engaño, la tramoya, y en la mayoría de los casos el manoseado by-pass. Para el sujeto astuto lo real está simplificado al máximo en su utilitarismo, letras como la ranchera mexicana: “No hay que llegar primero, sino hay que saber llegar” son parte de su protocolo existencial. Su pragmatismo en Venezuela es amoral: “Diez es diez y lo demás es ñapa”. Por ello la mejor forma de desnudar al astuto es por vía de las fábulas de Esopo (Siglo VI antes de J. C., según relata Heródoto). Leamos una de ellas:

“Tramando el león la muerte de un toro muy corpulento, resolvió dominarlo por la astucia; para lo cual le dijo que había sacrificado un carnero, invitándolo al festín; era intención matarle cuando el toro estuviera recostado en la silla (griegos y romanos comían recostados). Llegó, en efecto el toro; pero viendo grandes fuentes y asadores y ningún rastro de carnero, se marchó sin decir esta boca es mía. Entonces el león le dirigió grandes reproches, preguntándole por qué se marchaba sin motivo, no habiéndole sucedido nada. No es sin motivo, -dijo el toro-, porque los preparativos que veo no son como para un carnero, sino como para un toro”

Así termina la fábula y nos enseña que los inteligentes no caen en la seducción del malvado, por muy astuta que sea su propuesta. En mi opinión, el astuto se parece mucho al mito de Caín, el nómada bíblico. En su práctica astuta no se plantea grandes reflexiones sino que en vez de su cerebro usa otros sentidos como el olfato. Por ejemplo, plantearse cómo trascender el dolor o el sufrimiento no está en su dato de vida. No le preocupa comprender una entonación suave de Mozart o distinguir las estaciones en Vivaldi. Su entusiasmo es básico, su gracia está en percibir la dirección del viento para cuadrar su vela. Lo demuestran los políticos astutos. De allí que frente a la inteligencia se sienta incómodo, aburrido y siempre bosteza cuando se le recomienda una lectura para reflexionar. Curiosamente siempre están al lado del mal. Como hay sus excepciones, algunos astutos convertidos en autodidactas han sorteado sus limitaciones y en el desempeño de tareas complejas han resuelto problemas. Juan Vicente Gómez, por ejemplo. Los animales más parecidos al astuto humano son la zorra y el lobo. Entre nosotros los relatos de Tío Tigre y Tío Conejo, de Antonio Arráiz, muestran al sujeto astuto. Saque sus conclusiones.

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@CamyZatopec

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