<La opinión dispone de todo. Ella hace la belleza, la justicia y la alegría que es de todo el mundo> Blas Pascal, Pensamientos
El tópico de hoy son unos aforismos que escribí para un libro y que vengo publicando en Twitter. Son algunas intuiciones de mi experiencia como corredor de maratones y sus signos en mi cuerpo.
Según Nietzsche, las ideas vienen caminando. Correr sería algo así como triturar ideas.
A decir verdad, solo me comprendo cuando mis pies devoran el asfalto. Antes de eso el instante, recuerdo así a Bachelard, es aburrimiento, dejadez, pereza. Allí me siento abandonado por los dioses.
No sé si soy místico, es decir un ser que envidia la libertad de los dioses. Yo me conformo con sentir la vida entre mi corazón y las piernas.
El valor de mi cuerpo no depende de la estética, sino de su capacidad para regular el sudor cuando el Dios sol lo ataca. Sin esa cualidad se seca como cualquier animal agonizante.
Para qué pensar en la muerte, lo recomiendan los epicúreos, cuando se anda sobre el asfalto o se sube una montaña: con seguridad ella está siempre al lado de nuestra sombra cuando corremos.
De Diógenes, llamado el cínico o el perro, aprendí que cualquier cuneta del camino es válida para morir, importa mucho que si eso ocurre venga un perro y nos coma el corazón; así podemos reencarnar en él y ser libres de nuevo por la calle.
El espectador o transeúnte mira al corredor de calle como algo raro. El asunto es que esa mirada carece de originalidad mientras no se cambie de lugar: vale decir desde el acto de correr.
Cada vez que pienso en la carrera intuyo que es difícil hacerle trampas al cuerpo: él es esa verdad, importa poco si Aristóteles corría, donde habito y siento mi cotidianidad azarosa.
Despertarme cada mañana es sentir que mi cuerpo fue diseñado para el reposo y también para el movimiento. Me agrada más lo segundo.
Frente a alguien que no corre, pero cree tener opinión al respecto, no tiene sentido hablar de tolerancia. Allí mi guía es Nietzsche: donde no me quieren sigo de largo.
Mejor que nadie sé que correr largas distancias como 42 Kmt es un acto de locura. ¡Pero es que acaso eso no es la existencia: enfrentar con gallardía la muerte.
Algunos médicos, que nunca han corrido, recomiendan contra la depresión psicofármacos y dormir mucho; ignoran que subir una montaña repetidas veces estimula el cuerpo a cambiar su lenguaje depresivo.
Hace años contemplo a seres jubilados de la vida, no son jubilosos como debe ser, Dicen que con los años se aprende a vivir con tranquilidad. Cierto escalofrío siento ante tan brutal y decadente conseja.
Hubo cierto momento en que escribir me pareció lo más importante para mi intelecto. Ahora pienso que tal cosa se da cuando corro, allí el instante es respirar y no emborronar cuartillas que el viento se llevará.
Si uno no escucha, cuando corre, el lenguaje del cuerpo tiene que aceptar el discurso del médico o del sacerdote. Un corredor de fondo es ante todo el oído de su corazón.
Al igual que una religión define la verdad por intermedio de Dios o del demonio, el corredor no se miente a sí mismo, pues su cuerpo es su criterio de verdad.
Las veces que paso corriendo cerca de un cementerio o de una cruz en el camino no dejo de pensar en la sensación de hastío de los muertos por inacción.
El corredor de calle o correcaminos, como les gusta a algunos, sabe que su soledad lo impulsa en la locura querer alcanzar su sombra. Esa es su utopía.
Se dice de Nietzsche que en su temprana crisis de locura buscó un espejo para saber de su identidad que se le escapaba. Cuando corro sé que me muevo, respiro y sudo pero no puedo ver eso en ninguna parte. Esa es mi crisis. Saque sus conclusiones.
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@CamyZatopec