La locha, era la moneda de los pobres como se decía. Servía para comprar comida por unidad. Los carritos «de a medio» fueron populares por cobrar la ruta corta en la mitad del precio.
Caramelos, galletas, hasta un pan, se adquirían por una locha. También acema, chicle, pastelitos en las afueras del mercado, otros valían medio, es decir, dos lochas… “dame una locha de…» era la consigna.
En las famosas bodegas que existieron en la ciudad de ayer, a muchos niños les brillaban los ojos frente a las vitrinas, con todas las chucherías que podía comprar gracias a esa moneda de cobre y níquel que llevaban sudada en su puño apretado. La deliciosa melcocha, apetitivos helados entre otros, se podían comprar con aquella moneda.
Un pan de a locha lo podías acompañar para una buena merienda con una locha de queso blanco, relata Marlene Cordero.
Entre los años 1896 y 1969, se emitieron cuatro diferentes diseños de la locha. Para el año de 1971 se presenta la moneda de 10 céntimos, esta recibió el calificativo de “locha mocha”.
Hay quienes recuerdan que un plátano, un helado de carrito, un paquete de maní en concha. Todo costaba una locha.
Por los alrededores del Mercado Viejo, se podía conseguir vendedores del pan de a locha, pastelitos pequeños, y el guarapo de papelón, nos indica Régulo Godoy hijo.
Hubo un frase que se popularizó, “Pan de a locha”, ya que durante mucho tiempo así se le decía a una pieza de pan, de tamaño equivalente a media canilla, también llamado “pan francés”.
La locha no solo fue efectiva para alimentos, también fue un valor imperante en los centros de diversiones como bares, restaurantes, fuentes de soda, donde había una rockola, seguro había lochas. Esas rockolas reproducían música con disco de 45 ½ revoluciones, con una canción por cada lado. Para poder hacerla funcionar había que meterle una locha en la parte superior.
Por más de 20 años, un Toronto costó una locha. La golosina preferida históricamente por niños y adultos, ha sido el popular Toronto de la empresa Savoy. Desde los años 50 hasta los 70 esta delicia de bocado no varió su precio, un aporte valioso y significativo de lo fuerte que era dicha moneda.
El poder adquisitivo era único
Otro conocedor de nuestra historia local es don Evencio Daboín, uno de los excelsos comunicadores sociales que ha parido esta tierra. Evencio nos narra que, él vivió a plenitud la época gloriosa de la locha. “El poder adquisitivo que se tenía con la locha fue único. Recuerdo que yo tenía como 12 o 13 años y estudiaba en el Instituto Técnico Comercial del profesor Mancilla, al frente del Mercado Viejo, eran los años 52-53, y en el mercado me comía empanadas a una locha, compraba seis cambures por una locha, un plátano, las ricas tortas caseras, un café o un té, un refresco. Desde La Hoyada -donde vivía- a Valera pagaba cuatro lochas el pasaje. A Valera podíamos recorrerla en la famosa lochera, línea circunvalación de autobús de Antonio Calles, desde la plaza Bolívar, La Ciénega, llegábamos hasta la parte alta de aquella ciudad pequeña pero amorosa y próspera que era hasta la clínica Rafael Rangel, no existía Las Acacias, esos eran cañaverales, estaban las casa de los Vetancourt y Terán, bajábamos hasta el liceo Rafael Rangel, tampoco existía La Plata, era otra hacienda de caña propiedad de Mario Maya, y se regresaba a la plaza, todo ese recorrido se hacía por el valor de una locha. Época memorable de nuestra ciudad, que hemos podido vivir y disfrutar mucho. Aquella Valera era hermosa, sana, de gente noble y que quienes la vivimos la recordamos, la guardamos en nuestras memoria y corazón, y hoy la añoramos.”
El Bolívar era rendidor
Según datos del Banco Central de Venezuela, la locha fue acuñada por primera vez en 1896. Valía dos céntimos y medio. Fue a partir de 1896 cuando comenzó a valer 12,5 céntimos y se popularizó desde 1938 hasta los 70.
En toda Venezuela, y solamente en Venezuela, el vocablo locha significa “moneda de níquel de valor equivalente a un octavo de bolívar, o sea doce céntimos y medio”. De uso equivalente y difundido igualmente, en la lengua hablada por todas las clases sociales, y en la lengua literaria, sostiene el historiador Pedro Grases en su libro, Escritos Selectos.
Por su parte, el economista y catedrático universitario doctor Arlán A. Narváez dice que antes, la locha también se le llamaba cuartillo, pero solamente cuando se juntaba con un real, por ejemplo; era muy común oír decir “real y cuartillo”, o sea, 62 ½ céntimos. “Las monedas eran de cuproníquel (la Puya, con valor de 5 céntimos y la locha, con valor de 12 ½ céntimos) o de plata (el medio, con valor de 25 céntimos; el real, 50 céntimos, el bolívar, los 2 bolívares y el fuerte de 5 bolívares)”.
“La pregunta de las 64 mil lochas”
Frase que popularizó o como se dice hoy día: se hizo viral, durante los años 60, cuando se promovió un programa de TV de concursos en el cual los participantes recibían cinco preguntas, la primera de las cuales, premiaba con 4 mil lochas (500 bolívares) la respuesta correcta y las preguntas sucesivas con 8 mil, 16 mil, 32 mil, hasta la pregunta final, muchísimo más difícil, que premiaba con 8 mil bolívares, es decir, 64 mil lochas. Hoy se usa esta expresión para calificar una pregunta con respuesta muy difícil de obtener. De allí proviene la popular frase que se adjuntó al vocablo del venezolano.