Tomás Moro | Por: Eduardo Fernández

El lunes pasado, 22 de junio, se conmemoró en el calendario de la Iglesia Católica el día de Santo Tomás Moro “patrono de los estadistas y de los políticos”.

En esta hora de tanto desprestigio de la actividad política en Venezuela y en el mundo entero es bueno recordar la figura de un político admirable y venerable como lo fue Tomás Moro.

Moro nació en Londres en 1478 y murió en la misma ciudad en 1535, víctima de una sentencia de muerte producida por su lealtad a los principios y por la consecuencia con sus convicciones religiosas.

Nos dejó varias lecciones. En primer lugar, el estudio. Un estadista, un político no puede pretender ejercer ese elevado apostolado sin hacer un esfuerzo por su formación y por su preparación. Tomás Moro fue un abogado, filósofo, autor de obras fundamentales como Utopía en donde desarrolla en una isla imaginaria sus ideas acerca de lo que debía ser un sistema político ideal.

Fue amigo muy cercano, consejero y canciller del Rey Enrique VIII. Pero entendió que por encima de la amistad y de los cargos, honores y privilegios que puede deparar la vida pública está la defensa de los principios y de las convicciones.

Tomás Moro se opuso a la reforma protestante que estaba en boga en su tiempo y se opuso también a la separación que promovía su amigo y protector Enrique VIII de la nación inglesa de la Iglesia Católica. Se negó a reconocer la pretensión del rey de proclamarse como Jefe de la Iglesia en Inglaterra, desconociendo la autoridad del Papa y se negó a consentir en la anulación del matrimonio del rey con su esposa Catalina de Aragón.

Enrique VIII pretendió que Tomás Moro prestara juramento de supremacía, como se llamó al reconocimiento del rey como cabeza de la Iglesia en Inglaterra, y éste se negó a conciencia de que con esa negativa estaba arriesgando su propia vida. En efecto, fue condenado por traición y ejecutado.

En el momento de su ejecución se le escuchó decir: “Muero como un leal servidor del rey, pero primero de Dios”.

El papa Pío XI lo canonizó en 1935 como mártir de la iglesia y el papa Juan Pablo II lo declaró Santo Patrono de los estadistas y de los políticos.

Tomás Moro creyó que la política era una forma excelsa de la caridad, es decir, del amor al prójimo. Y así la practicó. Ojalá el ejemplo de Tomás Moro nos de muchos políticos sabios y santos.

Seguiremos conversando.

Eduardo Fernández
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