Los caminantes se sientan y esperan los alimentos. Descansan y toman alientos para seguir su largo peregrinar, ya a pocos metros de cruzar la primera frontera internacional.
Mientras que los voluntarios de la Diócesis de San Cristóbal van cada día a la entrada de la ciudad de San Antonio del Táchira, en la frontera, y ahí montan sus ollas en una cocina improvisada al borde de la carretera, preparan la comida con un ingrediente fundamental, el amor y sirven los alimentos a los caminantes que pasan por el lugar, camino a Colombia.
Jesús Valbuena, es voluntario de la Diócesis de San Cristóbal y narra parte de la labor de su grupo, “diariamente y con mucho cariño ofrecemos la atención a las personas que están pasando por la zona de frontera. Nos ubicamos en este punto, porque es por donde todas las personas pasan”.
Tienen ya seis meses sirviendo a los caminantes que acuden desde diversas partes de Venezuela con la intención de huir desde su país hacia Colombia, unos se quedan en ese país y otros siguen rutas más distantes, van hasta la Argentina en el cono sur del continente.
Todos tienen características similares, en cuanto a su condición económica, viajan con lo que llevan encima y por el camino comen lo que les regalan, porque su situación es tan precaria que se ven obligados a emigrar de Venezuela, al no tener en casa ni para comer.
«Regresaré por mi hijo»
Muchos viajan con niños, como el grupo que para el momento de la entrevista de DLA atendían los voluntarios de la Diócesis de San Cristóbal. Llegan cansados, han dejado atrás la familia, una vida y kilómetros y kilómetros de camino. La mayoría como Angelina Buitrago, que venía de Caracas con sus dos hijos, jamás habían venido por esta zona.
“No te voy a negar que nos sacó el hambre, así que un grupo de vecinos en Caracas al ver que todos los días no había ni que comer, nos organizamos y nos venimos. Yo traje mis dos hijos de 4 y 9 años. Dejé al de 6 con mi mamá”.
– ¿Su madre cuidará de él?
– “Bueno el cuidará también de mi mamá porque está un poco mayor y es discapacitada, sufre una atrofia que no la deja casi ni caminar”.
– ¿Pero es un niño muy pequeño, aspira volver por él y su mamá?
– “Ella no podrá venir, en su estado este viaje es muy fuerte”.
– ¿Se quedará en Caracas su mamá siempre?
– “Si. Cómo la traemos así y caminando. Pero al niño cuando yo tenga más estabilidad me lo traigo, me duele dejarlo pero no podía traerlo. Venimos sin nada”.
Angelina Buitrago cuenta que van hasta Bogotá, capital de Colombia, no tienen ningún contacto de trabajo o familia esperándolos, solo llegarán a esa ciudad y buscarán trabajo y un lugar donde vivir.
«Por iniciativa propia los asistimos»
Valbuena, de la Diócesis de San Cristóbal, relata que al menos 200 personas son atendidas cada semana con alimentos.
«Son unas diez personas que por iniciativa propia les asistimos, somos voluntarios y vivimos aquí en la frontera. El sentido humano es lo que nos impulsa a hacer esta labor”.
– ¿Qué es lo más difícil de esta labor, de atender a los venezolanos que emigran, la mayoría caminando?
– “Más que todo lo que ellos nos cuentan es lo que sabemos. Atendemos a los que regresan al país también. Nos dicen que vuelven por situaciones de violencia y maltrato”.
– ¿Y qué les expresan, qué es lo más difícil de quienes se van del país?
– “Todos se van por diferentes circunstancias, muchas cosas cosas que los llevan a irse del país, pero preferimos no entablar con ellos ese tipo de conversaciones porque es un tema muy y sensible y preferimos no hacerlo. Sólo le damos el apoyo, el auxilio u más nada”.