Soñaba con ser pelotero profesional, sin embargo terminé siendo periodista de la Universidad de la vida | Por: Francisco Graterol Vargas

En “La Vida es una Escuela, periodismo del Güeno” cuento la historia de mis primeros días en Trujillo, ese inicio con Guillermo Briceño y la pelota trujillana, antes de llegar al periodismo, que ha sido mi pasión.

 

Por Francisco Graterol Vargas

En agosto del año 1968 ya yo había cumplido los 18 años. Debía cuidarme de la recluta. Una vez visitando a una enamorada en Bella Vista, procedente del  barrio San Isidro tuve que correr bien sabroso para eludir al piquete de policía que querían agarrarme para servir a la Patria. Eso no estaba en mis planes. Practicaba con la selección de Trujillo que acudiría a un Nacional de Béisbol Juvenil a celebrarse en San Felipe. Mi sueño para ese entonces, era jugar profesional y llegar a las Grandes Ligas.

En aquella camada de muchachos recuerdo a Félix “El  Biaggy” Rivas, un pelotero completo, lanzaba, cuarto bate, además en el campo corto, seguridad total a la hora de fildear; Antonio  Rodríguez, “pecueca” pitcher zurdo, controlado, que enviaba una metra para home, por encima de las 90 millas, además destacaba en otras disciplinas como el voleibol; Segundo “El Gato” Albornoz. Sin que me quede nada por dentro, parafraseando a Carlitos González, un center fil con la elegancia del curazoleño Andrew Jones, ganador de 10 guantes de oro, vistiendo la camiseta de los Bravos de Atlanta, ¡qué clase la del Gato!

También se montaba  en el montículo Hemeregildo Terán, pelotero con las cinco  herramientas, como un Shohei Ohtani; Arturo Terán, primera  base, tremendo bateador; Armando “El Chivo” Lozada, el  Dámaso Blanco de Trujillo, defensor de la Esquina Caliente; Rafael Escobar, cuarto bate, demasiada fuerza, batazos kilométricos; Jorge “El Sapo” Medina, pelota  Caribe, la  chispa  del  conjunto, utility; José “Kamba” Rondón, otro pitcher zurdo, con una recta impresionante; Manuel Maldonado, el receptor que manejaba la mascota como un maestro y pese a su baja estatura, por ahí no pasaba nadie; Hugo “Guasamara” Carrero, tremendo campo corto y toletero; además estaban Raúl  Garcés, pitcher zurdo, Hugo Briceño, Gonzalo “El Cafecito” Estrada  y Francisco “El Cepillo” Graterol, que cumplíamos a la hora de salir al ruedo. El  manager era Mariano Quintero, los coach, Cornelio Bastidas y Rafael “La Coca” Abreu; delegado, Esteban “Anakoko” Rojas, quien siempre tenía un premio al más destacado, un viaje al río de Las Piedras en Monay y el jefe  de la delegación Rafael Pinto.

Ramón  Araujo, amigo nuestro me recordaba hace varios días que en un entrenamiento y ante la llegada de un técnico enviado por el IND central, Pedro Ling Tuy. Yo me paré y hablé en nombre de todos los muchachos: “Ustedes llevan buen equipo para ganar” soltó. No lo hicimos quedar mal entre 19 estados fuimos el primero en clasificar para el play off.  Dimos la pelea, al final se impuso Sucre.

Un día después de un juego de Proletarios conversando con Pompeyo Davalillo, salió a  relucir que en ese evento, él dirigió a Monagas “Batallador ese equipo de Trujillo, nos tenía locos uno que jugaba con un pantalón bien ancho, nos dio varias líneas y lo que faltó fue que nos robara la cartera”. Jaja, le dije riendo al estratega. Ese fui yo. El receptor de Monagas era nada más y nada menos que Marcano Trillo, el mismo que brilló en la gran carpa como segunda  base.

El gran Pompeyo Davalillo dirigió a Monagas. “Trujillo tenía un muchacho que nos volvió locos robando bases”. “Ese era yo”.

Desde 1968 hasta el sol de hoy nadie más ha clasificado en esa categoría por Trujillo a una final. Al llegar a la Tapicería donde trabajaba con Guillermo Briceño, le dije que quería contar lo que había pasado en tierras de María Lionza. Me llevó al Diario El Tiempo y me presentó a Cornelio Viloria. Le entregué algo que había  garrapateado a mano. Al otro día salió mi primera crónica periodística.

Seguí  llevando “La Columna  de Jovar” donde contaba artículos del deporte hasta que años más adelante el propio Cornelio me ofreció trabajo ante la renuncia de Rudy Linares que era el redactor deportivo. Ya era un ducho  gracias a una máquina de escribir que le compré por 110 bolívares al maestro Hermes Valecillos.

Así empezó mi carrera como periodista. Algo que conté ampliamente en el libro “Periodismo  del Güeno” que  escribí  hace tiempo. Mucha agua ha corrido  debajo de los puentes desde entonces y aquí estoy gracias a Dios que me lo ha permitido con unos cuantos abriles encima  acompañando a Eladio Muchacho y a toda la tropa de Diario de Los Andes, rumbo a nuestro próximo aniversario el 24 de agosto. Por eso 1968 fue un año muy especial.

Antonio Rodríguez, recordado profesor también fue mi compañero de equipo en los años mozos en la pelota trujillana.

 


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