<En una palabra, la conciencia moral es conciencia política: la verdadera moral es la política, como el verdadero moralista es el legislador.> G. Deleuse, en Empirismo y subjetividad. La filosofía de D. Hume. 1981: 36.
Arthur Schopenhauer, en 1840, concursó en la Sociedad Real de Dinamarca con el trabajo El fundamento de la moral, allí se leyó esto: “Moralizar es fácil. Fundar la moral, he ahí lo difícil” Algo similar dijo E. Kant: “Educar es fácil, lo difícil es ilustrar” Schopenhauer también dijo que mientras más conocía a los hombres más quería a su perro. Eran frases irónicas para representar los dilemas de la ética y la moral, pues la naturaleza humana es fundante de pasiones, vicios, afectos e impulsos instintivos que muchas veces la acción educativa no resuelve a favor del bien común. De allí la necesidad de confrontar aquello de Nietzsche: “El Yo debo frente al Yo quiero” Quien haya vivido la experiencia de tener hijos sabe que a temprana edad ese “Yo quiero” es pivote de conductas extremas a veces difícil de controlar. El humano en ese sentido funda en la modernidad su mecanismo de control más avanzado: el discurso jurídico y la figura del Estado donde se le otorga al humano institucionalizado el privilegio de la violencia y cumplimiento de normas. Pero, ¡Y qué pero! ¿En cuál lugar social se instalará la familia moral-ética a los fines de regular los abusos del poder desde el Estado? La modernidad política no llegó a darle a ese binomio carácter regulador, de lo contrario no destacaría hoy la corrupción, la negación de derechos humanos, la coerción, la explotación y los abusos de poder desde el Estado. La política devino una idealización y hoy se ejecuta desde los mass-media: cuenta más la imagen que el discurso, ¡y las propuestas!, pues se valora más la inversión económica en un candidato que su historia de vida cercana a una ética fundada en la responsabilidad. El financiamiento de la política en esta era postmoderna es un aspecto fuera del debate, fuera del control y a duras penas en sociedades educadas en ciudadanía, recordemos que no nacemos ciudadanos, se logra identificar a corruptores y corrompidos. Por supuesto, en sociedades con una miseria visible en pobres y pobreza cualquier ayuda es recibida sin averiguar de dónde viene: sea de los perros de la guerra, tráfico humano, de drogas como cocaína o de corrupción de gobiernos con amplias riquezas naturales. En este escenario, quien denuncie o sea disidente puede pagar con su vida, ser destruido desde acusaciones morales o ser desterrado. Es el aprendizaje de dictadores y dictaduras que entendieron, luego del fracaso nazi-socialista, que había que destruir las naciones ricas desde el utilitarismo de los principios del voto democrático. En Venezuela el término ética o moral para la política se ha digerido desde el poder a los efectos de leer como algo no dañino la corrupción con los dineros públicos y el poder político, gobierno u oposición, entran a los mass-media hasta para tener conferencistas, muchas veces sujetos a denuncias al respecto, en ética o moral. De allí que la estrategia del poder de empobrecer a la población tenga el objetivo político de mantener a la gente entretenida buscando cómo sobrevivir. Una política con políticos educados en una ética de la responsabilidad aún no se vislumbra entre nosotros. Nuestro dato en estos 20 años es brutal: tenemos todo el aparato institucional del Estado quebrado para educar en ciudadanía, en lo que sí funciona es en su aparato represivo. ¿Usted lo duda?, observe a su alrededor y luego me refuta. Saque sus conclusiones.
Por Camilo Perdomo
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