«La muerte deviene familiar, no la descubrimos brutalmente, uno se aproxima a ella y cada segundo nos conduce a ella»
Jean-Marie Guyau, Filosofía de la Tuberculosis, en MichelOnfray: La construcción del superhombre, 2011. P. 65.
Como dice el texto anterior, la muerte es una constante y se asocia con alguna enfermedad, una limitación, un accidente. Como metáfora viene aquí como idea de la política en la izquierda (cualquiera sea su color o signo). En todo el mundo la izquierda está en coma y su epidemia toca todos los proyectos políticos. Su enfermedad consiste en no poder equilibrar lo que dice combatir con lo que promete como solución a los conflictos del Estado postmoderno, es decir lo que en la modernidad se presentaba en los conceptos de justicia, libertad, seguridad, democracia, equidad y responsabilidad. Entre los síntomas de tal enfermedad destacan la vía electoral, la ideológica, la cultural, la filosófica y el cruce entre autoritarismo, populismo y civilidad. Pero no son los únicos síntomas, hay otros más complejos: corrupción de su dirigencia, incapacidad para ocupar cargos de responsabilidad y eficiencia, incapacidad para construir ciudadanías críticas y poca comprensión para admitir disidencia política. En el fondo, cierta orfandad teórica coincidiendo con prácticas fundamentalistas, es lo que muestra la estructura de su dirigencia-política y eso le complica su chance para entender y comprender (no son lo mismo) la dinámica de las sociedades digitalizadas y postmodernas. No por azar cuando a un izquierdista, de esos que seducen a las masas cargadas de ignorancia y miseria, lo sitúan en el escenario de la dinámica
económica, social o cultural, como la actual mundialización económica, muestra su desestabilización discursiva, a tal nivel que termina tartamudeando las respuestas que se le piden. Su recurrencia como causa de los problemas al Liberalismo no es más que una muletilla, pues muchas veces esos enfermos de la acción y la teoría ni siquiera se han tomado la molestia de leer a teóricos de esa filosofía como Hayes, por nombrar uno. Se presentan como paladines de la libertad y luego en el gobierno se especializan en crear centros de tortura para disidentes, dicen luchar por la igualdad y hacen de sus gobiernos unas fábricas de pobres para luego aplicarles la otra cara de lo dicho por Marx para el capitalismo: valor de uso y valor de cambio, en el sentido de educar a la gente para
intercambiar votos por el valor de su miseria como votante. Pero ojo, esa enfermedad como causada por un virus subdivide a la izquierda en republicana, (lugar para ocultarse en sus fines socializantes), Socialistas legítimos (léase Internacional Socialista), seguidores del castrismo, Seguidores de Putín, Exguerrilleros asociados al narcotráfico; en fin, unos grupos hoy obreristas y mañana otra cosa. Hay también una izquierda predefinida como izquierda liberal, tipo la de los Kennedy, los Clinton y Obama. Esta última siempre acusa a las otras de no comprender los problemas económicos, sociales y culturales. Como intento decir, esa enfermedad es del alma, de los valores en juego, del tipo de sujeto ausente que nació con la dinámica económica de esta postmodernidad diversa, plural y caótica. Valores como progreso social, la idea de distribución de la renta, la idea de igualdad, la idea de lo utópico y la más compleja: la idea del hombre nuevo. En este mar de valores complejos se
mueven las ideas que le debieron dar el orgullo a quien quisiera ser de izquierda. Bastó una tarjeta de crédito otorgada por las finanzas públicas, un auto que ese dirigente no compró, una vivienda que el Estado le dio y unas vacaciones jugosas pagas por el narcotráfico, para que toda esa verborrea de izquierda tuviera el precio de su parálisis y fracasara como gobierno. Lo demás es una leyenda histórica, o como dijo Leoncio Martínez: Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra. Saque sus conclusiones.